"Quiero que mis hijos se sientan orgullosos de mí"
EntrevistasSmashing Pumpkins

"Quiero que mis hijos se sientan orgullosos de mí"

JC Peña — 02-12-2020
Fotografía — Archivo

El vehículo de las misteriosas y personales obsesiones de Billy Corgan reaparece con “Cyr” (Sumerian Records, 20), un doble de veinte canciones, un cuarto de siglo después de “Mellon Collie And The Infinite Sadness”.

El de Illinois está a tope. No sólo es el líder de The Smashing Pumpkins, sino empresario de wrestling y dueño de un restaurante en Chicago. Más de dos semanas cuesta conectar vía zoom con él, pero al final se consigue como un triunfo. Y ha merecido la pena: cuando se rompe el hielo (las tibias críticas de su anterior trabajo, con el que recuperaba al batería Jimmy Chamberlin y al guitarrista James Iha, quizá tocaron su orgullo), el inquieto cerebro detrás de The Smashing Pumpkins se sincera con naturalidad del Medio Oeste sobre diversos asuntos: de la importancia de lo onírico en sus composiciones a sus héroes musicales, el peso del éxito de sus primeros discos o la clamorosa ausencia de liderazgo respecto a la pandemia.

La excusa es el ambicioso, futurista y deliberadamente disperso “Cyr”, cuyos veinte cortes pueden intimidar, pero que, prejuicios a un lado, contiene algunos de los momentos más pop e infecciosos de la larga y turbulenta historia de una banda inclasificable para bien y para mal. Efectivamente (aviso a nostálgicos irredentos), “Cyr” son The Smashing Pumpkins en 2020, no en 1994. ¿Podía ser de otra manera?

Cada disco nuevo es especial, pero me da la impresión de que éste debe serlo aun más. ¿Me equivoco?
Bueno, creo que cualquier disco en el que trabajo mucho, especialmente cuando sale bien, es muy especial, porque pongo en él todo. En este caso…sí, tengo la sensación de que es importante. Aunque es difícil cuantificarlo ahora, el tiempo dirá: es la Historia la que acaba determinando cuáles son los álbumes buenos y cuáles los que no lo son tanto (se ríe un poco). Es difícil de decir, pero me siento bien.

“Siempre nos ha parecido extraño que para tanta gente seamos sólo el grupo de “Siamese Dream”

¿Por qué un doble disco justo ahora? Leí en una entrevista que el anterior (“Shiny And Oh So Bright, Vol. 1”) iba a serlo en un momento dado, pero que al final no fue así.
Un disco largo me fuerza a explorar más territorios musicales. También, de algún modo, me empuja a pasar ciertos límites en busca de nuevos sonidos. Porque si te limitas a hacer, digamos, diez canciones, es fácil que acabes metido en un territorio confortable de ideas. Ahora bien, si tienes veinte canciones como en “Cyr”, vas a tener que acabar haciendo cosas de las que no estás totalmente seguro. Pero eso no está mal, es bueno, porque te vas a tener que preguntar a ti mismo algunas preguntas difíciles. A mí me gustar estar en ese espacio.

Son veinte canciones enormemente diferentes. Aún así, está repleto de detalles. ¿Dirías que ha sido tu disco más difícil de hacer, o uno de los más difíciles en cuanto al sonido?
No, no fue difícil de hacer, pero llevó mucho tiempo. Si algo fue difícil fue más que nada por la cantidad de trabajo que llevó, pero lo disfrutamos mucho.

No sé por qué, pero al oírlo me ha venido a la cabeza un disco como “Kiss Me Kiss Me Kiss Me” de The Cure. Quizá por la variedad de sonidos y emociones que despliega. ¿Tuviste alguna inspiración concreta?
En realidad, no. Creo que he hecho cuatro discos dobles, o algo así, en mi vida, y creo que cualquier cosa que tuviera que pensar sobre los dobles la pensé hace muchos años. Cuando hice “Mellon Collie…” pasé mucho tiempo estudiando álbumes dobles, pero desde entonces no le presto mucha atención.

