Supurando el alma
EntrevistasEl Petit De Cal Eril

Supurando el alma

Celestí Oliver — 30-06-2011
Fotografía — Archivo

Como los gorriones, la muerte planea en “Vol i Dol” (Bankrobber) y acecha al paso de la vida. De ahí –aventurémonos-, la idea de duelo aunque su lírica no vista con traje de luto. Y vuelo, puede, porque su nuevo cancionero no es tan físico y es más volado. Religiosamente, supura almas por todas partes.

'Vol i dol' es como una especie de pregunta existencial, como de querer saber qué hay detrás de la muerte, qué pasará cuando nos muramos. Comúnmente hay miedo de saberlo y entonces duele. Me gusta que sea un título abierto, que puede tener muchas lecturas”. A Joan Pons se le murió el padre justo antes de “I les sargantanes al sol” (09) y entonces se desalmó con la versión del popular “Ton pare”. De ahí puede que floreciera el debatirse entre la vida y la muerte. “Es una pregunta existencial que todo el mundo se hace y se ve que a mí me habrá tocado alguna fibra. Es muy difícil hablar de la vida y la muerte y yo lo intento hacer de forma poética, que es lo que más me importa”. E incluso se enfrenta a ella de forma optimista y bucólica como en “Cau la neu”. “Tiene que ser una muerte muy bonita morir en medio del bosque, que se te coman los animales, que nazcan plantas y renazcas ¿no? Por lo menos más que te metan en un cementerio”. En “Cendres” -“la primera canción reivindicativa que hago porque estoy muy asqueado”- lapida a la clase política con una sentencia del tipo “sois lo que nosotros éramos, seréis lo que nosotros somos”, la inscripción que en catalán preside el cementerio de Guisona. “Es como un canto que hacen los muertos. Al principio este tema tenía otro título, ‘No en quedará cap’, que es una frase que decimos mucho en mi tierra”. Lo que antes, aparentemente, era cancionero entrañable y familiar cantado en ocasiones en comuna, al estilo corro, ahora es reflexión e introspección. Sin esos aires hippie, más individualista e intimista con hipnóticas fábulas que embrujan. Encantadora rondalla para ser contada y escuchada acurrucado frente al calor de la leña quemando en una vieja masía. Se ha colado el folk psicodélico inglés de los sesenta y el sol primaveral de mediodía ha dado paso a un mundo orgánico, a olor de tierra húmeda y a anocheceres brumosos. “Son lecturas que, claro, a mí me cuesta hacer, pero sí que es verdad que este lo veo más de atardecer y de estar por casa y el anterior era más de mañana. Este es más oscuro, menos luminoso en cuanto a temática aunque hay gente que me ha dicho que es un disco que deslumbra”. Sin perder su espíritu juguetón, ahora es más adulto. “En el anterior hablaba de la etapa de crecimiento de cuando era más niño”. Está claro que El Petit de Cal Eril se ha vuelto menos manso e incluso algo místico. O, mejor dicho, algo religioso. ¿Será porque en la rectoría de Massoteres también se han grabado algunas tomas? “El anterior disco ya tenía canciones místicas aunque no sé si es la palabra, pero ya que la has utilizado la puedo usar. Tenía dos líneas, una más fácil, inocente, pop y fresca; la otra, más folk y oscura, que sería más la línea que ha seguido este nuevo disco, aunque también le veo diferencias”. Su nuevo cancionero es más poético y realista. Algo que se acentúa con la pluma del revolucionario Pere Quart y sus decapitaciones. Un nuevo matiz que se ayuda también de unas guitarras eléctricas, flautas traveseras y un fagot más psicodélicos gracias a amigos como Joan Colomo, Roger Mas y Mau de Les Aus y Esperit! “En el anterior disco la psicodelia y la experimentación estaban en la improvisación, jugando con los cantos de los niños, cosas caseras y el xilófono, del cual nos hemos cansado. Era más edulcorado. No queríamos hacer un disco muy largo. Al no estar grabado en directo no hemos querido improvisar mucho porque para hacerlo bien se tiene que hacer en directo como a veces hacemos”.

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