Romería suena a palabra en desuso. Se la escuché alguna vez a la abuela. En el pueblo. Hace siglos. Para qué engañarnos, no sé bien bien qué significa: busco en Google. Dicta la primera entrada, “¿cómo se hace la romería?”. Y define, de un post de Aleteia, medio de comunicación con información principalmente religiosa: “No existe una fórmula para hacer una romería, sino que esta arranca del amor, cariño y veneración. [...] La romería es un acto de piedad personal hacia la Virgen. Se va a Ella para rezarle, a pedirle favores o a darle las gracias por favores recibidos”. Romería viene de romero, de aquellos que peregrinan a Roma. Es una celebración con orígen religioso. Pero que ha permutado en el imaginario popular hasta convertirse en un acto cultural festivo.
Rodrigo Cuevas (Oviedo, 1985) no tiene pintas de romero de Roma. Pero ha vivido muchas romerías: las ha oficiado desde que se sube a los escenarios. Ahora tiene más fundamentos para ello, gracias a su tercer disco, tesista, “Manual de romería”. Hoy, un día de agosto de terrible chicharra, un día más de agosto de los de ahora, pronto por la mañana, se le escucha descansado. Voz calma y musical. Lo segundo, lo potencia cuando tira de ironía y humor. Parecido sin duda a lo que propone sobre el escenario; entre el cabaretista, el cuentacuentos, el MC y el showman.
"Si esa gente que luchó nos viera por un agujero, diría: “¡Pero qué hacéis con esa cara de amargaos!”
La primera, la del sosiego, sorprende algo después de visitar su bestia artística desde que arrancó con el ya lejano dúo musical La Dolorosa Compañía y su copla freak-pop, el “El ritmu de Verdiciu” (16) o su aclamadísimo espectáculo “Trópico de Covadonga” (19). El asturiano es un hombre de calidades. Es capaz de la pausa y el sprint, de la corchea y la semicorchea. De lo político a lo hedonista. “Estoy bien, cansadín, pero bien, contento”, expone antes de empezar la conversación. Ser tesista de la romería, fatiga. No es poca cosa.
¿Esta última gira, tan basta, ha afectado al disco?
“Manual de romería” debía ser totalmente directo, popular, disfrutón. La idea es hacer verbenas sobre el escenario. ¿Lo has visto?
¡No pude todavía!
Pues verás. Es mucho más… Mucho más. Quería hacer una romería, pero no solo esa cosa bucólica, pastoril, de pradera. Quería una romería como las nuestras, las que están en vigencia: vale lo bucólico y el pícnic, pero también gusta lo hortera de las verbenas. Las verbenas como superstars de la romería, con sus leds, sus luces. Así lo hacemos nosotros. Lo llevamos a ese punto más kitsch.
Ese tipo de fiesta popular a la que aludes, no es igual en todos los sitios, ¿no? Pienso en las orquestas en Galicia.
Lo que pasa en Galicia es horroroso. Llegaron a un extremo, que también pasó en Asturias… Las orquestas se volvieron súper grandes, superproducciones. Se saca el dinero de debajo de las piedras, van orquestas a los pueblos que cobran 20.000 euros, se les paga con dinero de la gente, y luego nadie del lugar baila. Es como un circo. La gente no baila y va para casa. Luego hay dúos que con nada ponen mogollón de canciones y todo el mundo baila… Esa verbena es la que a mí me gusta, no la de la Orquesta Panorama. Ese rollo gallego-orquestero, no. Con el dinero que cobran se puede hacer un festival pequeño.
Tu disco es sin duda como ese dúo al que aludes: mucho baile. De una base sintética bacalera a un piano melódico. Y a la tradición. Entendible en Valencia, Barcelona o Bogotá.
Hay mucha electrónica. Es más fácil que “Manual de cortejo” (19). No es tan intimista ni ese punto marciano, experimental. Este es más popular.
¿Y lo viste claro desde el principio que debía ser así? ¿Por cierto, empezaste hace mucho con él, no?
Empecé a plantearlo… A ver si me sale la cuenta. Empecé a escribir a finales del 2021. A Puerto Rico me fui a grabar en abril de 2022. Después vino Eduardo Cabra [productor, ex Calle 13] a viajar por España conmigo. Pero vamos, sabía desde el principio que quería ir hacia el baile. Hacia lo hedonista, lo disfrutón.
¿Nos ves muy sosainas?
