De hecho, el nuevo trabajo de los manchegos acaba imponiéndose a lo arisco de su contenido a base de verismo y de sinceridad. Lejos de convertirse en una huída hacia delante, “Bingo” proclama el estado de excepción en los sentimientos de las personas que lo protagonizan, directa o diferidamente, eso da lo mismo. Puede que por eso, porque en realidad la gestación de este disco ha sido un trabajo de tintes hercúleos que nada tiene que ver con ese ritual de la inercia y la costumbre tan habitual en el mundo discográfico, Pascual haya decidido bucear a pulmón libre por las procelosas aguas de la verdad. Extrañado, carraspea y cuestiona la naturaleza de mi inquisitoria primera pregunta –“¿Que cuándo y dónde nací?... ¿Y eso?...”-, pero decide contestar. Es sólo el comienzo. “No es tan cierto el que nos fuésemos a separar como que surgiera el rumor. Lo que pasó es que cuando acabamos de grabar ´Canciones de andar por casa´ planteamos una gira y empezamos a hacer conciertos. En ese momento estábamos muy ilusionados con el disco nuevo, como siempre que sacas un disco, vaya, pero más que nunca porque por primera vez teníamos un disco que habíamos hecho con una solidez y una cohesión entre nosotros muy especial. Poco después surgió un problema de salud en uno de nosotros que impidió continuar esa gira. Esta situación hizo que el grupo se enfriara un poco. No nuestra relación personal, pero sí el grupo.
“Al principio sufrimos la criba de Surfin´ Bichos, como era de eperar, y ahora resulta que ¡tenemos que pasar la criba de Mogwai!” |
Después intentamos retomar el momento en que habíamos quedado pero fue imposible. Un año después volvíamos a quedar para ensayar, exigiéndonos canciones a nosotros mismos, pero la cosa no acababa de funcionar, porque nos costaba quedar para los ensayos y cuando lo hacíamos no teníamos nada que tocar, algo que nunca nos había pasado. Yo por mi parte empecé a plantear dinámicas de trabajo y de sonido distintas, pero aquello no se encajó bien y decidimos volver a parar. Todo esto nos llevó a la desesperación”. Y no era para menos, habida cuenta de que sin las canciones de los albaceteños no se entienden los últimos quince años de nuestro pop y de que, sin esas mismas canciones, cuesta imaginar una vida mínimamente feliz para sus protagonistas. “Le dimos tiempo y pudimos ver todo con algo de distancia. Retomamos las canciones donde las habíamos dejado y todo empezó a funcionar mejor”. En esta cronología dolorosa, la reflexión y la conciencia cimientan el punto de fuga definitivo. Solamente a través del análisis de la propia realidad del grupo, la que dictaban sus nuevas canciones, se pudo recomponer una estructura dañada pero suficientemente sólida. “El revulsivo fue entender exactamente cómo eran las canciones, qué nos iban a exigir, qué nos queríamos plantear... ha sido una época en la que hemos hablado mucho, intentando darnos unos márgenes amplios de libertad, jugando con las canciones, los loops, los formatos instrumentales, dejando correr la imaginación de cada uno, insertando nuevos instrumentos, nuevos pedales... buscar un nuevo sonido en definitiva. Y al final hemos disfrutado mucho”. Aún así, el testigo de alarma se mantiene encendido. La hoja promocional que acompaña mi copia del disco lo dice alto y claro: “Hay diez canciones. Son las que hay y no va a haber más”. Tras una experiencia interna como la vivida, parece, más que lógico y coherente, necesario que así sea. Al menos de momento. “Pone eso porqueee...porque... esta mañana lo hablábamos entre nosotros... ya no vamos a pensar... ya no vamos a exigirnos más... yo no voy a pasar más por ese momento que pasamos, sinceramente... las canciones son las que marcan la vida de un grupo, su puesta a punto y su momento y nosotros lo hemos pasado muy mal cuando no hemos tenido canciones, nos hemos exigido cosas que no podíamos dar y bueno... esto es lo que hay y vamos a disfrutarlo