"Ser Elvis" verá la luz en España de la mano de Alianza Editorial. Y, por si no hubiera suficiente, te recordamos que sorteamos cinco copias de “Ser Elvis” entre los miembros del Club Mondo. Bajo estas líneas podéis leer en primicia el capítulo número 31 del libro, una semana antes de que esté en la calle.
"Quiero músicos que puedan tocar todo tipo de música"
Incluso antes de que se emitiera el especial de la NBC, el Coronel ya había empezado a negociar con la gerencia del nuevo Hotel International de Las Vegas. Tenía una gran sala de eventos encima del enorme casino que había en la planta baja abierto las veinticuatro horas del día, y contrataron a Elvis para cantar una hora dos veces por noche durante cuatro semanas por 100.000 dólares semanales. Como cebo para atraer a los jugadores al casino, aquel sería el mayor esfuerzo al que su voz se hubiera enfrentado hasta entonces.
Pero primero necesitaba una banda y un cuarteto de góspel para tocar y cantar junto a él, así que, naturalmente, llamó a Scotty, D. J. y los Jordanaires. A Scotty le había dolido que no le hubieran invitado a tocar en las sesiones de Memphis y, después de haber hablado con Elvis de hacer una gira europea en 1969, le sorprendió que le dijeran que los planes habían cambiado y que el compromiso ahora sería solo de un mes y únicamente en Las Vegas. Desgraciadamente, los Jordanaires, D. J. y él tenían ya una sesión de trabajo reservada para el mes de agosto. Aceptar el dinero que les ofrecía el Coronel implicaría no solo defraudar a otras personas, sino también perder dinero. Después de reunirse en Nashville para discutir la oferta, los seis la rechazaron. Si hubieran sabido que habría una gira después, puede que las cosas hubieran sido distintas, diría Scotty más tarde. Pero ninguno de ellos lo sabía.
Gordon Stoker de los Jordanaires siempre se arrepintió de su decisión. Le parecía que Elvis no volvió a ser el mismo… Era «como si hubiera perdido a su familia». A Elvis le pareció que Scotty y los demás le habían defraudado. Pero hay que decir que a Scotty le pareció que Elvis le había defraudado a él, y no era la primera vez. Era la misma despreocupación que había sufrido Red. Pero, si no iba a ser Scotty, Elvis tenía que encontrar a un nuevo guitarrista principal en torno al cual poder montar su banda. «Pregunté por todas partes y aparecían todo el rato dos nombres», dijo, «Glen Campbell y James Burton. Glen Campbell estaba ocupado con sus cosas…, así que llamé a James.» Burton era un músico de sesión de Los Ángeles muy ocupado, que se había hecho muy conocido entre los fans del rock como el virtuoso de diecisiete años que en 1958 había tocado la guitarra principal en «Susie Q» de Dale Hawkins, y que más tarde tocaría en los hits de Ricky Nelson.Rápidamente, Elvis y él comenzaron a hacer audiciones para completar la banda. «Quiero músicos que puedan tocar todo tipo de música», dijo Elvis. Ya no iba a ser solo un cantante de rock & roll. Quería un repertorio que mostrara todos sus estilos, y que fuera capaz de transmitir la amplia gama de música estadounidense que le gustaba. De ahora en adelante cantaría country, góspel, blues, rock y grandes baladas, y habría una orquesta de treinta y cinco piezas de cuerda y viento con dos grupos de coristas como acompañamiento. «Todos los músicos que me rodean fueron elegidos uno a uno», diría más tarde, explicando su nuevo rumbo. «Hicimos audiciones durante días y días.»
Elegir al batería fue la decisión más difícil de todas hasta que probaron con Ronnie Tutt, que trataba de no perder de vista a Elvis mientras tocaba, porque todos los movimientos que Elvis hacía en el escenario «eran como tocar para un stripper divinizado». Los Jordanaires fueron reemplazados por los Imperials, que habían cantado en «How Great Thou Art», mientras que el grupo de soul de tres voces femeninas Sweet Inspirations fue elegido porque a Elvis le gustaba la forma en que le habían hecho los coros a Aretha Franklin. Todas ellas eran ex cantantes de iglesia, incluyendo a Cissy Houston, la tía de Dionne Warwick y madre de Whitney Houston. Durante toda la planificación, hubo continuas discusiones con el Coronel. Parker pensaba que Elvis estaba exagerando con la cantidad de músicos y cantantes que quería, que tenía que pagar él, unos cincuenta en total, a lo que Elvis respondió que había que cubrir un gran escenario. «Ensayamos unas cincuenta canciones», decía, «de las cuales tengo que elegir unas veinte por noche. Si no funciona después de los primeros cuatro o cinco números, lo puedo cambiar y hacer otras canciones».
