Hace 21 años decidieron dejarlo, y tras algún intento fallido por regresar, el homenaje a Rafa Fustes, insigne dueño del icónico Flamingo Bar de la Malasaña de aquellos años, los volvió a reunir sobre el escenario. La respuesta fue tal que ahora no hay quien pare a unos Vancouvers que están viviendo una segunda etapa de juventud que los está llevando a recorrer buena parte de escenarios estatales y por el cual nos reunimos con Marta Romero y Juan Santaner, núcleo duro de una banda que completan Ángel Cubero y Kiki Tornado. La próxima y ambiciosa parada: el próximo viernes 18 de enero en la sala Joy Eslava, dentro del ciclo de conciertos Escenario Eslava.
No os quiero hacer sentir viejos, pero nací un año antes de que os formaseis. ¿En algún momento os hubierais planteado, allá por finales de los ochenta, que estaríais más de treinta años después en activo, siendo entrevistado por un tipo que tenía un año de vida cuando ensayasteis por primera vez?
Marta: Yo sí, en aquel momento creía que eso sería para siempre.
Juan: Yo no, no confiaba ni de coña.
¿Cuándo dejaste de confiar?
Juan: Cuando nos disolvimos hace 21 años: no veía nada claro que pudiéramos volver. Yo he seguido trabajando en este mundo y sé lo que cuesta manejar un proyecto como éste, y mucho más si tenemos en cuenta cómo ha cambiado la industria. Tienen que darse una serie de circunstancias que lo hagan posible, que es lo que nos pasó hace unos meses.
Marta: Ya, eso sí… pero él nos preguntaba si creíamos, cuando empezamos, si sería para toda la vida, y yo sí lo creía.
¿Cuál fue la razón por la que lo dejasteis?
Marta: Fue una acumulación de despropósitos…
Supongo que hubo alguno que pesó más que otro…
Juan: Estábamos casados. Ya está, no hay mucho más…
La banda se disolvió cuando os ‘disolvisteis’ vosotros, entonces.
Juan: Sí, más o menos.
Marta: Bueno, Ángel se fue antes. Ya había mal rollo en el grupo, y Ángel decidió irse a Mallorca; y quizás eso fue el desencadenante definitivo para tomar la decisión de dejarlo.
¿Tenéis recuerdo del último concierto? ¿Fue una bomba de humo o algo organizado?
Juan: No recuerdo… creo que fue en Valencia. Hay muchísimas cosas que se me borraron de la mente. Creo que fue en Valencia.
Marta: No, fue en Barcelona, creo… en la Bikini con Pyramidia.
En realidad, da un poco igual: la pregunta es más sobre el cambio radical de cómo era el circuito en 1996-97 y lo que es el 2018. Casi no quedan salas de aquella época: la Sol y la Siroco, apenas. ¿Cómo os veis vosotros en este ecosistema?
Marta: Yo es que he estado fuera del circuito y estoy muy fuera de todo, no tengo para nada el pulso de lo que queda y de los cambios que hay con respecto a hace veinte años.
Juan: Yo, al contrario: he estado muy dentro y ha cambiado absolutamente todo, es impresionante. Hasta en las cosas más aparentemente sencillas: ahora se usan términos como backline, rider, DUI…
Marta: Al ‘pipa’ le llaman ‘backliner’ ahora… (risas).
Juan: Antes llegabas a una sala y podía haber monitores o no. Tocabas con la PA a todo rabo y los amplis al 10 de volumen. Ha cambiado muchísimo en esas cosas, pero también en la cantidad de público. Recuerdo que la última vez que tocamos en Bilbao hicimos dos sesiones, metiendo 400 personas en cada sesión: eso es muy gordo. Tampoco había festivales, prácticamente…
Marta: Recuerdo que fuimos al Doctor Music Festival, que se hacía en los Pirineos.
Juan: Sí, ahora vuelve el festival, además: a ver si nos llevan de nuevo. Pero los festivales eran más pequeñitos, eran casi como fiestas de pueblo… no existían festivales para 40.000 personas al día. Era todo más intenso y más inocente. Ahora se manejan otras cifras y otras cuestiones. Nuestra idea es seguir tocando muy honestamente y a nuestra bola: éramos autogestionados entonces y lo seguimos siendo ahora, sin presiones.
