En marzo podremos verles en Valencia (3 marzo, Sala Repvblicca), Madrid (4 marzo, Shoko) y Barcelona (5 marzo, Razzmatazz 2), presentando sus éxitos y “Dark Matters”, su disco publicado en 2021.
Es una idea tan comúnmente extendida esa de que Jean Jacques Burnel (Londres, 1952) es un tipo irascible que, cuando uno habla con él por teléfono, se congratula de su afabilidad. El único miembro original de The Stranglers, bajista del cuarteto que ahora completan el guitarrista y vocalista Baz Warne, el batería Jim Macaulay y el teclista Toby Hounsham, me atiende desde su casa en el sureste de Francia, “a una hora al oeste de Niza, entre los Alpes y el mar”, me dice (intuyo que por la región del Rosellón, porque tampoco me dice la localidad), para hablar sobre el estado de la histórica banda británica, que está a punto de cumplir cincuenta años de carrera – toda una anomalía – a unos días de su nueva gira española.
Casi cincuenta años de carrera, y aún publicando discos y emprendiendo giras. ¿Es fácil mantener la ilusión?
Soy músico, tengo mi banda y no opero desde un punto de vista comercial. Hemos tenido éxito. Hemos vendido cuarenta millones de álbumes. Pero siempre hemos intentado retener un sentimiento underground. El éxito comercial, aunque lo hemos tenido, no es la motivación principal para The Stranglers. Disfruto tocando en directo. No veo por qué razón debería dejar de hacerlo después de cincuenta años, porque aún me motivan las mismas cosas. Puedo escribir sobre lo que está ocurriendo en el mundo, y eso es extraordinario. Y así es como me gano la vida. Así que cuando nos invitan desde cualquier parte del mundo… no vamos muy a menudo a Norteamérica porque no me gusta, pero la última vez que tocamos allí fue ante diez mil personas, en Las Vegas. Es el deseo de seguir tocando, y no la repercusión comercial, la que nos mantiene vivos. Y que la gente se identifique con eso.
"A veces me desenamoro de algunas de esas viejas canciones y dejamos de tocarlas. Estuvimos diez años sin tocar “Peaches”'.
Con todo lo que está ocurriendo en el mundo y en vuestro país en los últimos años, materia prima no os faltará.
Totalmente. En nuestro último álbum, “Dark Matters” (21), que fue el primero que sacábamos en ocho años y el más exitoso en los últimos treinta y cinco, hablamos sobre todo eso. Creo que The Stranglers siempre hemos sentido que era muy difícil escribir sobre el amor, porque todo el mundo escribe sobre eso, o sobre las relaciones, pero desgraciadamente yo no veo mucho amor ahora mismo en el mundo. Ojalá lo hubiera. Mi experiencia de amor es muy limitada. La palabra “amor” ha sido devaluada en el mundo de la música. Si imprimes muchos billetes, el dinero pierde valor. Y ha habido inflación con la palabra “amor”. En “Dark Matters” también había alguna canción que aludía a Dave [Greenfield], nuestro teclista, que murió por Covid al principio de la pandemia. Me afectó muchísimo su muerte.
Supongo que han sido tiempos duros últimamente, porque también falleció hace solo dos semanas Jet Black, quien fue vuestro histórico batería hasta 2015.
Hemos tenido ocho baterías distintos desde que comenzamos, y aunque Jet (Black) formaba parte de la formación original, estaba enfermo desde hace mucho tiempo. Tuvo problemas de salud durante toda su vida. Su muerte no fue inesperada. Aunque fuera un shock. Lo de Dave [Greenfield] fue un shock mucho mayor. Es difícil expresarlo con palabras. ¿Cómo te sientes cuando pierdes a alguien que te ha acompañado durante cuarenta y cinco años? Es algo muy fuerte. Al menos, él inspiró a algunos discípulos. Uno de ellos es nuestro teclista actual, Toby Hounsham, quien lleva con nosotros desde hace un año y medio, y ha estudiado a Dave durante treinta y cinco años.
