La última vez que te vi me dijiste que era tu último concierto como Pablo Und Destruktion. ¿Al final te has arrepentido?
Lo pensé mejor (risas). Estaba hasta los huevos de Pablo Und Destruktion, de la industria musical, del mundo moderno… pero es lo que hay. Formo parte de esto. La idea es tratar de transformar en la medida de lo posible; así que si destruyo lo único que me ha hecho fuerte ante esa sensación de rechazo y de estar un poco abrumado por las circunstancias lo único que hago es joderme más. Hice el disco desde ese lugar (que también me vino bien para la composición, grabación) pero después me di cuenta de que no era lógico destruir lo que me hace más fuerte. Esta es una de las pocas cosas en el mundo en la que mando yo, así que dije “a tomar por culo”.
¿El “Und Destruktion” sería un poco como tu coraza ante ese mundo “moderno” del que necesitas protegerte?
Sí, si que lo es. Y me había rayado un poco con lo que implica que esté en alemán, lo que me ata de ese nombre al pasado, la posibilidad de quedarme en la autodestrucción… pero no, la destrucción es muy necesaria. Hay que triturar muchas cosas. Así que al final lo que he hecho ha sido simplemente redirigir el enfoque de esa destrucción hacia otros lugares. Hacia una destrucción serena. Destruimos todos los días. Cada vez que nos lavamos las manos estamos destruyendo gérmenes. Ese es un poco el enfoque.
“Las elites de occidente han acumulado tanta riqueza de una forma tan delirante que se han vuelto locas”.
En la nota de prensa se dice que este disco es “un regreso a casa”, no sé si más metafórico que real…
Sí. Comencé a grabar el disco en la bodega en la que vivo en Madrid y después me fui a la La Münster, un local de Gijón. Lo del “regreso a casa” también tiene que ver con volver a Discos Humeantes, ahora Humo, y renunciar completamente a todo lo que no sea un trabajo artesanal. Qué sea lo menos mercantil posible dentro de la realidad en la que opero. Y por eso lo de la “vuelta a casa”. Quiero que por lo menos todo lo que tenga que ver con Pablo Und Destruktion no opere por lógicas mercantiles, aunque exista dentro del mercado. Por eso también, entre otras cosas, me he buscado un curro. Llevaba 8 años dedicándome a tope a Pablo Und Destruktion. Ahora en el curro vendo mi propia fuerza de trabajo y me expongo a todos los marrones que eso implica. Pero cuando el trabajo que haces es más o menos espiritual, como es el trabajo musical, lo que vendes cuando vendes tu forma de trabajo es tu alma. Entonces hay que tener un poco de cuidadín y es lo que he tratado de hacer.
Justamente en la canción “Gracias” dices que el “público te está sorbiendo el alma”…
Sí, y yo a ellos. En el primer estribillo soy yo quien les está sorbiendo el alma y luego ellos a mi. Esa es un poco la lógica de poder que hay en los conciertos, que tiene que bastante que ver con la depredación. El público es como un depredador agazapado, ocultos por la oscuridad… son los únicos que te ven a ti solo y tu eres la posible víctima, el posible herbívoro que va a ser devorado… ¡pero no! Te revelas contra ellos y consigues devorarlos. Ahí hay un ejercicio de hipnotismo que a mi me gusta mucho, de sacar fuerzas de flaquezas para hacer que una persona sea escuchada por muchas otras. Ya no te tiran tomates, pero te tiran otras cosas. Los tomates se subliman. Te expones a ese ataque, pero lo luchas.
Me llama la atención que lo identifiques como un “ataque” precisamente tú, que en realidad has tenido una trayectoria bastante respetada…
Bueno, no siempre. Se fue respetando poco a poco. Como todas. Al principio te tienes que pelear con todo el mundo. Pero es una lucha legitima. Es la misma lucha que tiene cualquier planteamiento filosófico, cualquier dialéctica. Hay una hipótesis que tiene una antítesis y de ahí sale una síntesis. El tipo de música que yo hago es una antítesis de otras escenas musicales y otras formas de entender el arte… Después del concierto es cuando surge esa síntesis. Al concertar se unen las distintas posturas. En un concierto siempre hay dos; la del público soberano y la del artista. Por eso yo llevo muy mal las convenciones, como las que hay en el teatro por ejemplo. En teatro siempre se aplaude tres veces porque sí. A mi me parece muy bien que se tiren tomates si se tienen que tirar. Que haya exigencia por parte del público. Y respeto. Para mi el público no es un enemigo, pero si es un adversario al que en cierta manera tengo que convencer con argumentos. Con todo el respeto porque sino fueran mi adversario no los respetaría. Sería mis palmeros. Y yo no quiero palmeros. No quiero fans ni grandes audiencias. Quiero que haya música, que se muevan fuerzas.
