El pop, esa hierba tan rara que todo el mundo parece conocer, pero a la que casi nadie concede excesiva importancia, es la preferida de Sean O’Hagan y sus High Llamas para experimentar con sus canciones y melodías, del mismo modo que otros lo hacen con sus profundidades rítmicas y post-rockeras. Y por si alguien creía que el malditismo estaba reservado a los rockeros terribles, que se dé un paseo por las habitaciones sonoras de una banda que lleva ya más de un lustro consiguiendo unos discos llenos de sensaciones únicas a las que, sin embargo, no le llega nunca el favor del público. A pesar de que haya ya muchos que se han rendido a las (otras) experimentaciones (de Mercury Rev, por ejemplo), a propósito del «Pet Sounds» de Beach Boys. Pero con excusas atractivas como el añadido de las voces de Laetitia Sadier y Mary Hansen (Stereolab), igual ha llegado el momento de prestar atención a los razonamientos sobrados de inteligencia de O’Hagan y compañía, y de descubrir el veneno que se esconde debajo de la segunda escucha de cualquiera de los engañosos caramelos pop de High Llamas, que en «Snowbug» (Alpaca/V2/Everlasting, 99) están más cerca que nunca del concepto tradicional de canción. (Sean O’Hagan) «No estoy seguro de que nos guste esconder cosas en las canciones, pero es muy importante para llegar al meollo de High Llamas, porque intentamos hacer pop como alternativa al mainstream corporativo. Y es que la industria musical es muy conservadora, te enseña cómo puedes identificar lo que deseas, que termina siendo común en casi todo lo que se hace. Sin embargo, nosotros tratamos de encontrar una alternativa con armonías y melodías, con una canción en la superficie. Y espero que te des cuenta de que debajo de la canción hay extrañas contradicciones que vamos construyendo poco a poco». Además de que lo que High Llamas intentaron con «Gideon Gaye» (Alpaca/V2/Everlasting, 95) y consiguieron con el monstruo «Hawaii» (Alpaca/V2/Everlasting, 96), es el camino que ahora están recorriendo algunas de las cabezas más revoltosas del post-rock. Jim O’Rourke, John McEntire, Sam Prekop, o Bundy K. Brown confiesan su deseo por emigrar al planeta del pop tropical, convenciendo a medio mundo de las virtudes de High Llamas como maestros, y de Gal Costa como viaje iniciático. Y Sean O’Hagan lo sabe, por ello no le cuesta admitir que «cuando otros estaban saltando con las guitarras uniformes de Pearl Jam, High Llamas ya estaban grabando discos impenetrables y locos de pop. Aunque siempre habrá críticos y público que, cuando escuchan el primer acorde de una canción, y no saben cómo sigue, atacan… y después vuelven a sus discos de Manic Street Preachers». Tal vez la generalización resulte algo peligrosa, pero escuchando otra vez cualquiera de los discos de High Llamas, uno no puede más que sentirse engañado y agradecido. Engañado porque a la siguiente escucha, te das cuenta de que estás ante otro disco. Y agradecido… por lo mismo. Hasta con el terciopelo hay que tener arrestos.
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