¿Crees que la música hoy en día busca más descaradamente el dinero?
Siempre ha sido así por parte de la gente que edita la música, pero con los músicos hay de todo. Algunos buscan el éxito a cualquier precio y se convierten en prostitutas, otros solo apuestan por el estilo que esté de moda y otros simplemente expresan lo que hay en su corazón. La mayoría quieren vivir de lo que hacen, pero es difícil cuando entran en juego los compromisos. Los compromisos no suelen ser satisfactorios. Si solo haces música para tener éxito, para mí es como el moverle la cola al perro. Mientras que si la haces para satisfacerte a ti mismo y además tienes éxito, es como si fuera el perro quien mueve la cola. A veces escribes cosas cuya gracia no pilla nadie más, y eso puede resultar frustrante, por supuesto. Pero si escribes desde el corazón, y además resulta que se convierte en un éxito, es fantástico.
¿Es lo que sentisteis cuando vuestra discográfica, EMI, no quería que publicarais “Golden Brown” como single en 1981, y luego se convirtió en vuestro mayor éxito, hasta el punto de que es vuestra canción más escuchada en Spotify, por ejemplo, donde tiene casi 200 millones de escuchas?
Nos gustaba esa canción, pero nuestro sello nos decía que no se podía bailar. Y que no era punk. Y que tenía un clavicémbalo. Forzamos a nuestros abogados a que fuera publicada justo antes de Navidad, pensando que no valía la pena promocionarla mucho porque quedaría sepultada bajo toda la avalancha de discos que se publican esos días. Y de repente se convirtió en un éxito accidental en todo el mundo. Y a continuación la compañía de discos nos pidió que lo repitiéramos [risas]. Y les dijimos “jodeos”, y les entregamos “La folie”, una canción en francés que duraba seis minutos [risas]. Fin del contrato.
En vuestra web anunciáis el libro “The Story Of The Stranglers”, una historia oral hecha con aportaciones de vuestros fans. ¿Cuál es el testimonio más extraño que figura en él?
En realidad, lo que cuentan no me sorprende demasiado, porque a la mayoría les conozco. Lo que me impresiona es la cantidad de fans que se engancharon a nuestra música cuando eran muy jóvenes y cómo otros nos han descubierto recientemente. Siempre intentamos mantener una relación lo más estrecha posible con nuestros fans. Sin ellos no hubiéramos ido a ningún lado. Has de tener respeto y una relación simbiótica por la gente que paga por comprar tus discos y verte en directo. Es como una comunión. Y es impresionante ver cómo algunos de los fans más jóvenes desconocen el material más antiguo y luego lo van descubriendo. Eso es fantástico. Mucha de la música que se hace ahora está segmentada por edades. Pero creo que nosotros cubrimos muchos grupos de edad distintos. Muchos adolescentes en el Reino Unido creen que somos cool. Y somos unos viejunos [risas]. Pero lo creen porque nunca nos hemos puesto en compromisos y hemos sido honestos. Y alguna de muestra música suena vieja, pero mucha otra, no.
¿Cómo os sentís cuando tocáis los clásicos? ¿Es fácil interpretarlos con la misma energía que hace treinta o cuarenta años y meterse en su piel?
No, a veces me desenamoro de algunas de esas viejas canciones y dejamos de tocarlas. Estuvimos diez años sin tocar “Peaches”. Pero luego a veces las redescubres y te apetece recuperarlas, es divertido. Pero nunca tocaría algo por lo que ya no sienta nada.
¿Y en qué medida sentís que las grandes transformaciones en la industria os han afectado?
