Una de las cosas que Martin Scorsese ha querido subrayar en “No Direction Home”, su documental homenaje al Bob Dylan de mitad de los sesenta, es que la relación entre la música folk y la izquierda política combina tan bien como el whiskey con Coca-Cola. Lo llama sin miedo “canción protesta”, y suenan en un momento dado letras sobre martillos con los que golpear las injusticias, balas mal disparadas y peones en partidas ajenas mientras un Dylan barbilampiño parece protagonizar un mitin con una guitarra frente a un público de esos como de iglesia. Todo lo cual le viene uno a la cabeza cuando se imagina las comidas de los domingos en casa de los Earle, vinculados en varias generaciones a la música folk, el cristianismo y la izquierda norteamericana. Hay que imaginarse un familión.
"Los cristianos suelen ser radicales, entienden la religión como algo político y es complicado para nosotros ser cristianos de izquierda" |
“Todos vivimos cerca. El padre de Mark tiene 81 años y aún toca la guitarra… Lo celebramos todo, barbacoas, cenas. Y cuando mi madre o yo hacemos algo de comida, siempre cocinamos de más, para más gente. Somos cinco hermanos por cada lado. Somos muchos”. Cueenta Stacey Earle ovillada en un sofá de hotel, mientras al otro lado de la calle Montera el tráfico está parado por culpa de un rodaje. Ni ella ni su marido, Mark Stuart, pertenecen al entorno, ausencia de pose, vaqueros, camiseta y esa gorra tan americana. Han venido a presentar “S&M Comunion Bread” (Bittersweet recordings), un disco que toma su nombre de una fábrica de pan para comulgar próxima al local de grabación, en Nashville, y que constituye otro capítulo del diario de la pareja, trazado en círculos alrededor del country, el folk, el blues, rock, gospel, y otros paisajes resecos de la llamada música americana. ¿Un disco oscuro? Ultimamente, las cosas han sido duras para nosotros -dice Stacey–. El título se encendía constantemente en nuestras cabezas. El disco es oscuro por nuestras experiencias. En general, creo que es emocional, bastante emocional en el sentido de que en Estados Unidos se tiende a simplificar las cosas, a radicalizar. Los cristianos suelen ser radicales, entienden la religión como algo político y es complicado para nosotros ser cristianos de izquierda. Hay que ser blanco y de derechas”. Hablando de Nashville: hace unos meses, en estas mismas páginas Josh Rouse se quejaba de lo asfixiante que resultaba la ciudad para los artistas. “Nosotros vivimos en Nashville porque Mark nació allí, pero no tenemos ninguna conexión musical con la ciudad. Conocemos a la gente pero no formamos parte de nada. Nadie escucha country allí, sólo los turistas”, dice Stacey. Mark mueve las manos: “El country de Nashville es muy de formulario, con estereotipos, se escribe así y se toca así…”. “…ha perdido el corazón. A nosotros nos gusta la forma tradicional. Tiene que nacer del sentimiento, del corazón. Las letras son poesía. El country de ahora es mediocre, te entra por un oído y te sale por otro, no se te queda pegado”, completa Stacey. “Eso que hace gente como Shania Twain o Keith Urban –quien, en el momento de escribir esto, anunciaba romance con la actriz Nicole Kidman, glup– no es country, es un producto. O algún tipo de rock…”, dice Mark. Y hablan del folk americano como “la música de la clase trabajadora, la que sudaba, la que se valía de las manos”. La conversación tira inevitablemente a asuntos ideológicos, les pregunto por dos canciones: “Time Square”, cantada en tono infantil por Stacey (“porque se la canto a mi padre”), y “The Old Watch”, donde Mark parece que relata una de esas historias transmitidas de generación en generación, sobre un soldado malogrado y una promesa… que muchos han interpretado como una referencia a la guerra de Iraq. “La escribí cuando tenía 19 años y tenía olvidada, pero a Stacey le gustaba, así que la recuperamos. La retoqué, porque hay cosas que la madurez me ha hecho ver de otra forma, y la publicamos. Mucha gente me pregunta si tiene algo que ver con Iraq: no directamente, pero tiene un buen momento para salir”. Stacey: “Es un buen momento. No es comparable a la segunda Guerra Mundial, pero tan importante como para hacerte reaccionar. Nos gustan las letras políticas, pero tampoco nos interesa hacer política en el escenario, como puede hacer Steve. Tocamos para que la gente se divierta, para que no pare el “show”. De política también se puede hablar fuera del escenario”. Eso mismo hacemos. “No estamos en las trincheras. No hacemos política extrema”, dicen. ¿Y Bob Dylan?
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