Unas semanas antes de su estreno en Las Vegas, llevó a Priscilla a ver a Tom Jones en el escenario del hotel Flamingo. Le había conocido en Hollywood, y a Elvis le gustaba Jones como amigo y le encantaba su voz, aunque cuando lo vio en el escenario sospechó que tenía un calcetín escondido en la parte delantera de sus pantalones. También pensó que su actuación en el escenario era «vulgar». «Yo nunca he sido vulgar», remarcó para el divertido asombro de su séquito. Pero si Tom Jones podía enseñarle algo sobre cómo tocar en un gran salón con un aforo de dos mil comensales dos veces cada noche, estaba deseando aprender. ¿Sería capaz de hacer lo que Tom Jones con un público adulto?
Lo averiguó el 31 de julio, en un Las Vegas totalmente forrado con su nombre y su imagen. Una vez más sudaba de los nervios antes del show. Pero luego, vestido con lo que parecía una especie de uniforme de kárate negro hecho a medida, se subió casi con timidez al escenario mientras la banda tocaba un riff de rock & roll. Luego, cuando Charlie Hodge le entregó su guitarra, empezó sin más preámbulos con «Blue Suede Shoes», para después pasar, sin decir ni media palabra al público, a «I Got a Woman» y «That’s All Right». Musicalmente, estaba enlazando todo demasiado rápido, y más tarde «Don’t Be Cruel» y «All Shook Up», interpretadas a toda velocidad, no las cantó tan bien como en los discos; pero la emoción en el salón de la cena era incondicional. Incluso aplaudieron los innecesarios golpes de kárate con los que terminó algunas de las canciones.
Por fin, tomándose un descanso, comenzó a contar una versión resumida de la historia de su vida, aunque casi todo el público debía de sabérsela ya muy bien. Pero ese era Elvis. A veces, al saludar a gente que no conocía y que parecían tensos en su presencia, se presentaba diciendo: «Hola, soy Elvis Presley», como si no lo supieran. Debido a las luces, no podía ver la sala de actuaciones muy bien, pero sabía que allí abajo, en las mesas, Priscilla estaba con un minivestido blanco, junto a Vernon y Dee, y el Coronel y su mujer, a quien rara vez se veía en público. Luego estaba Felton Jarvis en plena luna de miel con su nueva esposa, varios conocidos del mundo del espectáculo que habían hecho el corto vuelo desde Los Ángeles, periodistas musicales de Nueva York, Los Ángeles y Londres, y un tropel de amigos, familiares y personal de Memphis, que habían llenado dos aviones cuyos billetes había pagado él mismo.
Ann-Margret y su marido también estaban allí, y fueron al camerino para saludarle después del espectáculo, y luego estaba Fats Domino, a quien él había ido a ver muchas veces a Las Vegas y que ahora le devolvía la cortesía. Pat Boone, tiempo ha rival, también estaba presente, al igual que Paul Anka, Shirley Bassey y el productor y pinchadiscos televisivo Dick Clark. Luego estaban Burt Bacharach con su esposa, Angie Dickinson, George Hamilton, Henry Mancini y Liberace. La mayoría de sus muchachos miraban desde los laterales, y también sabía que Sam Phillips estaba allí en alguna parte, porque le había invitado él mismo, explicándole que quería el apoyo de algunos de sus amigos de Memphis. Phillips, como siempre, le había dado una charla, diciéndole que «lo haría muy bien mientras consiguiera la mejor sección de ritmo que pudiese encontrar », y que era exactamente lo que había hecho.
