Ribbons es un disco muy diferente a Phantom Brickworks (2017), tu anterior trabajo, que a su vez era muy distinto de A Mineral Love (2016). ¿Cómo abordas cada álbum?
Sí, este disco es bastante distinto a todo lo demás. Hice Phantom Brickworks durante un periodo más largo, casi diez años, así que prácticamente acabó siendo un proyecto paralelo, mientras que éste es una continuación de lo que había venido haciendo antes. Lo que pasa es que siempre he intentado que cada disco sea un poco diferente del anterior. En este caso, me centré más en instrumentos acústicos y menos en la electrónica.
Es un álbum que me ha parecido bastante luminoso, en contraste con la cantidad de artistas que están haciendo trabajos sombríos como respuesta el ambiente político. ¿Cuál fue tu inspiración?
Me cuesta resumir las influencias, porque hubo muchas cosas. Pero la política es precisamente una de esas cosas que no me gusta meter. No estoy en contra de que se haga, en Phantom Brickworks había algo, pero como norma general prefiero ver la música como un mundo de fantasía que está fuera de esta realidad. La política es leer las noticias para saber qué pasa en el mundo, y yo veo la música como un escape, por eso me gusta separar ambas cosas. Además, cuando metes asuntos políticos, tiendes a hablar de las cosas que pasan ahora, y en diez años se habrán quedado desfasadas, mientras que la música tiene el potencial de estar ahí mucho tiempo. La política hace que algo sea muy de un determinado momento.
En una entrevista, Robbie Chater de The Avalanches me decía que es casi imposible o muy difícil hacer música alegre sin caer en lo cursi. ¿Estás de acuerdo?
Sí, yo siempre he preferido la melancolía. Me gusta que la música tenga un toque feliz, pero siempre y cuando haya también algo agridulce. Como una pequeña cantidad de tristeza. Y lo mismo se aplica viceversa: que la música triste tenga un poquito de esperanza. Tiendo a hacer este tipo de música, siempre hay una de estas combinaciones de emociones. Creo que si es puramente feliz, quizá peque de infantil. Con la música, las emociones pueden ser muy sofisticadas y eso es lo que me fascina de ella: que puedes expresar mucho más que con las palabras u otras formas artísticas.
“Prefiero ver la música como un mundo de fantasía fuera de la realidad”
Es verdad que en tus canciones está muy presente esa mezcla. ¿Te sale de manera natural?
Creo que sí. No lo hago de una manera consciente. Gran parte de mi música me sale tocando, de improvisaciones. Normalmente, y sobre todo en este disco, me salen cosas cuando estoy sentado tocando la guitarra. Si me viene un riff, una progresión de acordes o algo que tiene potencial, lo grabo con el móvil para acordarme. Hago un pequeño vídeo para acordarme cuando vaya al estudio. Es muy importante que lo haga así, porque es muy fácil que se me olviden ciertas cosas, especialmente porque uso diferentes afinaciones alternativas. Son como bocetos. Y luego, a veces, cuando estoy viendo fotos a lo largo del año, y veo una en la que estoy tocando la guitarra, normalmente es uno de esos fragmentos: la abro y digo: “ah, de ahí puede salir algo”. Así que creo que esta mezcla de emociones me sale muy natural.
Es un álbum con un montón de influencias, pero me ha sorprendido que haya tanta presencia del folk celta. Si tuvieras que hacerlo, ¿cómo definirías lo que haces?
No tengo una definición, porque es como un collage de influencias distintas. Cuando escuchas alguno de mis discos, especialmente de la etapa de Warp, a menudo transitan por diversos estilos, lo cual es un reflejo de la música que oigo y de la variedad de mi colección de discos. Y escucho un montón de tipos de música. En los últimos años he estado escuchando mucho Bach y aprendiendo algunas de sus piezas con la mandolina, así que es una influencia armónica bastante presente. Además, el año pasado empecé a tocar el violín y aprendía algunas melodías irlandesas, y eso acabó siendo también una influencia melódica.
¿Cuál es el proceso desde que se te ocurre algo o tienes una idea hasta que grabas la canción? Porque tocas prácticamente todo, ¿no?
En este caso, las dos primeras canciones que tenían violín fueron Patchouli May y Watch The Flies. En ese momento yo todavía no lo tocaba, así que le pedí a un amigo que estaba aprendiendo si podía tocar una melodía. Lo interesante de Patchouli May es que había una versión diferente a la del álbum, con una guitarra al revés que sonaba un poco como un violín. Fue casi accidental, porque la había grabado y cuando la puse al revés, se creó esa nueva melodía. Ésa es la melodía que le pedí a mi amigo que se aprendiera y tocara con el violín. Con Watch The Flies, cuando la componía, me imaginé algo que empezara sonando indio y acabara sonando más a música tradicional irlandesa. Mi amigo Tom grabó el violín en esas dos canciones. Después me lo vendió y entonces lo empecé a tocar para meterlo en otras canciones.
Si no me equivoco, te has encargado de grabarlo y la portada también es tuya. ¿Consideras que un disco, como obra de arte, tiene que ser algo totalmente personal en manos del artista?
