Su octavo álbum "Interplay" (Wichita/PIAS, 2024) es el cuarto que publican desde que volvieran a reunirse hace ya una década, y les muestra más interesados que nunca en trabajar tramas y texturas inéditas en su propuesta: no es de extrañar que casi la mitad de sus canciones sobrepasen los cinco minutos de duración y ninguna baje de los cuatro.
Se han afanado por conjugar la experimentación propia de proyectos como Talk Talk o Japan con la densidad de los mejores U2 y Depeche Mode de la década de los ochenta – lo dicen ellos mismos en la nota de prensa –, sin desdeñar las dinámicas del kraut rock o del dub. Hablo de todo esto con el batería Loz Colbert, quien me lo explica todo con tal didactismo y afabilidad que me lo imagino ya no solo como un componente esencial por la especificidad rítmica del disco, sino también como el hábil conciliador que ha debido ser en más de una ocasión entre los impulsos de Andy Bell y Mark Gardener, guitarristas y vocalistas del cuarteto que completa el bajista Steve Queralt.
Han pasado cinco años desde vuestro anterior disco. En la hoja de prensa decís que ha sido un periodo de bajones y subidones. ¿Ha sido particularmente complicado?
Fue difícil por el confinamiento, porque nos dio un respiro justo cuando estábamos pensando en darnos un descanso, irónicamente, después de la promoción de "This Is Not A Safe Place" (2019), y cuando empezamos a trabajar en las canciones lo hacíamos por separado, y eso nos ralentizó. Y ya cuando vino Richie Kennedy para producirnos, es cuando la cosa empezó de verdad. Fue como un comienzo en falso al principio para luego empezar ya en serio, y con aquel parón de dos años en el que apenas hicimos nada.
"Me encanta cuando te das cuenta de algo tremendo que ocurría hace años y de lo que apenas casi nadie se daba cuenta"
¿Qué crees que os aporta la producción de Richie Kennedy, quien ya trabajó con vosotros y lo ha hecho con Erol Alkan, Duran Duran o Suede?
Nos refuerza, nos envuelve, nos unifica. Logra que en el estudio todo suene perfecto, y nos obliga a ser tenaces si hay que repetir tomas. Aunque lo que oyes en el disco son tomas en directo, no es la suma de diferentes pistas. Es como hemos trabajado en los dos últimos discos. Nos aporta solidez en el sonido pero también en las pequeñas texturas y frecuencias que marcan a veces la diferencia. Creo que nos entendió y que nos hizo enfocar mejor nuestro sonido.
Hay al menos un par de canciones, “Peace Sign” y “Monaco”, que sugieren que os interesa el kraut rock. ¿Es así?
Totalmente. Hace tiempo que exploramos esos ritmos motorik, sobre todo cuando hacemos jams. Es un sonido que siempre ha estado como en segundo plano, pero se ha reivindicado de nuevo en los últimos tiempos y se ha vuelto a poner de moda, y nos pareció que podíamos sacar algo de ahí. “Peace Sign” en realidad tiene una influencia clara de “Public Image”, la canción de P.I.L. de 1978, con esa forma tan loca de tocar la batería e interactuar con el bajo, que quisimos adoptar para usarla en otra canción. Yo tuve que aprender a hacerlo, y Steve (Queralt) sabía cómo tocar el bajo al estilo del dub pero acercándola al punk, y unimos ambas cosas. Extrañamente, no teníamos en mente el kraut rock, aunque sea, obviamente, la base de todo aquello. En “Monaco” sí que se nota más, porque utilizamos una caja de ritmos y creamos una línea de bajo repetitiva, sobre la que añadimos varias capas de sonido.
“Last Night I Went Somewhere To Dream” es muy distinta, y quería saber si fue la que empezó todo, ya que la mencionáis como uno de los puntos en los que se aprecia la influencia de Talk Talk o Tears For Fears, grupos con los que quizá no se os hubiera asociado hace unos años.
No fue la primera canción que escribimos antes de entrar en el estudio, pero al principio, cuando ensayábamos improvisando y haciendo jams, nos metimos mucho en ese tipo de música, y cuando ya habíamos tenido bastante de todo eso, esta fue una de las primeras canciones que yo traje, y creo que le empezó a dar forma al disco. Fue una de las que nos abrió la mente.
¿Es el título de la canción un guiño a “Last Night I Dreamt That Somebody Loved Me”, de The Smiths?
Sí (risas). Me gusta jugar con las palabras y servirme de las que pueden expresar varias cosas a la vez. Supongo que trataba de expresar el concepto y siempre está bien introducir el máximo número de referentes posibles en un mismo título.
Como el propio título del disco, "Interplay", que puede traer a la cabeza una canción de Joy Division, “Interzone”, también de 1979.
Sí, es otra palabra que tiene muchas connotaciones distintas, son elementos que juntamos, y que en este caso igual te puede recordar a aquella canción como a la idea de interacción entre nosotros.