Lo que no sabía era cuánta de la gente del cine que le había despreciado había ido ahora a verle. Habían tenido una imagen equivocada de él todo el tiempo, y eso le molestaba. ¿Se habían dado cuenta ahora de lo equivocados que habían estado? Le daría rabia el resto de su vida la forma en que le habían hecho perder el norte en Hollywood. «Desde luego, me quedé estancado con esas películas», decía, fingiendo bromear y sacudiendo la cabeza como si estuviera apesadumbrado. Pero para él no era ninguna broma. Aquel primer espectáculo pasó volando. En los viejos tiempos, siempre había terminado su actuación con una versión larga de «Hound Dog». Pero ahora tenía un nuevo final: «Can’t Help Falling in Love». Y con eso, cayó el telón y así quedó inaugurado el nuevo espectáculo en directo de Elvis. De la noche a la mañana, las películas fueron olvidadas. Había sido, diría, «una de las noches más emocionantes de mi vida».
Tres días después, habló con un par de periodistas ingleses, incluido el autor de este libro. Sentado, junto a cuatro miembros de la Memphis Mafia, en un sofá español de color rojo en la sala de estar de su suite detrás del escenario, bebía una botella de Seven Up, preocupado porque el aire seco de Las Vegas le afectara a la garganta. Había adelgazado para aparecer en el especial de la NBC el año anterior y ahora estaba aún más delgado, todo ello como resultado, dijo, de una dieta estricta y de sudar varios litros en cada show. No mencionó las píldoras adelgazantes que había estado tomando. Mientras hablaba, relajado y amistoso, contó que quería hacer otro álbum de rhythm & blues, hizo como que tocaba una guitarra y cantó un poco de su canción favorita de los Beatles «I Saw Her Standing There», y luego prometió que pronto tocaría en los escenarios de Gran Bretaña. «Sé que sigo diciendo que iré a Inglaterra algún día, pero lo haré.»
Mientras tanto, el Coronel, con una camisa de manga corta y pantalones sin forma definida, se sentó aparte, vigilando como un guardia para asegurarse de que no se dijera nada indebido.
La conversación se desarrolló en tono amistoso. Elvis riéndose de sí mismo cuando, al preguntarle cuál era su grupo actual favorito, respondió sin pensarlo «los Platters», que tenían poco de actuales. Los Beatles le habían enviado un telegrama deseándole lo mejor para su estreno, que él había pegado con cinta adhesiva a la puerta; y algunos de los muchachos se divertían recordando a la chica que le había arrojado un par de bragas al escenario la noche anterior, que él había recogido y con las que se había secado la frente. Solo cuando le preguntamos acerca de sus películas, miró con ansiedad hacia el Coronel. «No sería honesto contigo», admitió, «si dijera que no me avergüenzo de algunas de las películas en las que he participado y de algunas de las canciones que tuve que cantar en ellas. Me gustaría decir que eran buenas, pero no puedo. Tuve que hacerlas. Firmé contratos cuando salí del ejército.»
«Sabía que muchas de las canciones de esas películas eran malas y eso solía molestarme muchísimo. Pero encajaban en la situación.» Pero no habría, insistió, más películas malas.
«Llevo los últimos nueve años [sic] queriendo volver a subirme a los escenarios; ha sido algo que ha ido creciendo dentro de mí desde aproximadamente 1965, hasta que la tensión se ha hecho insoportable. Estaba agobiado con ello. No creo que pudiera haberlo dejado mucho más tiempo. Es el momento adecuado.» En cuanto al dinero, se rio. «No tengo ni idea de dinero. No quiero saber nada. Puedes rellenar esa pregunta como quieras.» En ese momento, el Coronel explicó rápidamente su propia situación. «Podemos decir esto», interrumpió. «El Coronel no tiene nada que ver con las finanzas del señor Presley. Todo eso lo llevan su padre, el señor Vernon Presley, y su contable. Por mí puede derrochar todo su dinero, si quiere. No me preocupa.» Elvis captó la pulla. Llevaba oyéndola catorce años. Lo que tal vez no había captado aquella semana de triunfo era que al estar contratando ya el Hotel International la opción de que él actuara allí en verano e invierno durante otros cinco años —sin una cláusula de subida por inflación—, el Coronel tenía asegurada también allí una estancia de un mes dos veces al año. Para un jugador como Parker aquello debía de ser muy conveniente.
Desde luego, le convenía más que ir de gira europea, y más adelante en esa misma semana Parker desdijo a su cliente durante un desayuno conmigo. Elvis no iba a ir a Gran Bretaña a corto plazo, dijo. La esposa del Coronel, «la señora Parker», tenía algunos problemas de salud y no podría viajar, y no sería correcto que la dejara sola, explicó.
Siempre habría una excusa para que Tom Parker no tuviera que salir nunca de los Estados Unidos.
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