El músico y escritor de Provins responde a nuestras preguntas por correo electrónico, con exquisita educación (se disculpa por no hablar suficiente español) y la honestidad que pone en sus canciones. Poco le queda por demostrar a estas alturas a Dominique Ané, que publicó recientemente su primera novela, “Y revenir” (“Regresar”) y mantiene intactas sus inquietudes a la hora de escribir composiciones sutiles, intensas y con emociones a flor de piel. Canciones de un mundo mágico tan personal como acogedor. Un lugar en el que no caben apresuramientos ni estridencias.
He leído que ¨Éléor” es una isla danesa, pero no sé si es cierto. La palabra suena casi como algo mítico. ¿Por qué elegiste ese nombre como título del disco?
Hay una pequeña isla frente a las costas de Dinamarca que se llama Elléore. Me gusta mucho la sonoridad tan dulce de este nombre, pero la isla en sí no tiene interés, es un pedregal. Cambiar la ortografía fue una manera de hacer del lugar un sitio legendario, un destino imaginario.
Me ha llamado la atención que la mayor parte de las canciones rondan los tres minutos, incluso menos. La excepción es precisamente “Éléor”. ¿Buscabas ser más directo?
Sí, era una de mis preocupaciones para este disco, tratar de hacerlo lo más “pop” posible, sin traicionarme a mí mismo, y volver a la canción clásica pop de tres minutos. Por una vez, no tener miedo a lo evidente.
Escribiendo desde España, me ha llamado la atención el título de una canción, “Semana Santa”: Pero también están “Oklahoma”, “Per le Canada”, “L´océan”…¿Tienes necesidad de escapar de este mundo?
Imagino que sí, de cierta manera hay una aspiración de despegarme de lo cotidiano, de salirme de una realidad. Se habla mucho de la canción comprometida, que alude a los grandes temas de la sociedad y la política. Yo reivindico el derecho de hacer lo contrario, una canción libre o “despegada”; ésa que no impide hablar de ciertas cosas, pero de un modo más sugerente.
En cuanto a los arreglos, en este disco recurres a las cuerdas en varias canciones. ¿Qué te hace elegir unos u otros?
Cada canción “pide” sus propios arreglos. Es algo muy intuitivo. Desde el momento en que me apeteció trabajar con una orquesta de cuerdas, las canciones que necesitaban este tipo de orquestaciones se señalaron a sí mismas. Las otras reclamaron un tratamiento más simple, en base al tema de la canción o el carácter de la melodía. No hay mucha reflexión alrededor de todo esto, sólo se trata de probar.
De nuevo, tu disco se caracteriza por un sonido cálido y con dinámica, alejado diametralmente de muchas de las producciones pop que nos llegan. ¿Cuánta importancia le das a este sonido de escala humana?
Cada vez más. El sonido de la mayoría de los discos de hoy me agrede: Encuentro el pop contemporáneo muy agresivo, con esta obsesión por el túnel sonoro, las agujas siempre hacia el rojo, la compresión al máximo. Como una conversación en la que no hubiera silencios. Es importante jugar con la dinámica, los respiros. Los discos que prefiero son precisamente aquellos en los que la idea de dinámica es primordial. Más allá de todo esto, es una manera de reivindicar una cierta dulzura en un mundo cruel en que hace mucha falta.
¿En qué ha cambiado cómo grabas tus canciones, si es que lo ha hecho? ¿Cómo ha sido esta vez?
La grabación ha sido muy relajada, nos reímos mucho. Conozco bien el estudio Jet en Bruselas, así como la gente con la que toco: Sacha Toorop a la batería, Jeff Hallam al bajo y siempre Dominique Brusson y Géraldine Capart en la mesa de mezclas. Trabajando de esta manera, las cosas salen rápido, no tienes la necesidad de descubrir cómo funciona cada uno, y te puedes concentrar en las canciones y el modo de obtener lo que buscas. Es bueno a veces encontrarte con gente desconocida en nuevos lugares, pero el hecho de estar en “terreno familiar” no tiene por qué ser forzosamente, a mi entender, algo malo para la creación, desde el momento en que el método de grabar cambia de un disco a otro.
“Éléor” es tu décimo disco. Leí en una entrevista que decías que al principio, uno quiere hacer siempre un disco mejor que el anterior, pero que a partir de cierto momento, esto cambia. ¿Qué significa dentro de tu carrera este álbum?
Considero este disco la culminación de la búsqueda de un clasicismo en la escritura. Siento que me va acompañar durante mucho tiempo. Para mí nunca es anodino hacer un disco, nunca es un disco más. Cada uno de ellos es una manera de terminar con una obsesión, un deseo particular de música, la idea de un sonido. Cada álbum debe corresponder a un sonido. Cuando tengo la idea del sonido, es como un marco en el que las canciones no tienen más que deslizarse.
Tu disco y el de Michel Cloup nos recuerdan que hay vida más allá del circuito anglosajón de la música, que se puede cantar en otros idiomas, además del inglés, y llegar a la gente. ¿Crees que hay cambiado algo en los últimos años?
El pop rock anglosajón ha contribuido en gran medida a hacer del mundo lo que es hoy y a asentar el poder económico y cultural de los anglosajones. Mientras el liberalismo conduzca el mundo, me temo que las músicas cantadas en otras lenguas lo tendrán mal para traspasar las fronteras, y no creo que los artistas españoles que cantan en sus idiomas me contradigan…Felizmente, hay oídos preparados para escuchar otras cosas, otros idiomas. Pero antes de que las cosas cambien de manera significativa, la Tierra tendrá que dar muchas vueltas alrededor del Sol.
Para terminar quería hablar de tu primera novela, “Y revenir”, que se publicó recientemente. Escribir canciones y novela son procesos muy diferentes, aunque en ambos casos se trabaja con recuerdos y emociones. ¿Qué conclusión sacas de esta experiencia?
La literatura es un terreno que abordo con muchísima más aprensión. Sin duda alguna, para mí no es natural escribir un libro. Lo encuentro apasionante, tengo ganas de continuar con ello, pero no me hago ilusiones sobre el valor a largo plazo de lo que escribo. Se necesita ser honesto, que cortar árboles sea un mérito. La música sigue siendo lo esencial para mí, el dominio en el que tengo algunas pretensiones. Y la posibilidad de vivir todos estos años con las canciones sobre el escenario y la inmediatez de la respuesta de un público no son cosas a ignorar. El destino de un escritor es la soledad. El texto descansa en las páginas de un libro, mientras que la música te acompaña siempre y no tienes la necesidad de entenderla, la tienes en la cabeza. Para bien y para mal, evidentemente…
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