Con la publicación de “Cancionero de los cielos” arranca un cambio de ciclo que se venía masticando desde finales de 2022, cuando por primera vez en siete años los cordobeses se encontraban sin discográfica ni manager. “Valoramos varias opciones, incluyendo trabajar con otros sellos, pero siempre hemos tenido la espinita de montar nuestro propio sello. Porque venimos del DIY y nos gusta controlar mucho todo lo relacionado con la banda”.
Abandonar Aloud Music, mucho más que un sello, una familia que siempre les ha dejado ser y hacer, no debió ser fácil, sobre todo desde el punto de vista personal o emocional. “Siempre hemos sido muy ‘control freaks’, estábamos muy pendientes del envío a fábrica de los discos, de la distribución digital… Ahora tendremos mucho más trabajo, pero creemos que irá bien”. Hay precedentes alentadores. De alguna manera, Viva Belgrado sigue los pasos de sus admirados Standstill y Berri Txarrak, que también dieron ese paso en algún momento de su carrera. “Son nuestros referentes más cercanos a nivel estatal para nosotros, dos grandes bandas que han acabando creando su propio sello; sin olvidar un ejemplo más reciente como Cala Vento, que también lo han hecho”.
La trayectoria de la banda, a la que se ha incorporado ya como miembro de pleno derecho el guitarra Jaime Acosta [Aiko El Grupo, ex Altair], siempre ha sido ascendente y parecen empeñados en seguir creciendo de manera orgánica. Confían en su pequeña legión de seguidores, que no son millones, pero sí “muy fieles”, dicen.
Dejarse llevar en el estudio
Entrando ya de lleno en su nuevo disco, la composición de “Cancionero de los cielos” empezó prácticamente a los dos meses de lanzar el aclamado “Bellavista” (Aloud, 20), ese trabajo que nos sacó del tedio durante el confinamiento. Los Viva nunca dejan de escribir canciones, acumulan ideas y, cuando “toca” grabar un nuevo disco, desarrollan sus favoritas. Y llegaron al estudio La Mina de Sevilla con los temas cerrados, como buenos “control freaks”, insiste Cándido, pero también entraron por la puerta con la mente abierta, con ganas de dejarse llevar por una dupla de productores de garantías, la formada por Raúl Pérez y Santi García. Querían seguir creciendo como banda, sin ponerse límites, probar cosas nuevas. “Como tenemos mucha química con Santi, pensamos que podíamos dar un salto con él con la seguridad de que nos entendería muy bien, porque sabe que venimos del hardcore, del screamo y el DIY; y con Raúl compartimos raíces, también grabamos y nos hizo sentir muy seguros, y pensamos que podría llevar las canciones a otro punto porque también grabado cosas de Pony Bravo, The New Raemon y Guadalupe Plata”.
Esas ganas de experimentar durante quince días en La Mina quedaron patentes de primeras, ya en el primer adelanto, “Elena observando la Osa Mayor”, un tema sosegado con un Rhodes como protagonista. “Esa cosa que sientes cuando tocas la guitarra las primeras veces y todo te suena interesante, todos los acordes te pueden emocionar, lo vas perdiendo con el tiempo y necesitas probar otras cosas, ya sean pedales o amplificadores, o puedes intentarlo con otros instrumentos. A mí me ha pasado con el Rhodes, que siempre me había gustado como sonaba y estando en La Mina aproveché los descansos para tocar el de Raúl. Sentí lo mismo que cuando empecé a tocar la guitarra, y de ese tonteo han salido ‘Vernissage’ y ‘Elena observando la Osa Mayor’”.
Musicalmente la banda sigue la estela de “Bellavista” yendo todavía más allá, apuntando al pop en mayúsculas sin complejos, ampliando sus recursos y exhibiendo otros registros, pero tampoco renuncian al post-hardcore y screamo en un puñado de piezas que harán las delicias de la vieja guardia como “Chèjov y las gaviotas”, “El Cristo de los Faroles”, “Gemini” y “Saturno devorando a su hijo”.