¿Os sentís (perdón por el calificativo) “viejos” en el nuevo circuito?
Juan: Yo todo lo contrario. Soy muy de la época de Fugazi y Hüsker Dü y creo que el sonido que tenemos está más de actualidad que nunca. De hecho, hoy he estado con el promotor de un festival y hablábamos de mi caso personal como manager: he pasado de seguir trabajando con artistas grandes [NdeR: Juan Santaner trabajó durante años con Nacho Vegas, Sidonie, etc. en I’m An Artist; y desde hace unos años dirige Industrias Bala, con artistas como Perlita, Virginia Maestro, Captains, Cápsula…] y desarrollar artistas más pequeños. Creo que Vancouvers, musicalmente, estamos muy por delante de la mayoría de artistas del circuito alternativo.
Marta: Eso es verdad. También es verdad que en nuestro público no hay nadie de 30 años: todos son de 40 para arriba. Todo sea dicho. Nos hemos convertido en referentes.
Juan: Quizá nuestro mayor problema es que éramos un grupo muy raro en nuestro momento: nos fue muy bien, pero nunca dimos ese salto a la masividad. Pero musicalmente siempre se recibió nuestra propuesta como fuera de circuitos, y mucho más transversal.
"Éramos demasiado punkis para los rockeros y demasiado rockeros para los modernos"
Es cierto que estuvisteis en un momento bisagra: entre el fin de la Movida, el nacimiento de movimientos alternativos como el indie o el Xixón Sound, la expansión pop del grunge…
Juan: Sí, es cierto. Aquí antes que la idea de “indie” se hablaba incluso más de la de “noise”.
Pero sí que hubo una serie de grupos de aquella escena que consiguieron repercusión mediática: Dover, Australian Blonde… ¿Os daba cosa?
Juan: A nosotros nos troleó el público de Dover en las Fiestas de Girona: los vieron a ellos y cuando salimos nosotros se fueron, no quedó casi nadie. Nos quedamos a cuadros. Era el momento en el que grupos como Los Planetas y Australian Blonde empezaban a encontrar a su público, también…
¿Qué diríais que os faltó a vosotros para tener esa parcela de público más grande que sí tuvieron otros grupos contemporáneos a Vancouvers?
Juan: Creo que estábamos demasiado metidos en el circuito de Malasaña, que tenía un punto rockero que daba mucho respeto, pero no tenía ese empaque cool o moderno que sí tenían esos otros nuevos grupos alternativos. En ese entonces ya existía la división entre Ruta 66 y Rockdelux, y Rockdelux de nosotros pasaba, pero sí abrazó a todos aquellos grupos modernos. Estábamos más identificados en la parcela rockera, pero nos veían casi como punkis. Éramos demasiado punkis para los rockeros y demasiado rockeros para los modernos. A la vez, esto confirma que estábamos en nuestra propia bola, pero a la vez es un problema…
Marta: La crítica nos ha respetado siempre. No recuerdo que nos hayan dado ningún palo: si hablaban, hablaban bien. Estábamos muy mimados, y creo que ha sido una de las cosas que nos ha permitido volver. Quizás si en aquel momento hubiéramos hecho un cambio para poder adecuarnos al sonido que estaba funcionando, nos hubieran dado la espalda los medios especializados. Pero siempre nos mantuvimos muy firmes en lo que queríamos hacer.
Hay dos términos que, al hablar de vosotros, se utilizan mucho: “banda de culto” y “banda maldita”. Este último iba un poco ligado también a la mala elección de los sellos, que o bien cerraban, o bien os ninguneaban, o bien hacían tarde y mal su trabajo…
Juan: Esa sensación es posterior. Cuando estábamos tocando no teníamos esa percepción: el grupo tocaba mucho, llevaba gente, sacábamos discos, nunca bajamos el ritmo.
Pero, a nivel gestión, ¿os sentís un “grupo maldito”?
