Gruff Rhys está cansado y a la hora de la entrevista (la última de una larga serie) ha caído la fría noche invernal y, en vez de correr despavorido por el bosque como Hansel y Gretel, debo sentarme en un sofá rodeado de estridentes niños hijos de turistas del hotel (¿nadie ha visto a Herodes por aquí?) mientras la gripe anual manifiesta orgullosa su victoria sobre mí y mi ya de por sí nasal acento inglés. Así que imaginen mi estado de ánimo durante la entrevista la próxima vez que piensen que hacer de crítico musical es divertido. Por suerte, aunque tarde tanto en decirlas, Rhys es de los que dice cosas. La primera, por supuesto, si éste álbum en solitario que ha venido a presentar tiene algún efecto colateral en su vinculación con Super Furry Animals, la banda madre. “No, qué va. Todo vino de una visita habitual a Gorwell Owen, un amigo que es a la vez productor de varios discos de los SFA. Llevaba conmigo una serie de ideas para canciones y cuando las reproducimos en su estudio me di cuenta de que sonaban acabadas, aunque de un forma muy básica. Así que las grabamos. Con la banda, bien. Acumulamos montañas de canciones ya que varios componemos y tenemos nuestros propios proyectos o ideas. Por esa razón hemos decidido ser como Wu Tang Clan o los Beach Boys, un grupo cuyos miembros editen proyectos personales a modo de discos satélite. Creo que aún nos quedan muchos discos que sacar con la banda, así que es saludable que nos oxigenemos con proyectos diferentes”. No es este caso el habitual de un solista de banda reconocida que se dedica a un proyecto propio... que acaba sonando igual que la banda (¿alguien ha dicho Ian McCulloch? Han cantado bingo).
"Mis letras son tan malas en un idioma como en otro, así que casi mejor que el disco sea corto y la gente no lo entienda" |
Al contrario, el debut “solo” de Rhys se sitúa al otro extremo de los discos de la banda. Si los SFA se han empeñado en orquestar cada vez más sus obras, “Yr Atal Genhedlaeth” es un disco sin piel, adornos ni protección, corto, desnudo e inofensivo. “Sí, con los SFA se trata siempre de ver hasta donde podemos llegar orquestando y adornando. Es que cada vez que grabamos pensamos que es la última oportunidad antes de morir que nos van a dejar o en la que vamos a tener presupuesto para meter una sección de cuerda, por ejemplo. Y la aprovechamos. Así llevamos siete discos... Por eso en el mío he querido hacer justo lo opuesto. Como no creo que repita con otro disco propio, he pretendido sonar todo lo primario que he sido capaz. Me gustaría poder tocar las canciones en una cueva cuando la Europa occidental se quede sin electricidad. Si hay un holocausto nuclear no sé si tendré público pero yo podré interpretar mis canciones en cualquier lugar. Muchas son apenas ritmo y melodía vocal. Por eso da igual que sean en galés. Total, mis letras son tan malas en un idioma como en otro, así que casi mejor que el disco sea corto y la gente no lo entienda”. Como en muchos grandes discos (y no digo que éste lo sea, que no) aquí se demuestra que la música es una fuerza primaria y que a veces todas las capas superpuestas al impulso primigenio no son más que embellecedores, como la crema hidratante, los relojes fashion, los pantalones de cintura baja o las chaquetas de diseño en las personas. Pero lo que cuenta es el interior (vamos, no me digan que nunca le han dicho eso a un amigo/a a quién alguien no hacía caso por feo/a). Y el interior de las cancioncillas de Rhys cosquillea tanto como la primera mano que te meten en el lateral oscuro de la fila de un cine. Deja con ganas de más, pero no falta nada. “El formato compacto tiende a ser cada vez más largo. Prefiero una duración tipo vinilo. Y con los SFA es muy difícil acortar los discos y satisfacer a la vez los gustos de cinco personas. Así que ha sido un lujo poder hacer un disco corto esta vez”. A estas alturas no sé quién habla de manera más somnolienta, si él o yo. Y al pobre, que está hecho polvo de tantas entrevistas repetitivas (no incluyan la mía en ese cajón), aún le queda la actuación. Pero ya se sabe que los músicos reviven en el escenario, aunque a algunos no se les note. No falta mucho para el concierto, que promete eso que se llama proximidad e interactuación con el artista. “En realidad no tenía intención de girar sólo. Pero ya que el resto de la banda está entretenida con sus partes del próximo disco, pues ya que lo tenía hecho pensé: vamos a hacer unos conciertos por Europa. También iré a Nueva York y al final haré un pequeño tour por Gales. Y cuando acabé desharé la banda. O sea que me separaré de mi mismo para siempre”. Pues ya saben. Guarden... (joder, no me digan que tengo que escribir otra vez el nombre)... el disco en cuestión en lugar preeminente. Por varias razones. Primera, en principio no habrá más. Segunda, les solucionará el ánimo más de un día y más de dos poniéndoles a cantar en guachi gaélico (traten, traten de decir “Y Gwybodysion”...) mientras preparan los donuts para el colegio, la universidad, el trabajo o un largo día tocándose los huevos u ovarios. Y tercera y más importante, porque es uno de los escasos ejemplos que demuestran que no sólo el rock, el punk, el blues o el rawk’n’roll de garaje sesentero pueden ser divertidos a la par que desnudos y descarnados. El pop también.
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