Todo nace a raíz del fallecimiento de Sergi Irurtzun (en noviembre de 2022, a los 47 años), el amigo de adolescencia con quien empezó a escribir sus primeras canciones de un modo totalmente amateur allá por 1990: el germen de lo que luego ha venido haciendo el músico de Cabrils a lo largo de las últimas tres décadas y que ha dado pie a este "Postales de invierno". Disco autoproducido y autoeditado, gestado entre marzo y junio de este año, que, por sonoridad podría en cierto modo enlazar con sus últimas obras, pero irradia un tono y una textualidad que lo convierten en un artefacto único dentro de su discografía. Si la música pop sirve para explicar nuestra vida, queda demostrado en los últimos tiempos (hay una retahíla de discos ahí) que también lo está siendo para descifrar nuestra relación con la muerte, por muy minado que parezca el terreno. Lo hablo con él a través de la pantalla del PC.
El disco nace a raíz de la muerte de Sergi Irurtzun, un amigo tuyo con quien compusiste tus primeras canciones, en 1990.
Sí, las primeras que hacía. El sistema que utilizo para escribir mis canciones desde entonces es el mismo que desarrollé ahí, con Sergi (Irurtzun). Al tun tun. Yo trabajo así. Nunca preparo nada, ni cuando produzco para otros. Escucho las canciones de los demás y cuando voy al estudio hago lo que surja. Me gusta improvisar. Conservar la espontaneidad de las maquetas. La maquetitis. Ese componente de inventarse algo, que está en esas grabaciones. Yo estaba terminando la identidad sonora de la Liga española de fútbol, un trabajo muy potente, que terminé tres semanas antes de lo previsto. Me sobraba ese tiempo, y pensé en aprovecharlo para grabar unas maquetas en Nautilus, en Arenys de Mar. Tenía la cabeza muy despierta, musicalmente. Mis partes, mis arreglos, mis guitarras, mis voces, todo eso estaba en tres semanas. Incluso las letras, porque cuando falleció Sergi, tenía la necesidad de hablar de él desde el duelo, porque fue un golpe muy duro para todas las personas que lo conocemos. Hablé con Santi García para que lo mezclara, con su hermano Víctor para que hiciera las baterías, porque me hacía ilusión que estuviera no solo como masterizador, sino también tocando. Lo mismo con Ricky Lavado. Coincidió también con el quince aniversario de A propósito de Garfunkel (2008), y tocó la batería en una canción. En otra, la toco yo. Es un disco un poco friki si miras los créditos, verás que estoy ahí tocando instrumentos distintos, y hay un hilo conductor que son mis hijas, que hacen los coros, y hay un leit motiv que es un sampler de mi hija Leia, que está como al revés. Me he atrevido a firmar la producción yo.
Los textos nacen de un mismo poema que escribiste, que es previo a la composición de las canciones ¿no?
Sí, esta vez la letra es anterior a la música. Nace de un poema que escribí en noviembre de 2022, cuando fallece Sergi. En una noche de insomnio, a eso de las cuatro de la mañana, en la que te pones a escribir y a lo mejor te salen quince o veinte páginas. Necesitaba plasmar todo eso. Las letras son fragmentos de ese poema tan largo, que es algo que no acostumbro a hacer, porque suelo escribir frases sueltas que luego voy juntando o agrupando. El noventa por ciento de las letras de este disco vienen de ahí. Que es una cosa más poética. No hay rimas. Musicalmente, pienso que es mucho más cinematográfico que los demás.
También más austero, con mucha guitarra acústica, algún piano y arreglos de cuerda, pero sin el sonido fornido de los discos anteriores.
Sí, hay guitarras eléctricas, pero entran y salen. Un arpegio, un arreglo y poco más. No son guitarrazos. Lo que pedía la canción. Sí que es verdad que otras veces la instrumentación era más pesada, todo era mucho más denso. Esto es más minimalista. Me gusta la idea de que alguien que no sepa de lenguaje musical vea las diferentes partes de la canción. Una escucha más cinematográfica. Que todo tenga un sentido narrativo, como si te contara una historia.
Dices en la nota de prensa que el disco está “lleno de afectos humanos: la alegría, la tristeza, el amor, la esperanza, el terror… todos menos del odio”. ¿Ya tenemos demasiado a nuestro alrededor?
Pues sí. Por eso y porque siendo más joven, en otros discos, sí que hay algo de resquemor, pero con 47 años para 48, una hipoteca y tres hijos, estoy muy lejos de eso. No quiero enfadarme con nadie. Como dices, ya hay bastante odio, basura y envidias en el mundo como para estar dándole el foco a eso. Cada vez estoy más volcado en hacer canciones que sean emocionantes, hermosas, que cualquiera las pueda escuchar y que les puedan emocionar. Es lo que intento hacer. Y que ellas sean el centro de lo que yo hago, y no ser yo el centro. Vivimos ahora mismo en un mundo en el que parece que todo sea una película, gracias a internet, en la cual tú eres el protagonista, y te olvidas de verla desde dentro de ti, porque estás pendiente de lo que digan los demás. Y hace muchos años que eso no me interesa. Ni salir en la portada de ninguna revista ni hacer conciertos en los que el foco esté puesto en mí. Cuando hago los bolos con Paula (Bonet), ni siquiera quiero que los focos me iluminen, quiero que la gente esté pendiente de lo que está pasando a nivel visual o sonando. No me interesa el ego, estoy en la total destrucción de eso. Lo ideal es no tener que explicar algo tan sencillo como una canción.
Bueno, a mí no me parece tan sencillo: debe ser complicado hablar sobre la muerte sin patinar. “Enséñame a cruzar el puente que une la vida y la muerte”, cantas en “Irurtzun”. Eso debe ser jodido.