Marta: Nos fiamos mucho de amigos, fuimos muy inocentes, nos dejamos embaucar por gente de nuestro entorno que, de repente, nos dejaba con el culo al aire. Pecamos un poco de poner la amistad por encima de otras cosas.
Juan: Sí, hubo mucha mala suerte con los sellos. Cada uno fue una aventura distinta, la mayoría inconfesables que no puedo contar… El primer disco nos lo sacó un sello catalán que estaba especializado en música disco, y que alguien les dijo que lo que se iba a empezar a llevar era el rollo nuestro, y nos pillaron a Cancer Moon y a nosotros. Es maravilloso, porque nos alquilaron un estudio en Barcelona 15 días, nos trajeron a Alex Chilton como productor, hotelazo…
Claro, daba la sensación de que ibais a ser unas rockstars.
Juan: Sí, pero el sello desapareció a los seis meses, y al director del sello, Ricardo Dorá, lo metieron en la cárcel. De hecho, no sé si sigue preso por movidas administrativas. Era tan maldito que contrató a unos sicarios para que le dieran una paliza a un tío y casi lo matan, lo dejaron en silla de ruedas, y no era el tío al que le quería dar una paliza: se equivocaron, querían darle una paliza a un DJ que se había ido a otra compañía y se la dieron a otra persona.
No sé si eso de ser un grupo que podía pertenecer a varias escenas y a ninguna a la vez hacía que se os hiciera difícil encontrar aliados.
Juan: Quizá en Madrid nos pasaba más, porque si bien estábamos metidos en el ‘Sonido Malasaña’, el grueso de los grupos de aquella escena era más rockero: Pleasure Fuckers, Los Enemigos, Sex Museum… pero fuera no; sobre todo con grupos vascos y navarros como Cancer Moon, Los Clavos o El Inquilino Comunista compartíamos muchas cosas. Pero no se puede decir que hubiera una “escena”. Era todo muy de guerrilla. El noise o el indie sí consiguieron mayor cohesión, y hacer una escena.
Marta: En Malasaña coincidíamos con muchos grupos, íbamos a los mismos bares, compartíamos música… pero más allá de eso, no había algo como una “escena”; y si lo había, nosotros no nos sentíamos tan parte de ella.
Pero Malasaña es al final la causa por la que os volvéis a reunir. Concretamente, por la muerte de Rafa Fustes, dueño del Flamingo, que era el espacio central de peregrinación de aquella ‘movida’ de los ’90. ¿Por qué decidisteis que ahora sí teníais que volver? ¿Solo por lo de Rafa o sentíais que había una cuenta pendiente?
Juan: Porque era el momento y el sitio indicado. No había habido demasiadas oportunidades: hubo una hace ocho años que no salió (risas)…
Marta: Y no me lo perdonó. Lleva diez años sin perdonármelo.
Juan: Nos habían pedido en la sala El Sol que participásemos en el 30º aniversario… y no llegamos a ensayar ni una vez: no pasamos del bar (risas). Y ahora fue automático: pasó lo de Rafa, nos lo sugirieron y nos encontró en un momento vital y a nivel de grupo que nos apetecía a todos. Posiblemente el que estaba más pesado es Ángel, que de vez en cuando nos escribía mensajes tipo: “Yo estoy ensayando, ¿y vosotros?”. Pues yo no, ¡si he vendido los amplis!
Marta: A Ángel también le coincidía que se terminaba L.A., con el que estuvo tocando todos estos años, y supongo que tenía más tiempo para poder hacer esto.
¿Y tú, Marta? Porque Ángel estuvo en L.A. y otros proyectos, Juan ha seguido en la música con Jet Lag y luego siendo mánager… Pero de ti poco se sabe. ¿Qué has estado haciendo?
Marta: Huir de Juan (risas). No hice nada musical. Si un grupo de amigos me dice que me suba a cantar lo hago, pero estuve unos años en los que no quería coincidir con Juan… no tengo conocimientos musicales, además. Pero sobre todo era porque a nivel personal quería contar con todo ese entorno, y necesitaba separarme a todos los niveles. No voy a entrar en la intrahistoria del porqué porque no viene al caso.
¿Pero ni siquiera de manera privada te picó el gusanillo para hacerlo con otra gente?