Mirar al cielo para hablar de uno mismo
El cielo, el espacio, los planetas y las estrellas son los elementos encargados de darle cohesión a un disco en el que los cordobeses vuelven a hablarnos de sentimientos, inquietudes, anhelos y miedos en primera persona con los que es sencillo conectar. “Me cuesta mucho hablar en tercera persona o escribir sobre algo que no he vivido. Nosotros nunca hablaremos de una limusina como C. Tangana y es mucho más fácil que la gente se pueda identificar con nuestras letras”, bromea Cándido, que en esta ocasión ha añadido unas notas a pie de página que funcionan como guía para aquellas personas que compren el disco y quieran profundizar en su mensaje y localizar todas las referencias. “Siempre había sentido que algunas cosas de mis letras se quedaban para mí o para la gente más cercana porque nunca se explicaban o era demasiado críptico. Con este disco pensé que podía estar muy bien como regalo para la gente que se compra la edición física e investiga, que nosotros todavía somos de esa generación que pillaba los libretos de los discos y se los leía mil veces”.
Cándido se inspiró en “El Libro de las Aguas” de Eduard Limónov, una biografía en la que se utiliza el agua como elemento conductor de un relato que repasa la apasionante vida del autor. “El hilo conductor para contar diferentes vivencias suyas. Anécdotas en la sauna, una historia bajo la lluvia, otra en un río... Y me gustó mucho la manera de usar un único elemento, el agua, para hablar de cosas que aparentemente no tienen nada que ver, y pensé que podría hacer lo mismo con el cielo, algo que me daría mucha libertad para hablar de lo que quisiera”.
Contradicciones y convicciones
Se dice que el camino es la recompensa, que se trata de disfrutar sin pensar en la meta, pero no es menos cierto que en ocasiones se pone muy cuesta arriba. “La banda te exige un nivel de compromiso, y de estar presente, que es difícil compaginar con una vida laboral estable, que es lo que te permite de alguna manera tener una vida adulta”. Ese desgaste provocado por una mezcla de cansancio y dudas existenciales atraviesan algunos cortes de “Cancionero de los cielos”, con letras como “la furgoneta me agobia, a veces pienso que creo que odio la música” o “¿quién quiere salvar el rock si puede estar de fiesta?”.
Si la vida es movimiento, como ellos mismos cantaban en “Ulises” (Aloud,16), estos cambios –fundamentalmente su deriva más pop– deberían reportarles un nuevo impulso. ¿Suficiente para alcanzar el sueño de vivir de la música? “Antes lo veíamos más cerca, de forma inocente, pero cuanto más subes más te das cuenta de lo lejos que está”. Más letras honestas: “Con ceros en la cuenta se vive mejor, bueno, yo solo quería terminar una canción”. La búsqueda de la canción (perfecta), otra constante en este cuarto disco.
Tienen una ambición legítima y han apostado fuerte, pero son muy conscientes de dónde vienen y del trabajo que han hecho para llegar hasta aquí. Siguen siendo jóvenes, apenas han entrado en la treintena, pero no pueden evitar sentirse unos bichos raros, como de otra época, cuando observan en qué se ha convertido tener una banda. “Ahora tocar en un grupo ya incluye hacerse fotos y subir movidas a redes sociales continuamente. Parece que tenemos que trabajar eternamente para grandes compañías como Meta porque al final se trata de darles todo el rato contenido, que más gente pase más tiempo en la aplicación y vean anuncios. Eso me pone de mala leche”, confiesa Cándido.
Ese hedonismo y esa superficialidad, que siempre ha existido, ahora potenciado por las redes sociales, nunca encajó con la personalidad más bien introvertida de los componentes de Viva Belgrado y tampoco con su propuesta artística, una banda que se entrega y aspira a ofrecer “un contenido político, agitador, que hace reflexionar”, dicen. Hacer canciones y tocarlas en directo se ha convertido en su modo de vida, algo a lo que difícilmente podrían renunciar. “Viajamos mucho, conocemos a mucha gente, nos mantenemos muy activos a nivel intelectual y creativo… Y creo que si dejáramos de hacerlo, me arrepentiría mucho; mi vida sería muy aburrida”.
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