Tras sorprender a propios y extraños con sus Ep’s “Curtis Lane” y “Sun Rooms” (exclusivamente editado en cassete) en 2010, Active Child se estrenó en largo a finales del año pasado con “You Are All I See”, un álbum sensual y emocionante donde el pop y el r’n’b flirtean bajo el paraguas del chill wave y unas atmósferas balearic. Pero lo que consigue atraparte como una mosca enfangada en miel es, sin duda, su voz. Una voz magnética e hipnótica que Patrick Grossi lleva por terrenos insospechados con destreza y florituras, rozando el exceso, pero siempre por debajo del larguero. Y es que la predominancia de la voz en su música está ya en sus raíces, cuando entró en el coro de la iglesia local. “Empecé en el mundo de la música muy joven. Me uní a un coro en Philadelphia con sólo nueve años y ese fue mi primer mecanismo musical para exteriorizar mis emociones”, recuerda Patrick. “Ese periodo duró aproximadamente cuatro años y dejó una marca indeleble tanto en mi voz y mi manera de interpretar las melodías como en la forma en que compongo”. El secreto no es otro que excavar, encontrar la emoción más pura y cincelar con ella el alma y las melodías. “La única cosa que siempre ha sido de vital importancia en todo lo que he escrito ha sido la emoción auténtica”. “No ser emotivo porque sí”, puntualiza este nativo de New Jersey, residente en Los Ángeles, “sino perderte en tus propios pensamientos y sentimientos de verdad, de una forma honesta”. Ésa es, según él, la verdadera diferencia entre “You Are All I See” y sus anteriores creaciones. “En grabaciones anteriores, me sentía como si estuviera explicando una historia de amor, en lugar de vivirla. Pero este disco ha sido diferente: me he abierto completamente y, aunque me ha dado miedo hacerlo, sentía en mi interior que era lo que tenía que hacer”. Y puede que sean esa honestidad y esa apertura las que confieran a la emotividad de “You Are All I See” el equilibrio imprescindible para no resultar excesivamente dramático o acabar tirando por lo pastelón: un perfecto punto medio entre la intensidad emocional y la paz de espíritu, que ni siquiera él sabe bien cómo ha conseguido. “Para serte sincero, no tengo ni idea. Supongo que esa paz de la que hablas era la única vía para no quedarme perdido en mis emociones para siempre. Necesitas algo que te levante el ánimo en medio de toda la mierda que te rodea. De vez en cuando necesitas un subidón, un ritmo estruendoso, unas melodías vocales en crescendo… Al menos, yo lo necesito”. Ese vaivén musical, esa necesidad vital de alternancia en los estados de ánimo, se refleja a la perfección en las influencias que cita nuestro hombre: desde Peter Gabriel, Annie Lennox, Enya o Fleetwood Mac (“todos ellos me los introdujo mi padre”, rememora Pat) a cosas que ha descubierto con los años y de las que se ha empapado hasta caer completamente enamorado, “cosas tan diferentes como The Knife, Björk y Owen Pallett”. Y si algo comparte con el canadiense, además de una facilidad pasmosa para componer temas absolutamente redondos, es su fascinación por situar como protagonistas a instrumentos poco comunes en el pop contemporáneo. En el caso del ex-Final Fantasy, el violín, la viola o el clavicordio, y en el de Patrick, el arpa. Gracias a esfuerzos como los suyos, cada vez más artistas se atreven a romper barreras y tabúes e introducir instrumentos tradicionales o inusuales en los géneros más variopintos. “El arpa parece estar extrañamente de moda ahora mismo: la veo más presente que nunca en la cultura y la música pop. Sea como sea, lo que me gustaría es que cualquiera que me escuchara sintiera que puede romper las normas, que puede ser diferente, que en lugar de aprender a tocar la guitarra o el bajo, puedes elegir un instrumento del que nunca antes habías oído hablar, qué sé yo, la kora por ejemplo”. La de Active Child es, pues, la historia de un niño extraordinariamente sensible y dotado para la melodía al que no le asustó ser diferente, que hizo de ello su bandera y que grabó un disco precioso que te mantiene el vello erizado durante la totalidad de sus cuarenta y ocho minutos.
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.