Marta: Lo máximo que he mantenido musicalmente ha sido estar en coros. Pero dentro del contexto de una banda, para mí Vancouvers era el sitio definitivo donde estar: se componía todos juntos en el local, íbamos completando las cosas que traían otros; y meterme en otro sistema me superaba. Si a eso le sumas el dolor de la ruptura y todo eso, pues más complicado todavía. Preferí disfrutar la música desde el punto del fan. Hubo alguna que otra tentativa para volver, y yo dije que no, y no sabemos lo que hubiera pasado; pero yo pasé muchos años descartando la posibilidad de hacer nada. Quizás no haber hecho nada fue un acto de cobardía mía, pero necesitaba hacerlo de esa manera. Ahora no hay malos rollos, todos tenemos ganas y todo va fluyendo.
Juan: Fueron tres ensayos que hicimos para probar, y fueron tan cojonudos que quedó claro que teníamos que volver a tocar, aunque sea sin presiones ni demasiados planes. Yo seguí tocando un tiempo con Jet Lag, pero llevo mucho sin tocar. Pero Ángel y Kiki han seguido tocando profesionalmente, y eso ayuda a que cuando nos metimos en el local la cosa fluya de otra manera. Ya sonábamos nada más enchufar los instrumentos.
¿Y hasta qué puntos os sentís necesarios en el circuito ahora mismo?
Juan: Yo creo que somos necesarios sobre todo por nuestra actitud, por la manera que afrontamos el hecho de formar parte de una banda. Éramos una guerrilla: hacíamos el merchan, la hoja de ruta, yo hacía de mánager… hacíamos todo juntos, éramos autosuficientes y muy valientes, y esa actitud desinhibida se ha perdido un poco en las nuevas generaciones de bandas. Creo que en ese sentido tenemos mucho que aportar. El tercer disco, que es el mejor, lo hicimos nosotros: montamos un sello para ello. A mí como mánager me cuesta mucho encontrar proyectos que suenen personal; y creo que nosotros lo éramos hace más de 20 años y lo seguimos siendo ahora. Ahora mismo, la mayoría de grupos me parecen una copia del de al lado.
Y a nivel comercial, ¿hay lugar para Vancouvers como producto?
Juan: Sí. Lo estoy viendo, y estoy sorprendido que lo haya. La mayoría de las personas con las que he hablado para que toquemos me han dicho que sí. Solo hay un ‘no’, que no lo puedo decir…
Venga, dilo, mójate.
Juan: Es un ‘no’ de un medio: Rockdelux. Nos dijeron que no les interesaba hacernos entrevista.
¿Por qué?
Juan: Dicen que es un tema editorial. Supongo que porque nos ven como un grupo ‘revival’.
Es verdad que el concepto de ‘revival’ se ha puesto algo de moda en estos últimos años en el circuito. Hay varios grupos de vuestra generación como Sobrinus, Los Enemigos, Yoghourt Daze, Superskunk... que han vuelto estos últimos años. ¿Por qué creéis que se da esto?
Juan: No lo sé. No creo que sea por nostalgia: si sonasen mal esos grupos estoy seguro de que volverían. Con Jet Lag nos pasaba eso, de hecho: éramos muy irregulares, y dábamos grandes bolos, pero también bolos mediocres, y a mí eso no me gusta. Yo creo que todas esas bandas tuvieron, por el motivo que sea, algo que los ha hecho volver a querer volver, aunque sea con una intensidad diferente.
Marta: El escenario engancha, y eso se nota mucho cuando vuelves a subirte a uno.
Juan: No tenemos presión alguna, además: ni disco nuevo ni aniversario de algo ni nada. Hemos pensado en grabar algo, aunque aún no hemos avanzado mucho en eso. Tenemos libertad absoluta, y nos sentimos cómodos porque no hay que rendir cuentas a nadie.
Quien no os conozca y os escuche se puede hacer una idea clara del sonido. ¿Seguís sonando igual que hace 20 años o habéis actualizado el sonido a algún nivel?
