David Rodríguez es un tipo ejemplar: no sólo representa genuinamente la imagen del antidivo (y de qué manera), sino que, además, facilita cualquier intento de conversación minimizando el sentido de su obra sin alardes de vanidad ni soberbia. Y se agradece: te obliga a sobreponerte a su modesta franqueza y, de ese modo, cualquier valoración crítica y personal gana enteros conforme avanza la entrevista. «Misery And Lies», su nueva entrega, viene a ser un correlato al incómodo apasionamiento del que hace gala. Su título no puede ser más explícito. Y su sonido menos aún. «Queríamos hacer un disco más punky, más viril, más feísta si quieres, pero no en un sentido peyorativo, sino más allá de cualquier consideración estética. No es tan bonito o pulido como alguno de los anteriores, sino más primitivo, más burro y menos agradecido a la hora de escuchar». Aunque con matices, lo cierto es que apenas sí se observan los cánones que Beef convirtió en seña de identidad desde la publicación del célebre «Beef Tongues»: no hay casi asomo de artificios electrónicos y sí propensión visceral a extraer melodías en medio de una vorágine de ruido y desorden. No en vano, han contado con la ayuda de Wharton Tiers, ingeniero de sonido de algunas de las obras de Sonic Youth, Pussy Galore y Dinosaur Jr., entre otros. «Se nota su influencia, sobre todo en el uso de las guitarras: más afiladas, sucias y agresivas. Le ha dado al disco el tono de compacta simplicidad que buscábamos». Y no sólo eso, ha impreso además un sonido cortante y contundente que muestra a los Beef más desafiantes y oscuros, casi al nivel de una de sus bandas de referencia: Joy Division. En definitiva, un giro a conciencia sin querer valorar sus efectos ni consecuencias. «Estábamos tan hartos de grabar y de verlo todo tan poco claro que habíamos pensado incluso en dejarlo. Nos aburríamos. Así que paramos un tiempo y al volver a reunirnos decidimos dar una vuelta de tuerca. Sólo podíamos recuperarnos siendo nosotros mismos y sin dar importancia al rollo estético que, al fin y al cabo, es lo último que tenemos que mirar. Si no nos ahogábamos, nos moríamos o nos separábamos». Afortunadamente, no ha sido así, pero habrá que ver en un futuro qué depara este primer conato de crisis. «No lo sé. Lo que sí es cierto es que apenas se respiraba ya la sensación de éxtasis que acompañó a la grabación de «Beef Tongues». Desde entonces, lo único que hicimos fue estirar la cuerda y exprimir los mismos conceptos hasta llevarlos al límite y acabar agonizando con el «España A Las Ocho», que demostró que vivíamos de rentas, siempre tirando de lo mismo. En pocas palabras: que con «Beef Tongues» agotamos la capacidad de sorpresa. Teníamos la sensación de estar cagándola, justificándonos porque sí. Y el resultado, música, por decirlo de alguna manera, culta y excesivamente artificial, dejó de atraernos. Así que poco sentido tenía continuar por ahí». Nuevos horizontes (estilísticos) y nuevas sorpresas. «Misery And Lies» suma a su talante melódico-ruidista un puñado de temas con evanescencias, unas de corte aislacionista y otras secuestradas al jazz más oscuro e incómodo. Ahí están, sino, «Soap», «El Final De Una Carrera», «Sex In Mind» y «Backstreeta Y Los Bakalaeros Makis» para corroborarlo. «Normalmente, los discos no los tenemos muy preparados a la hora de ir a grabar. Siempre nos dejamos un margen para la improvisación en el estudio y, por extensión, para divertirnos. Es una forma un poco freak de pasarlo bien, pero también el antídoto al aburrimiento, y la licencia que permite que salgan temas, como esos, que rompan la cadencia normal de un disco. Aunque nunca premeditadamente». Habrá que ver cómo luce su último trabajo sobre el escenario. A priori, lo tiene todo para ser un bombazo y, cuanto menos, provocará, seguro, más de un estrago. «Somos muy poco serios para el directo; muy chapuceros. Aunque depende del día. De todos modos, es algo que nunca hemos trabajado mucho. E incluso diría que somos ya un poco viejos. Aunque nunca se sabe. Depende de las invitaciones y las ganas que hayan. Vaya, que somos casi como burócratas de la música: siempre pensando en ella, pero de ahí a hacerla o tocarla...».
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