“Teníamos claro que no podía ser un ejercicio de nostalgia, sino que en el regreso debía haber un objetivo".
Cuando Alan McGee, el capo del entonces todopoderoso sello Creation, pidió a Slowdive un álbum más asequible, que pudiera encajar en los estándares del brit-pop, los padres del shoegaze acabaron entregando el complicado "Pygmalion" (1995). A la semana estaban fuera y, casi de inmediato, pusieron fin a una andadura que se había prolongado durante seis años, con tres discos y la sensación de que, al menos en el Reino Unido, nadie les echaría demasiado de menos. Sin embargo, el paso del tiempo acabó convirtiéndoles en banda de culto y referencia indiscutible para una nueva generación de grupos, hasta el punto de que el anuncio de su regreso, con aquella histórica actuación en el Primavera Sound de 2014, se recibió como un auténtico acontecimiento. “Es curioso, porque en realidad la repercusión de Slowdive siempre fue bastante limitada, y de repente nos encontrábamos ante miles de personas. En uno de nuestros últimos conciertos antes de decir adiós, actuamos en Londres para un puñado de personas, e incluso podíamos ver cómo limpiaban el suelo mientras estábamos tocando. Nunca podríamos haber imaginado tocar ante una audiencia tan grande”, recuerda Simon Scott (batería), que atiende en solitario los compromisos promocionales en España después de que Neil Halstead no pudiera viajar por enfermedad.
El grupo volvió a situarse entonces en la casilla de salida, con la determinación de que su reaparición culminase, dos décadas después, en el cuarto álbum de su carrera. “Teníamos claro que no podía ser un ejercicio de nostalgia, sino que en el regreso debía haber un objetivo. Para nosotros era muy importante hacer un nuevo disco, que fuese algo creativo y no solo juntarnos para tocar las viejas canciones del grupo, pero no queríamos hacerlo de cualquier manera. El concierto del Primavera nos dio una energía increíble, igual que los que vendrían luego. Nos permitió recuperar sensaciones y encontrar de nuevo la complicidad que es necesaria para tocar juntos, porque en estos veinte años no es que hubiésemos perdido el contacto, pero sí que nos habíamos visto de manera mucho más ocasional, así que también era necesario retomar todo aquello de una forma natural. Hacer esta gira de reunión fue la mejor manera de conseguirlo, hasta que en un momento dado sentimos que ya estábamos preparados para hacer nuevas canciones. Primero fuimos al estudio un par de veces, trabajando en unas cuantas ideas en las que luego cada uno profundizó de forma individual, y ya fue en julio de 2016 cuando nos metimos a grabar en los mismos estudios [Courtyard, en Oxford] en los que habíamos hecho nuestros tres primeros discos”. De allí salió Slowdive que, más que continuación de la trascendental obra de la banda británica en los noventa, se reveló hace unos meses como un nuevo capítulo. “No pensábamos en que el disco tomase una dirección determinada; en ese sentido, y aunque entonces grabásemos en cinta y ahora todo sea digital, la forma de trabajo no ha cambiado mucho, porque siempre hemos sido una banda muy orgánica. Entre las nuevas ideas, había unas que recordaban más a los noventa, mientras que otras tomaban otro camino. Puede que esté más cerca de Souvlaki que de Pygmalion, pero tampoco hemos pensado demasiado en ello; el sonido de Slowdive es reconocible en estas canciones, aunque a la vez hay una evolución. En realidad, la diferencia está en que todos hemos crecido como músicos, hemos escuchado muchas cosas diferentes y tenemos un bagaje más amplio. Somos mejores de lo que éramos entonces”.
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