Juan: Sonamos más potentes y más sólidos. Se nota mucho en las bases. Hay dos músicos que han seguido tocando, yo toqué durante muchos años después de Vancouvers y sigo manejando muy bien mis herramientas y tengo un oído más desarrollado… No queríamos revisar las canciones y actualizarlas: queríamos volver a descargarlas como las hacíamos entonces.
¿Y tú, Marta? ¿Ha habido pánico escénico o fluye fácil?
Marta: Creía que lo iba a tener, porque estuve tantos años despegada de esto que creía que sería difícil acoplarme de nuevo. Además, como Ángel vive en Mallorca, me obligan a ensayar el día anterior todo el día, y tengo miedo de que se me rompa la voz… y en el primero de los bolos me costó sacar la voz; pero en el segundo ya iba rodado. Pero pensaba sobre todo en los amigos, en mi hija que estaba en primera fila, en la gente que se acercaba a vernos con ilusión… no quería defraudar a nadie, y creía que tendría más nervios y que la presión podía darme miedo; pero en cuanto salí al escenario, miré a Juan, a Ángel y tiré para adelante sin miedos.
Juan: En El Sol salimos súper cómodos, sin ningún tipo de nervios y, lo siento, pero muy sobrados. No nos costó nada ni sentimentalmente ni musicalmente: estamos en forma, somos esto. Yo veo el directo o escucho los discos y me vengo arriba con una facilidad pasmosa: nuestros discos han resistido al paso del tiempo mucho más que la mitad de la discografía de Los Planetas.
Ahora os vais a enfrentar a un escenario exigente, como el de la Joy Eslava.
Juan: Nosotros en aquella época llegamos a tocar en el Revólver, que cabían unas 900 personas, algo menos que en la Joy. Era la sala grande de música alternativa. La sala Sol se nos quedaba pequeña en la última época, y hacíamos doblete.
Marta: A mí no me da miedo el escenario, pero sí que venga poca gente.
Juan: Eso no va a pasar.
¿Qué tenéis pensado para el bolo en Madrid dentro del ciclo Escenario Eslava?
Juan: Puede que haya algún invitado especial… pero tampoco queremos desvelar mucho.
Con el tiempo, ¿habéis visto si hay algún heredero de Vancouvers? ¿Hay algún mini-Vancouvers en la escena actual?
Juan: Creo que no. A nosotros en los fanzines de entonces nos llamaban “los enanos intelectuales del rock”. Y estoy muy orgulloso de ello: hacíamos música muy rara, y escuchábamos música muy de melómanos con Rafa en el Flamingo; y era música que la mayoría de gente no escuchaba: Matthew Sweet, las caras b de R.E.M., Fugazi, Stiff Little Fingers, The Lovin’ Spoonful, The Saints… hicimos versiones de muchas de esas bandas, éramos muy culturetas. Yo creo que el indie de los últimos diez o quince años son muy copia de sí mismos, pero la gente no ha llegado a las fuentes. Están copiando a la copia de la copia de Bunbury, por lo general. El sonido del “indie español” es dantesco: cuando vienen los guiris aquí y ven a muchos de los grupos no entienden nada. Creo que es un problema cultural en toda España, y es que la gente tiene horizontes muy cortos, y no hay casi influencias externas. Hay un radio más amplio en el trap o el hip-hop que en el indie.
"Nuestros discos han resistido al paso del tiempo mucho más que la mitad de la discografía de Los Planetas"
¿Hay algo del rock and roll de antes en el trap de ahora?
Juan: Yo lo pienso. Mi hijo escucha mucho hip-hop, y muchas veces lo pienso. Es un fenómeno global, y cuyas letras y estética y artificios son muy punk, pero con una perspectiva contemporánea. Los festivales de indie ahora mismo son como Disneyworld: la gente va a festivales como ocio, de vacaciones, y no como una actitud frente a la vida. The Clash en su momento se dejaban la vida en los conciertos, y ahora es otra cosa muy distinta.
En vuestro CV hay algunas cosas especialmente curiosas: una es que tanto Alex Chilton como los Young Fresh Fellows versionaron canciones vuestras. Suele suceder al revés. ¿Os da eso cierto empaque de grupo de culto incluso a nivel internacional?