ahora”. Y lo que hay, por mucho que suene a lugar común, supone una ruptura manifiesta con la propia historia de Mercromina. Una historia marcada siempre por la entidad compositora de un grupo que, desde “Acrobacia” (95), se empeñó en dotar de mayor contenido a sus composiciones, en lo lírico y en lo estrictamente musical. Probablemente, la progresión en la suntuosidad de los arreglos –aritmética en “Hulahop” (97); geométrica en “Canciones de andar por casa” (99)- terminó convirtiéndose en un límite que muchos imaginábamos tendía a infinito. Pero no ha sido así. Y “Bingo” no es sino testigo de la verdadera condición de los grupos: seres vivos –mientras lo están: hay mucho no muerto por ahí- cuyos resortes vitales se activan orgánicamente. Si hay vida hay canciones verdaderas. Eso es lo realmente necesario e interesante. Eso es lo que nos enseñan discos como éste. “El disco supone una ruptura importante, aunque no suponga una renuncia a lo que hemos hecho antes. De hecho vamos a recuperar para el directo canciones antiguas, pero va a haber otras que no vamos a tocar, porque nos apetece un tipo de sonido determinado. Cuando hicimos ´Canciones...´ llegamos al límite expresivo de algunos formatos de canción. En este momento queríamos hacer otro tipo de canciones. El planteamiento inicial era no reincidir en determinados clichés, porque llegó un momento en que antes de ponernos a tocar ya sabíamos lo que íbamos a hacer”. Y en esa lucha interna, además de la oxigenación arreglística –aunque éste sea también un disco plagado de detalles- destaca la renuncia definitiva a la voz como protagonista o conductora de las canciones. En alguna de ellas no hace ni acto de presencia y en el resto, ésta es más bien sibilina y planeadora. “Bueno, me ha apetecido menos cantar y he preferido más tocar. He querido acoplar a ese nuevo espíritu instrumental que tiene el disco y he tratado de decir más con la música. No son canciones tan densas y la voz tiene menos protagonismo tanto en cantidad como en volumen. Es un instrumento más, aunque sé que suena a tópico. Pero aún así las letras, donde las hay, son significativas. No están ahí porque sí”. Claro que no. Esa condición necesaria está presente en todo el disco. En su portada, en sus textos, en su sonido, en sus errores y en sus aciertos. Desde luego, es su disco menos pop. Pero tenía que ser así: crudo, visceral, sin estribillos. Un documento sonoro que certifica los estados de ánimo que han presidido su alumbramiento. “Tú dices que, como canciones, éstas son peores, pero creo que en realidad no son peores, aunque no se puedan tararear. No es un disco cómodo, no te permite cantar o escucharlo mientras friegas, pero está plagado de vida, de planteamientos vitales, de recuerdos bonitos para nosotros que sirven como impulso. Hemos estado muy encima de él intentando respetar las canciones pero siendo muy poco conformistas y sin rechazarlas por muy cuesta arriba que se nos pusieran. Ha sido costoso”. Como costosa resulta su escucha. Y con prejuicios mucho más todavía. Ya no vamos a encontrar la perfección formal de “Temblando”, ni la sonrisa de “De vuelta a casa”, ni la melancolía de “Encadenados” ni siquiera la belleza porque sí de “En un mundo tan pequeño”. Para entrar en “Bingo” tiene que haber una mínima dosis de abandono por nuestra parte. Porque Mercromina andan por ahí, haciendo otra cosa. “Yo he oído muchos discos que me han dejado seco. La mayoría de los discos que me han dado esa sensación al principio han terminado gustándome mucho. Y esa sensación es la que tuvimos cuando lo terminamos. Hasta nosotros hemos tenido que aprender a escuchar lo que hemos hecho, porque al principio nos ofrecía mucha información, muchas cosas de golpe que no podíamos asimilar”. Y lo mismo pasa si nos empeñamos en ofrecer referentes sónicos que, de alguna manera, nos indiquen por dónde van
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