¿Hay algo más reciente que os haya marcado?
Sí, aunque pueda no notarse mucho. Últimamente he estado escuchando a Paul Cousins. Y he descubierto a Isao Tomita, aunque este es un músico mucho mayor, obviamente. Me ha gustado lo nuevo de MGMT. Y de Sufjan Stevens. También James Holden y el último disco de The Smile.
"En los años ochenta la estructura de las canciones era muy rígida, con un estribillo y unas estrofas muy definidas, y ahora hay más margen para la improvisación"
Algunas otras de las influencias que habéis barajado son los Japan de “Ghosts” (1981), los U2 de The "Unforgettable Fire" (1984) o los Depeche Mode de "Violator" (1990). ¿Crees que la historia de la música pop es un pozo sin fondo?
Al cien por cien. Y además, si lo piensas, no es como una historia lineal, porque cada persona traza la suya propia a través de una línea de puntos distinta: tienes a quienes estuvieron allí en aquella época y a quienes nacieron diez años después y tienen una mirada distinta y ya se han distanciado, y cada oyente tiene una inspiración distinta y toma elementos distintos. Es como tener millones de lápices trazando su propia historia. Hace algo más de diez años la mayoría de las revistas de música empezaron a tener esa visión del pasado, más musicológica, y a poner el foco en artistas que en su momento no estaban muy valorados porque los medios estaban pendientes de otras cosas. Hay todo un mundo oculto más allá de los titulares de prensa. Me encanta cuando te das cuenta de algo tremendo que ocurría hace años y de lo que apenas casi nadie se daba cuenta. Todo el mundo puede tener su propia versión de las cosas.
¿Y sentís también que la forma en la que se aprecia vuestra música varía con la edad? Me decían Slowdive, quienes han seguido un camino paralelo al vuestro, que estaban muy sorprendidos de la cantidad de gente muy joven, desde adolescentes hasta treintañeros, que van a sus conciertos ahora, y cómo conectaban más intensamente con un determinado tipo de canciones.
Bueno, creo que no hemos tenido la misma repercusión que Slowdive. Su música se viralizó a través de TikTok y eso les catapultó a una nueva audiencia, muchísimo más joven. No ha ocurrido con nosotros, pero mientras presentábamos "Weather Diaries" (2017) y "This Is Not A Safe Place" (2019) en directo, nos dimos cuenta de que justo delante del escenario había un público mucho más joven, que estaba más pendiente las canciones nuevas que de las antiguas, y es muy bonito que eso se haya ido gestando poco a poco, sin darnos cuenta. Y quizá con este álbum se acentúe.
¿En qué medida es la industria de la música distinta para vosotros respecto a la que era cuando empezasteis?
Hay una plétora de cosas que han cambiado. De alguna forma, antes era todo más directo: ensayabas, grababas, vendías tus discos, salías de gira, y al volver podías hacer la misma clase de disco con el mismo sello, etcétera. Y eran los discos los que te hacían ganar dinero. Ahora el foco es mucho más difuso: puedes tener una banda, ser un solista, usar la tecnología, empezar tu propia revolución con un ordenador, hacer tu promoción online… hay muchas cosas que ya no necesitas, pero eso ha llegado a devaluar la música, porque Spotify y el streaming han reventado por completo la forma en la que el músico se gana la vida. Y es una dinámica global. O eres tan grande que el dinero nunca va a ser un problema o tienes que luchar y sufrir, y es como que no hay nada en medio. El valor de la música se ha destruido. Las giras son la única manera de hacer dinero para la gran mayoría. Ha cambiado el paisaje, y no precisamente a mejor.
Eso quizá os obligue a tocar más en directo. ¿Es fácil mantener la motivación cuando has de tocar las mismas canciones a lo largo de tantas fechas al cabo de un año?
Ahí el desafío nos llegó cuando hicimos la gira recuperando "Nowhere" (1990) por su treinta aniversario, durante la que tocamos, literalmente, el mismo setlist cada noche, porque es lo que se supone que tienes que hacer rescatas un álbum entero. Pero fue ilusionante, porque de alguna manera encuentras la forma de que cada noche sea ligeramente distinta a la anterior, de que tenga algo nuevo, aunque no lo busques. Incluso cuando empiezas y piensas que llevas trescientas noches tocando lo mismo: tú eres distinto, el público es distinto, el aire es distinto, tu físico es distinto y los instrumentos pueden introducir ligeros cambios… siempre hay algo diferente, también en la forma de tocar de la banda. De cada diez veces que abordes una canción, no va a haber una exactamente igual a la otra. Eso me gusta. Y la escritura de canciones tiene ese potencial, te permite cambiar: en los años ochenta la estructura de las canciones era muy rígida, con un estribillo y unas estrofas muy definidas, y ahora hay más margen para la improvisación.
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