Marta: Porque las canciones eran muy buenas, había una magia especial. No se nos podía etiquetar. Y, además de oír mucha música diferente, creo que teníamos muy buen gusto, y el buen gusto no abunda en el grueso de las bandas.
Juan: Recuerdo que a Alex Chilton le dimos una casete, y nos escribió un amigo diciéndonos que había versionado la canción en un concierto en Manchester, porque la había escuchado, le había molado, la sacó y la tocó. No hubo conversaciones previas ni amiguismos ni nada: había grupos de fuera que nos admiraban. Quizás si escuchas los discos ahora te pueden parecen menos personales porque han pasado más de 25 años; pero si nos ponemos en el contexto de 1992, éramos un grupo único, nadie hacía lo que hacíamos nosotros. Y a los grupos de fuera les llamaba la atención.
¿Creéis que la gente que no os conoce y se ponga Vancouvers ahora puede conectar? ¿O que, por haber pasado tanto tiempo, se corre el riesgo de que se os vea como un grupo más?
Juan: Puede ser. Pero, aun así, seguimos tocando tan rápido y tenemos canciones tan potentes, que solo por eso, aunque estilísticamente haya habido muchos grupos que han desarrollado este registro estas décadas, seguimos siendo especiales y merece la pena venir a vernos. De hecho, una discusión que tenemos ahora es no acelerar más las canciones: tenemos una tendencia a empezar a pedalear y meterle una velocidad brutal. Metíamos 17 canciones en menos de 45 minutos.
Otra de las curiosidades es la de sois la primera producción no-asturiana de Paco Loco. ¿Sois los que habéis sacado del pueblo a Paco Loco y lo reconvertisteis en uno de los productores-insignias del indie español?
Juan: Espero que sí, probablemente sí, de hecho. Yo a Paco lo considero uno de mis tres mejores amigos: a él y a [su esposa] Muni.
Marta: No recuerdo cómo llegamos a él, de hecho.
Juan: Porque alguien nos puso a Los Sangrientos, que es un trío en el que tocaba él, y las canciones no tienen letra, eran como onomatopeyas, y era un grupo que sonaba increíblemente bien. Nos parecía que sonaban más singulares y potentes que cualquier grupo que se iba a un estudio a Madrid a grabar con el productor guay de turno. Y tiramos para Asturias, porque nadie lo conocía. Él en su libro lo cuenta, también: tiene muy buen recuerdo de aquella grabación, y siempre ha hablado maravillas, y dice que es una de las diez producciones que lo han marcado, junto a otros artistas internacionales. Yo no he vuelto a grabar con otra persona que no sea Paco Loco desde que lo conocí.
Eran discos muy difíciles de encontrar incluso en los ’90. Pero, por lo que he buceado por blogs de la época de Rapidshare y Megaupload, también los MP3 eran casi de coleccionista. Ahora están en Spotify. ¿Tenéis planes de reeditarlos?
Marta: A mí incluso me da pena que estén al alcance de todos. Me gustaba ese carácter medio oculto que habían acabado teniendo los discos.
Juan: Reeditarlos no sé, pero sí queremos hacer una recopilación, y que incluso puedan tener un par de canciones nuevas rarísimas.
Entiendo que, de momento, no hay fecha de fin. ¿Llegasteis para quedaros?
Juan: Hoy he cerrado conciertos para agosto. De momento, mientras haya cosas que hacer, vamos a seguir al pie del cañón. Yo puse como condiciones no tener local de ensayo y no hacer una gira tocando en cualquier sitio: quiero que hagamos conciertos bonitos en sitios que nos den ganas de ir y que nos aporten algo. Como manager lo hago con Australian Blonde: ellos me pusieron la condición de que las cosas que hagan sean con buenas condiciones y en sitios que esté bien que la banda vaya a tocar. No queremos quemarnos, queremos tener cuidado, y no entrar en rutinas innecesarias. Me gusta que cada ensayo sea diferente, que cada concierto nos lo tomemos como el primero y el último. Yo dejé la música por la rutina, y no quiero que vuelva a ser por eso. En el momento en el que un grupo empieza a tener objetivos y rutinas ya se empieza a decepcionar.
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