Tienen una bomba
EntrevistasFuck Buttons

Tienen una bomba

Luis J. Menéndez — 26-10-2009
Fotografía — Lucy Johnston

Su debut supuso un soplo de aire fresco que confirmó que la fórmula post-rock no estaba agotada y era susceptible de reinterpretación. Ahora “Tarot Sport” les lleva unos cuantos pasos más allá para convertirse en carta de presentación ante audiencias mucho mayores, ante el mismo público que ha convertido a Animal Collective en clásicos contemporáneos.

En toda entrevista promocional se resuelve un conflicto inevitable entre periodista y músico -por otra parte no demasiado diferente al que se produce en cualquier otro tipo de relación interpersonal- originado por las expectativas de uno y la realidad que esconde la máscara, la fachada pública, del otro. En algunas ocasiones el plumilla tiene la suerte de dar en el clavo y hacerse una imagen muy aproximada a la realidad, y es entonces cuando se produce una comunión que da en una entrevista excelente, llena de guiños y referentes compartidos. También puede ser que el entrevistado sea todo un profesional, una estrella, un personaje que, por mucho que no pueda (o sepa) dejar de interpretar su papel, nos regale momentos delirantes de esos que engrandecen la mitología del rock: ¡triunfo asegurado! Pero ¡ay! sucede demasiado a menudo que el periodista y (a veces) fan de la música se deja llevar, arrebatado por las canciones que ha compuesto ese señor que está ahí sentado, a un par de metros de distancia. Un señor que ha dejado de pensar hace tiempo -si es que alguna vez lo hizo- en los conflictos entre lo humano y lo divino, y cuya mayor preocupación en estos momentos consiste en la dichosa acidez de estómago que le produce siempre la ingesta de cocido en sus visitas promocionales a Madrid. Son esos los días en que la pifia está garantizada…

El pasado 2 de octubre asistí al primer concierto de Fuck Buttons en Madrid, dentro de la programación del festival Experimentaclub. El dúo de Bristol había agotado las entradas varios días atrás y el ambiente que se respiraba estaba a medio camino de lo festivo y la expectación inusitada que genera uno de esos conciertos que pueden dar en históricos. “Disfruté mucho, era la primera vez que estaba en Madrid y lo cierto es que creo que fue un show muy exitoso”, recuerda Benjamin John Power (el de la gorra) un par de semanas más tarde. Y doy fe que así fue. Con los simpaticotes Zombie Zombie ejerciendo labores de teloneros y calentando a un personal ya de por sí predispuesto al baile, desde el primer segundo de su actuación Fuck Buttons levantaron un muro sónico casi tangible por el que apenas se colaban los detalles que hacen de “Tarot Sport” un disco mágico. El brillo se tradujo en brutalidad despiadada. Mientras tanto, sobre el escenario, una puesta en escena tan sobria como efectiva enfrentaba a nuestros dos protagonistas a ambos lados de la mesa entregados a un bailoteo constante, convertidos en la reencarnación de los grandes grupos del ruido analógico de los ochenta. Comienzo a hilar nombres: SPK, Cabaret Voltaire… “Bueno, sí, el impacto del sonido en directo es tan fuerte…”. ¡Agua! “Piensa que el modo en que componemos nuestras canciones es en tiempo real, el uno frente al otro, por eso el directo es muy importante para nosotros y necesitamos como grupo que nuestros conciertos sean interesantes. Al mismo tiempo nosotros también queremos divertirnos actuando. Así que no creo que se pueda entender una cosa (el disco) sin la otra (el live)”. Tocado y hundido. Era cierto lo que se dejaba entrever en la entrevista que mantuve con ellos por mail hace un par de años y en aquellas otras que he tenido oportunidad de leer desde entonces, en las que más que un grupo de rock parecían futbolistas en rueda de prensa post partido: sus declaraciones viven del tópico. Toda una sorpresa si tenemos en cuenta que su música es cada vez más una puerta abierta al trance y las experiencias (extra)sensoriales que ha desatado no pocas hipérboles y alucinadas descripciones en la prensa especializada de todo el mundo. En cualquier caso, Benjamín se rebela como una auténtica máquina a la hora de echar balones fuera y negarlo absolutamente todo. Y así,  por unos minutos la conversación podría pasar por la escena central del interrogatorio en una película de espías que se desarrolla en la antigua RDA. ¿El elemento dance en vuestras canciones? “Entiendo que la gente haga referencia a ello porque nuestra música se construye sobre un cuatro por cuatro muy claro, pero nosotros no pensamos en hacer música bailable cuando nos paramos a componer”. ¿Extremismo? “No considero nuestra música extrema. Antes te hablaba de que nos interesaba experimentar pero siempre intentando hacer el tipo de música que nos gustaría escuchar. Todo surge de forma muy natural así que no hay espacio para lo extremo”. ¿Qué dirías que es una propuesta extrema para ti…? “Creo que la primera vez que escuché Wolf Eyes. Flipé, porque no sabía que nada así existiera. Creo que fue la primera vez que me introduje en el noise y fue un shock”. Sin embargo, echando un vistazo en Youtube a vuestros conciertos en locales pequeños, a servidor le queda una sensación similar a la que me invade revisando viejas grabaciones de los primeros años del hardcore: tecnokids llevando al límite su propio lenguaje, una cóctel molotov de rabia y agresividad canalizado por la vía del ruido en canciones de una indudable pegada… “Sí, pero en realidad, para nosotros el mejor concierto de nuestra vida ha sido sin duda el del Primavera Sound el año pasado. Flipamos con toda la gente que había allí y lo bien que recibieron nuestra música”. Y me acuerdo en ese momento de Matt Eliott, otro bristoliano ilustre, y de aquella larga conversación que sostuvimos hace un año y que nunca llegó a publicarse. Una charla sobre música, ruido y revolución, sobre los disturbios estudiantiles en Grecia y la necesidad de que algo finalmente se tiene que romper, aunque sólo sea sobre lo alto de un escenario.

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