¿Dirías que la mejor manera de disfrutar de “Cyr” es escucharlo de principio a fin, o eres realista respecto al modo en que se oye música hoy y el déficit de atención generalizado en que vivimos?
No asumo que a estas alturas la mayoría de la gente oiga discos del principio al fin. Yo los sigo haciendo con esa idea en mente, pero no doy por hecho que se vayan a oír de esa manera. Lo que es verdad es que a mí oír el disco del principio al final me mete en una especie de viaje. La primera mitad parece que es más clara y, según avanza, se va haciendo más brumoso y difícil de entender. Se hace en muchos aspectos menos familiar, lo cual hace que sea un viaje interesante que emprender. Cada vez que lo escucho oigo y siento cosas distintas, así que no tengo todavía una opinión más allá de que a mí me provoca algo cuando lo oigo según está secuenciado.

Yo creé algunos de los mejores sonidos de guitarra que ha habido, y un año después me importaban literalmente un carajo y los tiré a la basura.

Hablando del sonido: parece claro que tu intención desde casi siempre es sonar contemporáneo e incluso futurista. Es algo que choca, teniendo en cuenta la cantidad de gente que se inspira en el pasado y quiere sonar como en los sesenta, setenta u ochenta. Mi pregunta es: ¿qué importancia le das a sonar moderno?
Es una pregunta interesante, porque nunca me consideré otra cosa que un artista contemporáneo, pero en cierto momento las expectativas sobre mi música empezaron a pedirme que dejara de serlo. Y es una cosa extraña, porque por un lado te sientes muy orgulloso de cómo tocas la guitarra y cómo haces música de guitarras, pero al mismo tiempo no nos sentimos obligados a hacer música de guitarras. Si miras la historia del grupo, ves que es más un grupo contemporáneo que un grupo de guitarras. Si no hubiera sido así, nunca habríamos hecho canciones como “1979” o “Eye”, es decir, cosas más futuristas. Creo que al grupo le va mejor ser contemporáneo, porque eso nos fuerza a salir de aquello que sabemos hacer bastante bien, que es música de guitarras. Es curioso, porque ahora mismo estoy trabajando en otro disco de los Pumpkins, y ahora que me siento muy cómodo haciendo música contemporánea, estoy volviendo gradualmente a la guitarra. Me da la impresión de que ya no tengo que elegir, no sé si esto tiene sentido. La guitarra es simplemente otro arma que utilizar o dejar de lado. Pero cuando hemos hecho música más de ahora, me ha sido más fácil dejar la guitarra a un lado y tratar de explorar sonidos diferentes.

Casi siempre te has involucrado en el sonido de tus discos, como productor o técnico. ¿Qué buscabas esta vez y cuáles fueron los retos a superar?
Creo que lo más importante es que mantengas tu identidad siempre que trates de hacer algo nuevo. Ésa es la clave para mí. ¿Puedes hacer música emocionante pero a la vez mantener tu identidad? Es difícil explicar qué significa eso, pero yo lo sé cuando lo oigo, al menos conmigo mismo. En cuanto a lo que quería decir, quería crear un paisaje más alienígena sobre el que trabajar. Es interesante, porque a veces trabajo durante mucho tiempo en una canción, pero no es hasta que canto en ella cuando tengo la experiencia de un cantante. Hasta entonces tengo un poco la perspectiva del productor, pero entonces cuando me pongo los cascos y pienso como cantante, tengo una experiencia completamente diferente con la música, porque estoy intentando integrar mi voz con todas las cosas que están pasando. Es una experiencia totalmente distinta, y me sorprendió muy gratamente que esta vez, por mi intención de ponerme a cantar en un paisaje ajeno, me parecía que estaba cantando una canción nueva por un motivo nuevo, no la misma canción pero diferente.