Sí, la idea de la portada se me ocurrió el año pasado, y para hacerla trabajé con un fotógrafo. Todas las fotografías en color son mías, y el retrato es de este fotógrafo con el que he trabajado algunas veces en Londres. En cuanto al control total de la obra, en mi caso es así. Sé que cada persona es diferente, hay artistas que son más como directores y no necesariamente se ocupan directamente ni hacen el trabajo físico. Hay muchos así: tienen ideas y luego, para plasmarlas, cuentan con un cantante, un productor o lo que sea, pero a mí me interesan todos los diferentes aspectos de hacer música: Tocar instrumentos, cantar, componer canciones, producir la música…todo. Creo que es así porque empecé grabando en casa y esencialmente sigo haciendo lo mismo, sólo que mi habitación ha evolucionado hasta convertirse en un estudio.
“En los últimos cinco o diez años la electrónica ha perdido su naturaleza exótica”
Creo que es tu séptimo disco para Warp. ¿Te consideras un artista especialmente prolífico?
Sí, creo que sí. De hecho, hago más música de la que saco. Mucha más. Creo que es importante tomarte el tiempo necesario para elegir lo que sacas, y que no sea demasiado. Cuando no estoy en el estudio paso mucho tiempo oyendo las canciones, y es importante por dos razones: una, que cuando escucho alguna pieza sin acabar, me da nuevas ideas de a dónde puedo llevarla. Pero la otra razón es que, si la escucho muchas veces y termina aburriéndome, al final no acaba en el álbum. Necesito escuchar mucho todo para asegurarme de que no me aburra tras oírlo doscientas veces.
Tus composiciones tienen siempre un componente muy humano y orgánico, por explicarlo de alguna manera. ¿Echas en falta esto en la mayor parte de la música más o menos electrónica?
Depende mucho, porque lo interesante de la electrónica es que, a veces, suena muy artificial. Cuando me empezó a interesar, lo que me atraía más era eso, lo artificial que sonaba. Que era más “animación” que una “película de acción real”. Era más abstracta, quizá. No había instrumentos específicos separados, como una guitarra o un bajo. Eso y la variedad que puede tener me sigue gustando, pero creo que en los últimos cinco o diez años la música electrónica se ha hecho más popular hasta el punto de que todo el pop suena a eso. Tienes cantantes, sí, pero la electrónica ha dejado de ser una novedad. Es como suena la música moderna, ha perdido su naturaleza exótica y se ha convertido en plástico. Por supuesto, sigue habiendo muy buena música electrónica que me gusta, pero me interesan más las sutilezas que hay en los instrumentos acústicos. Cada vez que tocas una guitarra, es diferente, nunca es lo mismo dos veces. Mueves el micro unos centímetros, y el sonido cambia.
Una canción con Valley Wulf me ha evocado el sonido de Vini Reilly y The Durutti Column. ¿Lo reconoces como una influencia?
Me lo han dicho unas pocas personas que admiran su música, pero yo nunca lo había oído antes. Conocía el nombre, y sólo últimamente me puse a ello. La única razón por la que lo hice es porque me dijeron que había cierta similitud, y la verdad es que la hay. Sobre todo en el sentido de que él intentaba usar su guitarra de un modo más moderno. Creo que tenemos eso en común, pero nunca me influyó.
Muchas veces oímos cosas que el artista ni siquiera conoce… Para terminar, ¿tienes planes para llevar este disco al directo o hacer algo sobre un escenario?
No va a haber ninguna actuación. Lo único es que voy a hacer en Londres algunas sesiones audiovisuales con algunos de los cortes, es mi próximo plan, pero no voy a hacer gira ni nada parecido.
Supongo que es complejo y difícil llevar tu música a un escenario, desde un punto de vista técnico.
No son tanto los problemas técnicos como conseguir el sonido adecuado, y que, además, no me gusta tocar delante del público. Me pongo muy nervioso porque no soy un intérprete natural. Pero el principal problema es que trasladar la calidad de la grabación al directo es muy difícil, porque uso grabadoras de cinta y un montón de equipo para conseguir ciertos sonidos.
Por ejemplo, las guitarras de Curls suenan muy particulares.
Sí, están pasadas por una grabadora de cinta. Trabajo con varias: algunas dan un sonido lo-fi, otras son más limpias, otras más distorsionadas. No puedes hacer esto en tiempo real, tienes que samplear. No es posible grabar algo en cinta y reproducirlo en tiempo real. Es imposible escucharlo de nuevo como haría un efecto delay. Y con el sampler, creo que le estás quitando algo. Con la música puramente electrónica es mucho más sencillo, dependes de las máquinas que hacen el trabajo. Los shows que he hecho anteriormente han sido más electrónicos. Pero con este disco no tiene sentido salir y que unos portátiles reproduzcan música folk (risas). Cuando alguien va a ver a un artista de electrónica, nadie espera ver a un guitarrista o a un batería, pero con este tipo de música, la gente sí lo esperaría. Y sinceramente, me llevaría tanto tiempo montar un show en directo que para cuando estuviera listo, el disco ya tendría un año. Lo mío es componer.
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