VESTIDOS PARA MATAR
EntrevistasCoal Chamber

VESTIDOS PARA MATAR

Don Disturbios — 06-09-1999
Fotografía — Archivo

Los Angeles es dura, pero no lo es tanto por la mitificada violencia de sus calles recogida en «Colors» de Dennis Hopper. Lo es más por el desasosiego que genera el vivir en un área extensísima apenas delimitada como ciudad. Una gran urbe en la que todo el mundo parece encerrado en las fabulosas urnas de cristal de sus hermosos hogares, ajenos a todo lo malo, pero también a todo lo bueno, que sucede en el exterior. Una desazón que plasmaba de forma muy acertada Lawrence Kasdan en «Grand Canyon» (1991). Analizaremos pues a Coal Chamber a través de su ciudad…

El gordo seboso me tenía bien cogido. Una de sus manazas me atenazaba los dedos por la espalda, mientras se servía de la otra para registrar bolsillos y calcetines en busca de algo por lo que detenerme. El otro policía sonríe divertido ante unas explicaciones balbuceadas en un inglés, ágilmente lúcido, en esta pesadilla que no me puede estar sucediendo. Me equivoco, todo es verdad. Tan sólo soy un periodista español que ha tenido la imprudencia de cruzar andando una calle con el semáforo en rojo. De locos. Tras introducirme en el coche y comprobar mis papeles, me sueltan no sin antes aplicarme un severo correctivo. - ¡No se puede cruzar la calle en rojo! ¿Ok?- ¡Que te den por el culo!, pienso cortésmente mientras esbozo una excusa de despedida. Pies para qué os quiero… y corriendo al Trobadour. El sádico show de Genitortures me espera y afortunadamente mañana cojo un avión a mi cálida Barcelona que me sabrá a gloria. Está bien, lo reconozco. Los Ángeles no está hecho para tipos como yo y, francamente, no puedo dejar de preguntarme cómo puede alguien querer vivir en semejante parque de atracciones estúpido, vacuo e injusto. De la opulencia de las colinas del norte vas descendiendo las laderas a través de diferentes capas sociales, que se miden por lo bonito de sus casas, el número de garajes y lo cuidado de su jardín. Tras dejar atrás la zona de oficinas/rascacielos, llegas a unas enormes vías de tren que parten la ciudad como Río Grande separa las dos Américas. Al sur, México en el corazón de L. A. Una realidad muy lejana del mundo de cartón piedra de Beverly Hills, Melrose o Bel Air. Contrastes y más contrastes. Opulencia exhibida sin pudor y con mucha imagen superficial en los escaparates de las tiendas, en los restaurantes, en los coches, en cuerpos y mentes y, como no, también en las bandas. «La imagen de una banda es muy importante porque quieres que la gente te vea con una personalidad fuera de lo normal. El hecho de tocar en un grupo te da la oportunidad de crear como una especie de superhéroe. Recuerdo cuando de chico vi un show de Mötley Crüe y mirándoles a ellos no les podía ver como a gente normal, a mí me parecían de otro planeta. Esa asociación me quedó marcada». Meegs, el guitarrista de origen hispano de Coal Chamber, me contesta en un forzado castellano y plácidamente sentado en el sofá de su habitación en el Hotel Le Park de Los Ángeles. Un hotel que también alberga, lujosamente, a una treintena de periodistas venidos de toda Europa. Roadrunner una independiente que cuenta con una sólida escudería (Fear Factory, Sepultura, Machine Head, Soulfly, Junkie XL, Dog Eat Dog…) apuesta fuerte por «Chamber music», el segundo álbum de Coal Chamber. El éxito de Korn, Limp Bizkit y Deftones les ha puesto las pilas. Sin embargo, sus chicos parece que les han salido algo díscolos, ya que en lugar de encauzar su sonido a la corriente de moda dictada por la producción marca Ross Robinson (productor de Korn, Sepultura, Fear Factory, Slipknot, Vanilla Ice…) se han adentrado en pasajes mucho más oscuros… «Lo que nosotros queríamos es que cuando ellos giraran a la izquierda, nosotros lo hiciéramos a la derecha. El caso es que queremos alejarnos de todo esto, somos un grupo de rock oscuro, somos un grupo de rock, no somos hip hop rock, goth rock sino un grupo de rock que simplemente resulta que estamos muy influenciados por lo oscuro, pero también somos uno de los grupos que tenemos un gran mensaje positivo. Y estamos orgullosos de eso». Esta vez el que me contesta es Dez,vocalista y letrista de Coal Chamber, pero en esta ocasión estamos sentados en la terraza del hotel junto a la piscina. He viajado a Los