Me sigo acordando de tu colaboración con New Order (en la canción “Turn My Way”, de 2001), y veo que obviamente hay una huella melódica importante de New Order en este disco, como de otros grupos de synth pop de los ochenta. ¿Tuviste en mente esta influencia, o salió de forma natural?
Es un poco como ese concepto de “hommage” en la pintura. Cuando la gente me dice que un bajo le recuerda a The Cure o algo así, le digo: “sí, lo hago a posta”. Normalmente, cuando detectan ese tipo de cosas en mi música, se trata de tributos. Cheap Trick solía hacerlo con The Beatles, metiendo guiños en las canciones, y a mí me gusta hacerlo porque estoy muy a gusto con mis influencias y con quién soy, y me gusta rendir tributo a mis héroes de una manera divertida y familiar. Lo que intento decir es que no trato de esconder nada.

Lo bonito de esta era es que ahora le puedes enseñar a alguien los datos. Puedes decir qué cantidad de gente en un país determinado te está escuchando y de qué edad.

Hay una canción que me ha gustado especialmente: “Black Forest, Black Hills”, con ese tono post-punk o gótico. ¿Qué me puedes contar de ella?
No lo sé, la escribí muy rápido y me gusta mucho. En cuanto a su arquitectura, me recuerda a muchas de las bandas que me encantan, con ese bajo que impulsa la canción. Bandas como Bauhaus o Siouxsie And The Banshees. Siempre me ha encantado ese tipo de música y lo que me hace sentir. Pero no es algo que trate de hacer deliberadamente, es que me sale así. Estoy componiendo una canción y de repente siento algo que pienso que puede estar muy bien. No es que quiera componer una canción de ese tipo, sale sola.

¿Cómo ha sido en este disco el trabajo con James (Iha) y Jimmy (Chamberlin)? Me refiero al proceso de composición de las canciones para después grabarlas.
Siempre hemos trabajado básicamente de la misma manera. La mayor parte de las veces, aunque no siempre, la cosa empieza con una idea que tengo para una canción, que trabajamos de modos diferentes. Luego trabajo un tiempo la canción yo solo, para averiguar lo que estoy haciendo. En un momento dado ellos vuelven a participar, y casi siempre mejoran las cosas añadiendo sus capacidades. Es un proceso algo incómodo, pero al final llegamos a algún tipo de consenso con lo que parece que nos sentimos mejor, que es representativo de las ideas de todos.

Después de todos estos años, una decena de discos (más los que has firmado en solitario) y tantas canciones, ¿qué es lo que te motiva para hacer un disco como éste? ¿Dirías que es la misma lo misma ambición que al principio?
Mmm. No, sin duda es algo distinto. Cuando era joven, tuve la tremenda oportunidad delante de mí, y el reto de tratar de conseguir tener una banda de alcance internacional. Lo cual, si lo piensas, es muy raro. Hay muy poca gente que tenga éxito a este nivel. El objetivo entonces era muy obvio, y la motivación estaba cuando el negocio de la música era mucho más simple: se trataba de salir en televisión y en la radio y tocar. Ahora todo es mucho más complicado. Pero creo que las dos cosas que más me motivan ahora son: en primer lugar, mis hijos. Son muy pequeños, tienen cinco y dos años, y quiero que me vean en mi mejor momento. No quiero que me vean y digan: “Oh, papá fue alguien y ahora es otra persona”. Quiero que mis hijos se sientan orgullosos de mí porque soy muy bueno en lo que hago y quiero que ellos hagan lo mismo en sus vidas. Y luego, secundariamente, cuando la banda se separó, con todas las cosas que pasaron, incluyendo problemas en nuestras relaciones personales, era como si hubiéramos malgastado todo, y lo bonito de estos últimos años ha sido que los fans nos han dado la oportunidad de probarnos juntos otra vez. Y no me tomo a la ligera esa oportunidad. Estoy disfrutando del proceso de probarles una vez más por qué los Pumpkins son un grupo importante y por qué somos tan únicos a nuestro modo. No hay muchas bandas que hayan existido como la nuestra, de modo que el viaje para recuperar todo esto está muy bien. Todo tiene que ver con el hecho de que hayamos ganado nuevos fans, pero también de que hayan vuelto tantos viejos seguidores. Saben que está pasando algo, pero también nos hemos encontrado con muchísima gente joven que nunca tuvo la oportunidad de vernos en los noventa, y que quieren sentir cómo era. Es una combinación de cosas bastante bonita lo que me motiva.