Es que es momento de disfrutar. No sé si es por la pandemia. Pero creo que hay algo colectivo importante: debemos de empezar a valorar todo lo que tenemos, abrir los ojos. Ir hacia el estado en el que estás en una romería.
¿Te diste cuenta en una romería?
¡Claro! Es un estado que incita a valorar lo que uno tiene alrededor: unos amigos de puta madre, una familia maravillosa, un entorno equis, un paisaje genial, gente guay que conocemos… Mira como estoy en libertad con mi novio dándome un beso y nadie me mira. Son cosas que damos por hechas cada día. Y con esta ola fascista las podemos perder en cualquier momento. Qué irresponsabilidad afectiva estamos teniendo con toda la gente que luchó por las libertades o que construye iniciativas que nos ayudan a mejorar nuestras redes. Si esa gente que luchó nos viera por un agujero, diría: “¡Pero qué hacéis con esa cara de amargaos!”. Es una falta de respeto hacia ellos. Hay que celebrar por ellos.
"Que el productor fuese muy lejano y ajeno para que hubiesen diversas visiones en el disco era clave"
Reivindicar quiere decir eso, ¿no? Lo político y lo festivo.
Exacto.
¿Las personas comprometidas se olvidan del “lleure”? En catalán quiere decir ocio, relax, todo un poco. Tanto risas como introspección. El tiempo dedicado a los intereses propios. Para luchar por cosas, ¿hay que cargar pilas?
Dentro del activismo hay una negación a todo lo que sea disfrutar. Se ve como conformismo. Hay una parte del activismo que le parece fatal que la gente se divierta porque “quedan tantas cosas por reivindicar”. “¡Y estáis ahí divirtiéndose!”. Hijo de puta, y todos los que consiguieron esto, ¿no merecemos disfrutar de todo lo que se consiguió? ¿O esto consiste en estar tristes y flagelados hasta que expiamos no haber hecho lo suficiente?
¿Y cómo se reivindica desde el sofoco, la saturación, la parálisis? Y sin humor. Otra cosa que fastidia mucho en el mundo comprometido. A ti te flipa el equilibrio entre el vacile y la sobriedad. ¿Se tiene que sufrir mucho para encontrar la fórmula idónea?
En el humor está el arma, claro. Siempre se usó así. Le das una ligereza al mensaje que hace que no se pueda tomar a mal. Tengo haters para aburrir y hay gente que se lo toma todo a mal. Pero en el humor encontré mucho más margen para irme hacia un lado punk, más frívolo. Todo lo revisto con humor. Es un lubricante. Y me di cuenta que sirve para mensajes incómodos o tostones; con el humor lo puedes hacer. Es un superpoder muy fuerte y muy bueno.
¿Cómo has hecho con las letras para que tengan ese picante justo? ¿Te llevó mucha revisión?
Me sale muy natural. Pero Guille también me ayudó con las letras.
¿Guille Galván, Guille de Vetusta Morla?
¡Sí! Eduardo Cabra se lo encontró en los Grammys, en Las Vegas…
Casi nada… Como quien se lo encuentra en la plaza del pueblo.
[Risas] Se lo encontró y entonces le dijo que estaba trabajando conmigo. Porque ellos ya habían hecho algo en Trending Tropics con Vetusta Morla. Yo con Vetusta Morla tenía relación porque me llamaron para una colaboración en directo que nunca pasó por fechas, pero bueno, siempre hablábamos. Guille se ofreció para ayudar en las letras. Y cuando vino Eduardo, me lo comentó. Este disco tiene muchas letras mías, y yo nunca fui letrista. Todo el rato me parece una mierda lo que escribo y que será el fin de mi carrera, que la gente se reirá… Le llamé, le invité unos días a casa para que me ayudara a revisar y aquí estuvimos. ¡Fue genial el curro!
¿A qué tono llegásteis juntos?
Juguetón. Creativo. Yo cuando estoy rodeado de un grupo de amigos creativos, están así, en ese tono. El de la chispa. Igual estás hablando de algo muy serio y profundo y al momento están diciendo cualquier tontería y muriendo de risa. Es así la vida. Y hay que tomarla así, sino es un rollo, una mierda. Busco siempre ese tono, porque me gusta, en “VALSE” hago una descripción bucólica de donde vivo y luego digo lo de “sabemos que la fruta robada sabe mejor que la comprada”. No creas que por vivir en un lugar bucólico somos gilipollas [risas]. ¡Somos listos y como el Lazarillo, tenemos picaresca! Hay que vivir con picaresca intelectual todo el rato.