Procedo de una generación a la que le apasionaba meterse en una aventura de cuarenta minutos. Pero la gente ya no escucha álbumes. Es un arte agonizante el de crear esa psicología del viaje a través de un álbum. Pero para mí es importante. Ahora el intervalo de atención es mucho más corto. Aunque debo decir que mucha gente está comprando vinilos de nuevo. Nosotros estamos vendiéndolos como no hacíamos desde los ochenta.
De hecho, “Dark Matters” llegó al número cuatro de la lista británica de álbumes vendidos.
Cometimos el error de publicarlo en la misma semana que Ed Sheeran, Adele y Drake. ¡Imagínate! Si lo hubiéramos publicado una semana antes, hubiéramos llegado al número uno [risas].
¿Sigues pensando que “The Raven” (79) es vuestro mejor disco, aunque “Rattus Norvegicus” (77), “No More Heroes” (77), “Black And White” (78) e incluso “Aural Sculpture” (84) fueran más valorados por la crítica?
No sé si el mejor, pero para mí es el más completo. “The Gospel According To The Meninblack” (81), por ejemplo, no fue un éxito, pero desarrollamos nuevas técnicas de grabación con él, y obtuvo muy malas críticas en su momento: ahora está considerado como una obra maestra. Las opiniones cambian con el tiempo.
Por cierto, que hace unas semanas pusisteis a la venta una camiseta de la banda con ocasión del mundial del fútbol, con tres ratas en su escudo, en lugar de los tres leones de la selección inglesa.
Vi algunos partidos del mundial, pero tampoco soy un gran aficionado al fútbol. Me gusta más el rugby. Crecí jugándolo. Creo que la última vez que jugué a fútbol debía tener diez u once años. Y como seguidor, no hay ningún equipo de fútbol al que apoye claramente. No me gusta la idea de que tu vida gire alrededor de tu equipo. Si pierde, te deprimes y bebes [risas].
¿Aún haces karate?
Sí, aunque últimamente no mucho. Tengo mi séptimo Dan, y tengo un par de clubs en Reino Unido. Pero me resulta difícil ir de Francia al Reino Unido solo para dar una clase. Lo hago ocasionalmente.
Produjiste en su momento discos de Taxi Girl, Polyphonic Size, Mona Mour o Teasing Lulu, hasta 2008. ¿Lo echas de menos?
Un poco, pero ahora mismo hay cosas en la vida mucho más importantes para mí. Aprendí mucho trabajando para otros artistas porque The Stranglers era como una familia muy sólida, a la que siempre venía bien aportar nuevas ideas y otras técnicas de estudio. Pero llevo mucho más tiempo volcado en el grupo en los últimos tiempos.
¿Estáis trabajando en nuevo material?
Sí, estoy agrupando mucho material sin publicar, y cuando volvamos de Australia y Nueva Zelanda en abril, intentaré poner algo de orden y sentido a esas cuatrocientas ideas que me rondan por la cabeza.
Sabemos de tus gustos clásicos, pero ¿escuchas música actual?
Sí, tanto del Reino Unido como de fuera. Hay muchos músicos jóvenes estupendos, pero mi problema es que llevo mucho tiempo en esto y enseguida reconozco sus influencias. Aquí toco con músicos locales, solo por el placer de hacerlo. ¿Conoces a The Yardbirds?
¿La banda de los sesenta? Claro.
Sí. La banda en la que Eric Clapton, Jeff Beck y Jimmy Page fueron guitarristas. Cuando Jimmy Page formó Led Zeppelin les llamó los nuevos Yardbirds. Pues yo toco todas las semanas con quien fue su batería, Jim McCarty. Hacemos jams de rhytmn and blues aquí en el pueblo donde vivimos.
¿Cómo os sentís en España?
Cada país es distinto, con su propia cultura y su tradición musical. Siempre es estupendo ir a España, pero no acudimos con la frecuencia que nos gustaría. Vamos a los países a los que nos invitan. Y si a los promotores en España no les gusta mucho The Stranglers, no podemos ir. Tan simple como eso. Tenemos muchas ganas de volver.
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