“Quizá sea cierto que tengo que pasar por todo lo que estoy pasando para poder hacer la música que hago”, reconoce John Grant casi al final de nuestra larga conversación telefónica. Grant está pasando unas semanas en Berlín, desde donde está prepara una pequeña gira por Europa acompañando a Wilco y tocando en solitario. Ninguno de los dos quiere colgar, pero yo me encuentro sin palabras. De hecho, hace un buen rato que las preguntas que tenía preparadas se han ido, con perdón, a la mierda. Conceptos como influencias, producción, industria, trayectoria o detalles logísticos se antojan menores y hasta inapropiados cuando hay una persona que se está desgarrando emocionalmente al otro lado de la línea. “A veces siento que tendría que haber seguido bebiendo, consumiendo cocaína y escapando, porque es muy duro afrontar todo esto. Hay gente ahí a la que puedo acudir. Lo que me dicen es que todo va a estar bien, ellos lo creen, pero tengo que ser yo quien lo crea. Me gustaría no tener que pasar por esto. A veces creo que mi cabeza va a explotar, porque no entiendo nada. Pero bueno, luego te despiertas y ahí está un día nuevo”.
Tras confesiones como ésta, de las cuales la conversación está repleta, hay momentos en los que el silencio es estruendoso. Pero pongámonos en contexto. Hace una década, John Grant era un músico que disfrutaba de un moderado éxito al frente de The Czars, un interesante grupo de shoegaze y pop ambiental establecido en Denver. El grupo se disolvió por el motivo por el que se disuelven todos los grupos y John decidió mudarse a Nueva York, donde pasó temporadas sirviendo mesas y trabajando como intérprete en un hospital, y donde, por encima de todo, continuó peleando por superar sus crónicas tendencias depresivas y sus problemas de adicciones. El contacto con la música le venía a través de la relación que conservaba con grupos como The Flaming Lips o Midlake, con quienes tocaba en directo ocasionalmente. Un día Tim Smith, cantante de Midlake, le hizo una propuesta irrechazable. El grupo iba a grabar las canciones de lo que sería su nuevo disco (“The Courage Of Others”) en el estudio que posee en Denton. Smith propuso a Grant ayudarle a grabar otro disco en el tiempo libre entre sesiones, éste con canciones del propio Grant. Midlake al completo haría las veces de grupo de sesión. Grant aceptó. El resultado es “Queen Of Denmark”, un trabajo marcado por la infancia perdida, la adicción a las drogas y al alcohol, donde también hay espacio para abordar una atormentada homosexualidad y hasta sus impulsos suicidas, pero que, lejos de resultar desolador, se caracteriza por una limpieza y una naturalidad apabullantes. “Ahora que ha pasado un año desde que fue grabado me doy cuenta de que a estas canciones las ha salvado el humor. Es el principal motivo gracias al que puedo escuchar este disco. Hablo abiertamente sobre cuestiones muy personales, doy opiniones, lo que cuento podría no agradar. Pero el humor es humano y unifica, la gente se puede sentir más identificada cuando hay humor”, explica Grant, que ingresó voluntariamente en una clínica al terminar la grabación, asustado por sus propios pensamientos. Hoy se muestra animado. “Adoro las canciones, tengo una relación muy positiva con el disco. Cuando pasas por los estados por los que tienes que pasar para poder crear pierdes la perspectiva totalmente. Ya no escuchas nada. No sabes lo que la gente va a decir”. Y lo que ha dicho la gente y publicaciones de referencia como Mojo o Uncut a lo largo de 2010 ha llegado en forma de elogios unánimes ante un trabajo que, por la belleza de algunos de sus pasajes, es uno de esos discos que pueden resultar una amenaza para quienes tienden a experimentar síntomas característicos del síndrome de Stendhal. Pero no es “Queen Of Denmark” un álbum únicamente preciosista, únicamente clásico. Está compuesto a partir del piano, pero, dentro de su aire general de soft-rock años setenta, tiene su punto burlesque y hasta vacilón. Está grabado, eso sí, sin ningún miedo a sonar bien, algo que unos instrumentistas como los miembros de Midlake pueden ayudarte a conseguir como quizá ningún grupo podría ahora mismo. Las dudas de Grant venían azuzadas por su delicada estabilidad emocional. “Escribí algo en Nueva York, pero no mucho. Creo que simplemente me tomé un descanso. No tenía seguridad ni tenía planes. Trabajé en restaurantes durante dos años, no sabía qué iba a hacer, ni siquiera sabía si alguna vez volvería a grabar. Pero esos trabajos me vinieron muy bien para salir de mi cabeza. Cada día peleo para poder salir al mundo. Grabar el disco es algo que me ha ayudado mucho”. Pregunto si la música no es una suerte de terapia. “Mi implicación es muy grande, casi insoportable. Para mí es inevitable hacerlo así. Estoy intentando mirar dentro de mí y aceptar lo que veo. Necesito saber si puedo vivir con lo que soy. Hasta ahora este disco es lo más cercano que he tenido a disfrutar en el estudio, pero al mismo tiempo ha sido muy doloroso. Todo estaba sucediendo mientras lo grababa. Me gustaría hablar de la belleza, de pasarlo bien, de ser joven. Espero poder hacerlo algún día”. Mientras llega ese día, Grant tiene ante sí un duro camino. “La gente pasa por la misma mierda por la que paso yo, así que a nadie le puedes importar realmente. Porque no eres especial, sólo eres una persona. Me resulta difícil llegar a darme cuenta de los motivos por los que yo puedo importar. Pero por otro lado pienso que estoy aquí. Estoy aquí y tengo contacto con gente cada día. Tú y yo estamos hablando ahora mismo, importamos”.
Es cierto que una persona llorando por sus miedos e inseguridades es igual a cualquier otra, y darte cuenta de eso puede llegar a ser demoledor. “Utilizamos todas estas lenguas para comunicarnos. Un lenguaje reduce las realidades pero en esencia cada persona tiene una manera única de mirar las cosas. Reconocemos las referencias y los conceptos que hay tras los lenguajes, pero no es posible estar dentro de la cabeza de otra persona. Eso sí nos hace únicos”. Grant habla con amabilidad, sin afectación, sin muecas de victimismo. Está haciendo algo bueno, pero no lo está pasando bien. Intento cerrar la conversación en terrenos menos angustiosos para él, para mí y para quien lea la entrevista una vez publicada, y le pregunto por su método de trabajo. La respuesta es toda una lección de composición, con un final tan certero como críptico. “Normalmente el proceso empieza a partir de una idea, una sensación. Al final todo se basa en juntar piezas. Todos trabajamos con lo mismo, todos los músicos estamos haciendo el mismo puzzle. Las piezas encajan, pero tienen formas diferentes. Yo me siento al piano y hago progresiones de acordes. Cuando tengo lo básico, lo fácil, lo que me sale naturalmente, empiezo a pensar en las cosas que me gustan, en los estilos que me gustan, en lo que puedo ir aportando. Qué he aprendido de todo eso, qué puedo incluir aquí que convierta lo que estoy haciendo en algo nuevo y especial. Y, básicamente, intento hablar de lo que me está pasando. A veces te dejas ir y de repente te das cuenta de que estás cantando una canción de Radiohead, pero no pasa nada. Como músico y como alguien que ama la música, es imposible no estar influido por lo que has escuchado. Tienes que dejar salir todo lo que hay, estar absolutamente abierto a usar absolutamente todo. Puedes hacer cualquier cosa siempre y cuando, y esto es lo más importante, te quites de tu propio camino. Lo importante es quitarte de en medio”.
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