En occidente vemos la muerte… España es un país en el que no se habla de la muerte. El otro día veía una entrevista con Guillermo del Toro en la que le preguntaban por qué se expresaba tan bien hablando sobre la muerte, y él decía que era por ser mexicano. En México tienen un concepto de la muerte muy presente, en el buen sentido, como que forma parte de la propia vida. Y aquí sucede lo contrario. Y en muchos países. Yo lo hago desde el cariño, y en la frase que mencionas intento usar cierta mitología e imaginación para unir lo espiritual con lo material. Cuando una persona desaparece materialmente, porque su cuerpo ya no está, sigue estando ahí. No sé si me explico. Durante los primeros meses que Sergi ya no estaba con nosotros, yo notaba cosas. Te lo digo en serio. Había una conexión muy fuerte, y todavía la hay. Tienes tan presente a esta persona que en cierto modo aún estás conectado a él, aunque ya no esté. Es una sensación muy fuerte. Por eso hay tantas referencias a los indios sioux y sus bailes, esas danzas que hacían para celebrar esta conexión del más allá con el más aquí.
¿No crees que el lenguaje que utilizamos también refleja ese miedo a la muerte? Casi nunca se habla ni de los suicidios ni de enfermades como el cáncer, que son descritos, incluso en la nota de prensa de tu disco, como “una larga enfermedad”. Quizá deberíamos llamar a las cosas por su nombre para naturalizarlas.
Sí, podríamos procesar el duelo de una forma mucho más sana para las personas que quedan aquí. Es cierto que no se habla del suicidio, que justo ahora se empieza a hablar de la salud mental… son tabús como de pulirlo todo, que no se hable de las zonas grises y de los riesgos que hay, que forman parte del camino. Porque estas cosas pasan. Mi padre, por ejemplo, está muy enfermo de un cáncer, lo mismo por lo que murió Sergi. Y Sergi era un ejemplo de esto que acabas de explicar: no tenía miedo en mostrar que estaba enfermo, intentó buscar una salida sin ningún tipo de dramatismo, era una persona que siempre tenía una sonrisa, no he conocido a nadie como él. A mí me sucede algo así, y me hubiera venido abajo. No hubiera sido capaz de llevarlo con tanta luz. Puede haber mucha luz y belleza en esos momentos también, si dejas el miedo atrás. Por mucho que no sepamos qué hay más allá. Y ahora mucho menos, porque la sociedad actual está totalmente perdida, no hay ningún tipo de espiritualidad, todo es muy superficial, y por eso me apetecía hacer un disco hablando de estas cosas, normalizando unos sentimientos que todos hemos vivido o vamos a vivir.
¿Cómo te has sentido tras grabarlo? ¿Más liberado quizá incluso que en otros discos? ¿O es como cualquier otro disco?
No, no es como cualquier otro disco. A nivel personal, es el más importante. Porque de alguna manera abstracta, pensaba que era como fijar a Sergi en unas canciones, como si siguiera existiendo. Aunque siempre lo hará. Lo bonito de hacer discos, que es lo que yo sé hacer, es que, si un día no estoy aquí, estaré de alguna forma en mis discos. Es mucho más fuerte que una película, sin desmerecer al cine. Con la música ocurre esto, que es muy bestia, que es este impacto de una manera tan directa y en tan poco tiempo que te puede transportar a tantos lugares… cada vez que lo escuches, aunque pasen treinta años, vuelves a tener la misma sensación. Eso es lo que me interesa de las canciones, esa capacidad de conmocionarte. Sigo comprando discos actuales, pero estoy en otra película, por eso he montado mi editorial, mi sello… voy tanto a mi pelota que saco yo mis discos i s’ha acabat. Tampoco sé si voy a hacer muchos discos ya. Este no lo tenía planeado. Pero me hace muy feliz que haya salido así, dentro de lo duro que es perder a un amigo.
¿Qué música actual te gusta?
A nivel escénico, me interesa mucho lo que está haciendo PJ Harvey con el disco nuevo, con un dramaturgo detrás, con un peso y una intención, sin interés en mitificar a la persona, primando el relato. O los Fontaines DC, que me gustan ya desde el primer disco, y tienen una energía que me interesa, con un aire despreocupado y punk que hace que me interese verlos, aunque estén en una edad en la que el ego está ahí, pero no desde un sitio chungo, sino divertido. Lo que no me interesa son estos productos de festival, que van desfilando unos detrás de otros. Me emocionó ver a Low en varios sitios, con una iluminación muy bien pensada en su última gira, como un todo. Sus caras no eran lo importante, estaban en penumbra. Me dio mucha pena, supongo que como a todo el mundo, cuando falleció Mimi Parker, un ser de luz. No puedes no emocionarte o que no te conmocione escuchándolos. Y en los conciertos se multiplicaba por cien.
Esa espiritualidad a la que aludías antes, de la que andamos tan escasos, ellos la transmitían con una naturalidad increíble.
Era así. Yo he llorado viéndolos en directo. La sensación de que algo te emocione y te haga sentir vivo, y valorar la vida que estás viviendo. El arte es celebrar la vida. Pero con todo lo que conlleva. No solo con el azúcar. No estaría mal que la agente se aparte un poco de este rollo tan superficial. Y lo digo yo siendo también víctima, que también tengo un teléfono móvil y a veces me doy cuenta de que estoy completamente atrapado con esto, y hasta tu hijo te lo afea. Pero vamos muy tarde para frenar esto. Tengo esperanza en la gente joven, no quiero ser catastrofista en ese sentido. Al final la gente hace lo que puede. Y si no hay maldad…
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