Supongo que lo más difícil para una banda es mantener una personalidad “única” o “diferente”.
Especialmente, a lo largo del tiempo. Porque esta locura sucede cuando tienes éxito, y entonces, de repente, la gente no quiere que cambies (risas). Hay algo bonito en eso de que no cambies, lo pillo: me gusta lo que haces y quiero oír y sentir lo mismo otra vez. Pero eso no fue nunca la identidad del grupo, ser la misma banda. Siempre nos ha parecido raro que para tanta gente seamos sólo el grupo de “Siamese Dream”. Y luego tenemos la misma cantidad de fans a los que no les gusta el rock, y que se inclinan más por el lado acústico de “Adore”, nuestro lado más preciosista. Es muy extraño estar en medio de ello, porque siempre parece haber una discusión: qué grupo se supone que somos. De alguna manera, nos las hemos ingeniado para ser nosotros mismos, y eso parece ser lo más cercano a que todas las piezas encajen.

Parece evidente que no sois AC/DC, desde luego.
¿Y sabes qué? ¡No me importaría! Hablo en serio, me encantan los grupos así. No les miro por encima del hombro. Fui a ver a Guns N’ Roses hace un par de años, y si piensas en su sonido clásico, el bajo punzante, el guitarreo de Slash y, por supuesto, la voz de Axl, y la batería grande… Podría estar oyendo eso toda la noche, no quiero que cambie. No estoy ahí sentado pensando: “Oh, tienen que hacer este tipo de música”. Me encanta como es. Lo que a mí me pasa es que soy demasiado inquieto y curioso, lo cual me lleva a descartar cosas estupendas muy rápido. Yo creé algunos de los mejores sonidos de guitarra que ha habido, y un año después me importaban literalmente un carajo y los tiré a la basura. Es una locura, pero es así, una cuestión de personalidad: soy muy inquieto. A veces miro atrás y pienso por qué me cargué aquello. No me entiendo a mí mismo (risas).

Estoy terminando… Antes has dicho que el negocio musical era mucho más simple cuando empezaste, y me interesa mucho saber tu perspectiva sobre cómo ha evolucionado esto.
Claro. He vivido tres eras distintas. Viví en el viejo negocio de los discos. Lo que te decía antes: radio, MTV, conciertos. Luego viví la era Napster, cuando todo el mundo robaba toda la música, se perdía dinero a espuertas y nadie parecía saber qué hacer. Y fue a peor, a peor y a peor. Mucha gente de esa época, en lugar de hacerse fans de la música, se dedicaron a jugar a videojuegos o algo así. Y luego llegamos a la era nueva del streaming, en la que de nuevo tienes un sistema cerrado en el que la gente está bastante a gusto pagando otra vez por la música a través de servicios de streaming. Lo bonito de esta era es que ahora le puedes enseñar a alguien los datos. Puedes decir qué cantidad de gente en un país determinado te está escuchando y de qué edad. Ahora le puedes probar a la gente del negocio que sigues en él. Te voy a contar una anécdota rápida: en los últimos veinte años he tenido muchísimas reuniones en el mundo del negocio musical (pero también en el de la lucha profesional), y al salir de las reuniones –por supuesto, suelen saber quién soy–, la mayoría de la gente no decide en relación a tu valor real, sino a lo que opinan de ti. Por ejemplo, si formas parte de una banda de mucho éxito, pero el ciudadano medio de la calle no piensa que lo tengas porque no sales en televisión o en la primera página del periódico, te perciben así. Y si sales de una reunión y no tienes datos que te respalden, siempre van a confiar en la opinión que tienen de ti. Durante muchos años salía de esas reuniones y tenía que oír lo de: “Sí, sí, sabemos que fuiste alguien, pero vamos a hablar de ahora”. Y yo les decía: “no lo entendéis, acabo de tocar en un festival para 60.000 personas”. Era casi como si no hubiera pasado. Lo bueno del streaming es que ahora vas con los datos, no se trata de tu opinión contra la suya. Puedes decir: “mira, estos son los que oyen y por qué oyen mi música”, y está ayudando mucho a que los artistas prueben su valor en el mercado, más allá de las opiniones de la calle.

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