"No creas que por vivir en un lugar bucólico somos gilipollas"
¿Con Eduardo Cabra compartes ese mismo lenguaje? ¿De dónde sale esta colaboración de fantasía?
Que freak, ¿eh? A ver, yo un día le dije a Cuesta, la persona que me lleva prensa, que lo quería a él, a Eduardo, para el próximo disco [en referencia a “Manual de romería”]. Me preguntó. Y me salió así. No lo había dicho en alto, pero lo pensaba. Si vas a escribir una carta a los Reyes Magos, pide, pide el juguete que más te guste. Quería algo más bailongo y ligero, y fue increíble. Muy fácil contactar con él gracias a una amiga de mi representante, Silvia Conga. Le mandó el disco anterior, lo escuchó y el tío me llamó flipado: cogió una parte de una letra y la puso en una suya incluso. ¡Se había emocionado con “Manual de cortejo”! Acordamos que me fuera a Puerto Rico para hacer una canción y ver si la cosa funcionaba. Nada, diez días e hicimos “Más animal”, el single, contundente, tan guay. Nos pillamos el rollo.
Conectasteis.
Le encanta ese tono que decíamos. Se reía mucho. Le gustaba ver cómo me divierto con las letras y la música. Y yo que le admiro mucho en la forma muy disfrutona que tiene de estar en el estudio, y en lo musical…
Viendo aquél EP, Cabra, arriesgado… Parece un tipo disfrutón, sí. Con cien mil Grammys y que siga en la música porque realmente le apetece, valioso. Podría ser un pelma en su altar.
Sí, eso se nota. Se nota ese espíritu tan guay.
¿Qué es lo que más te gustaba de él antes de empezar con tu disco?
Yo de Calle 13 escuché algunos temas mucho y otros nada. Había genialidades que me flipaban pero también cosas que no me llamaban tanto la atención. Para mí fue clave el segundo disco de Rita Indiana [“Mandinga Times”]. En ese dije “¡Ay qué bien! ¡Cómo molaría hacer eso mismo pero con folclore asturiano!”. Además, yo quería un productor con el que generar algo más de tensión en lo musical comparado con el resto, más localista. Fui montando letras sobre la vida concreta de Piloña, un sitio pequeñito. Que el productor fuese muy lejano y ajeno para que hubiesen diversas visiones en el disco era clave.
¿Y cómo se hace un disco así, que es en esencia un collage? ¡No entiendo cómo no te fuiste a vivir año y medio a Puerto Rico para llevarlo a cabo!
Después de “Más animal” volví muy contento, lo pasé genial. Y en diciembre pensaba que volvería a Puerto Rico. Pero me pasó como con Raül [Refree, productor del anterior disco] que sentía que necesitaba que viniesen aquí para empaparse un poco, conocer cómo es esto. Para Eduardo todo fue muy loco. Me lo traje y nos fuimos a grabar esos interludios del disco, señoras cantando. En Robledo de Sanabria, en invierno: Eduardo no tenía abrigos. Un frío. Luego estaba todo el día en abrigo, vestido en casa igual que fuera [risas]. Él, por ejemplo, no sabía la importancia de la leña. ¡Para él no existe, no tiene sentido! Y aquí es algo que si no tienes te mueres. Estuvimos aquí y allí, bailando en fiestas, grabando en una cueva en Llanes. Y entonces sí que se fue con la full experience asturiana. Al mes nos vimos ya en Puerto Rico para rematar.
¿Y qué tal?
A contrarreloj. Dejamos todo planteado, pero faltaba el curro gordo. Debíamos ser rápidos pero sin perder la frescura. Porque yo quería algo muy muy fresco y divertido. Y a la vez dejarnos huecos para experimentar y juguetear… Por ejemplo, estando allí descubrí la plena, una música que hacen con percusiones de mano, con polirritmias, super afro, y dije “quiero grabar plena”. Y hacer un baile completo de Casares, con su jota, sus titos, y su agarrado. Trabajamos mucho, mucho, mucho, ¡e invitamos a unos pleneros!
¿Cómo llevas todo eso al directo?
Es mucho más electrónico, como te decía. Menos algunas canciones, muy romanticonas. Hay mucho baile. Quiero bailar. Y tengo unas escenografías que te mueres: los músicos parecen concursantes de la tele, con unos corralitos llenos de leds. Muy divertido. La gente se lo está pasando muy bien: venían de “Manual de cortejo”, tan dramático… Ah, y bailan. Bailan mucho.
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