Ángeles para hacer una entrevista y me encuentro con dos. Mucho me temo que no por ello cobraré el doble. A Dez le acompaña Mike, batería de la banda, pero su presencia será casi testimonial. Quien habla es Dez y quien se sienta sobre sus rodillas debe ser su novia. Es pequeña y parece sentirse cómoda entre los osudos brazos de su tierno novio. Los dos vestidos de negro, los dos se desplazan sobre enormes plataformas, los dos con el rostro taladrado y repletos de tattoos, se acaramelan mientras un servidor sigue preguntando… ¡¡¡Un momento!!!, pero ¿qué han hecho estos insensatos? ¡Renunciar a lo que está de moda!, ¡Girar a la derecha cuando los demás van a la izquierda!, ¡se han vuelto locos! ¿Cómo se le puede volver la espalda a la moda en una ciudad donde los adolescentes viven esclavizados por ella? Una ciudad en la que todos parecen empeñados en practicar el más rudo rap-core del mundo a costa de las infladas carteras de sus progenitores. Los jóvenes blancos de clase media inundan las calles y los clubs de un bullicio desafiante de lo más simple. Emanan una especie de desafío chulesco y buscan la más mínima ocasión para demostrar quien es el más macho, es decir, el más burro. Pero quizás Coal Chamber no se hayan equivocado. Quizás tan sólo hayan incidido un poco más en un registro que, por otro lado, ya se vislumbraba en su álbum de debut. No hay duda de que su atronador goth-rock tiene mucho más que ver con Marilyn Manson que con el hip hop metal de Limp Bizkit, sin embargo sirve igualmente para canalizar toda esa energía que los más jóvenes se empeñan en desperdiciar mientras se sienten diferentes, liberados, únicos y satisfechos. o me invento nada. Durante mi segunda noche de estancia en el Hotel Le Park nos han invitado a una barbacoa en la terraza y aunque la carne y el maíz son de primera calidad, el ambiente es algo frío. Uno siempre imagina estas fiestas bajo el influjo cinematográfico y lamentablemente no habrá ni rubias en la piscina, ni bandas amigas de la banda homenajeada, a excepción de unos Stuck Mojo enfrascados en plena competición de «a ver quién engulle más hamburguesas». Ante el escaso glamour de la situación, decido moverme. La noche se abre llena de posibilidades y quiero tomar una copa en el mítico Whiskey A Go Go (8.901 Sunset Boulevard). Al entrar, el local me decepciona. Uno siempre imagina grandes dimensiones cuando recrea mentalmente conciertos que van desde los Doors a los Led Zeppelin, pasando por los Who o los AC/DC, en cambio me encuentro con una sala no mayor que el barcelonés Bikini (sobre las ochocientas personas). Desgraciadamente hoy no hay ninguna actuación de renombre. Hay un concurso de bandas locales, cuyo vencedor actuará como telonero del show de Scorpions y Mötley Crüe de la semana que viene. Pese a lo heavy del cartel, excepto uno de los grupos todas las bandas practican hardcore punk típicamente angelino. El público está compuesto por los diferentes colegas de los grupos (seis en total) y, con gran fidelidad, mientras sus amigos tocan en el escenario, se empeñan en demostrar quién es más bruto pogue-ando, como si eso también puntuara ante los jueces. La media está entorno a los dieciséis años y varias personas me han pedido que les vaya a comprar una cerveza, porque yo sí llevo el sello del local en la muñeca que me autoriza a consumir alcohol. No hay humo de cigarrillos y si me liara un porro en el local, me mirarían con cara de espanto absoluto por el atrevimiento. Ante tamaña represión es normal que los jóvenes exploten extremando sus ropas, haciéndose tattoos, piercings, luciendo extraños peinados y adoptando una actitud que, la verdad, me tiene hasta los cojones. Decido irme a emborrachar a otra parte. (Dez) «¿Conoces el Roxy, en Sunset Boulevard? Tocamos en ese club para diez personas, pero siempre tienes que estar allí. Tienes ir a esos clubs y tocar. Si crees que vas a venir a Los Ángeles a vivir en una casa bonita y vas a encontrar un sitio donde tocar cada noche y sobrevivir, estás equivocado. Tienes que venir aquí, tienes que tocar cada noche, y tienes que ensuciarte»… Pero no todo va a ser negativo en la ciudad, también podemos encontrar grandes cosas. Entre ellas, el hecho de que todos los conciertos de los clubs valgan lo mismo: diez dólares. Pese a e

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