¿Te has llegado a sentir demasiado cerca de esas dinámicas de fan-ídolo con tus discográficas anteriores?
Un poco sí. Pero lo digo con un agradecimiento absoluto. Tanto por Marxophone como especialmente por Sonido Muchacho. Luis (Fernandez, capo de Sonido Muchacho) es un ángel, vamos. Me ha tratado super bien siempre. Lo sigue haciendo. Es muy buen rapaz y lo tengo en muy alta estima. Pero no es lo mío. Prefiero estar en otras dinámicas. Que el éxito no forme parte de las coordenadas en las que me muevo. Porque es muy fácil malinterpretar lo que es el éxito. Y la riqueza. Riqueza no es tener más dinero. Uno de los fantasmas de nuestro mundo es asociar riqueza con dinero. Italia tiene más P.I.B. que Rusia, pero todo el mundo sabe que Rusia es más poderosa que Italia. ¿Por qué? Pues porque tiene otras cualidades. Como, por ejemplo, la beligerancia.
Voy a enlazar esto que dices con el concepto y el título del disco, “Futuros Valores”. ¿Cuáles son esos “futuros valores” que abrazas?
Ya desde “Predación” y después con el libro –“La bestia colmena” (Hurtado y Ortega, 2018)– lo que estaba siendo depredado, lo que estaba acabando era para mi, por decirlo de alguna manera, la caída del Imperio Romano. Estábamos todos siendo parte de la caída de un modelo, el modelo atlantista de Estados Unidos y la OTAN, con una riqueza real –la producción– y otra ficticia que es el dinero. Ese modelo entró en crisis y como en todas las caídas de los imperios ha tenido una serie de consecuencias culturales. Y eso va sucedido de un nuevo modelo, de un nuevo imperio que se impone. Ese proceso fue acompañando a mi propio proceso de asimilación de esa situación. Salir de los maniqueísmos, de las luchas sencillas, de las divisiones de buenos y malos, de izquierdas y de derechas, de arribas y de abajos… y tratar de tener una visión de conjunto. A mi las canciones sobretodo me sirven para reflexionar y tratar de plantearme que va a venir después con el nuevo imperio. Sea China, sea Rusia… al final los valores que tiene una sociedad son los valores que impone el grupo ganador. En el contexto actual de lucha, de guerras comerciales, de guerras simbólicas, de guerras de todo tipo, quería ver qué es lo que gana. Desde la óptica del pesimismo siempre se tiende a pensar que lo que gana es siempre perverso. Pero yo creo que no. Que hacen falta ciertas estructuras y ciertos mimbres productivos y morales para poder ganar. Entonces creo que lo que vaya a ganar tiene que ser mejor que lo que pierde, por definición.
¿Crees que hemos vivido una suerte de Apocalipsis que nos va a llevar a ser mejores?
Sí, porque para eso están los Apocalipsis. Por eso existe esa figura mitológica que habla de la gran ramera que convierte lo que era verdad en mentira. Por eso lo que es de izquierdas ahora es de derechas, no sabes a que atenerte porque todo es un juego de ficciones. Ahora todo el mundo habla de los relatos y no de las realidades. Porque lo que existe ahora es una dictadura de la mentira por medio de la ficción. Eso inevitablemente lleva a la inestabilidad que es lo que se resume mitológicamente en la figura del Apocalipsis, que no es solamente judeocristiana, también existe en otras culturas. Es el síntoma de que acaba una forma de entender la vida y empieza otra. Y la que empezará, como todo lo que empieza, es joven y por lo tanto más viva. Estamos en una etapa de decrepitud que durará poco como todas las decrepitudes. Yo creo que ya acabó. Estábamos agotados de esperar el fin y ese fin ya llegó. Esos grandes relatos del siglo XX ya se destruyeron y ahora vivimos el fin de los pequeños relatos, porque los pequeños relatos no son estables. Las sociedades complejas como la nuestra necesitan de grandes relatos.
¿Personalmente –y artísticamente– como has encontrado esa calma después de ese cataclismo que reflejas en el disco?
Pues aceptando la parte de verdad que había en esos grandes relatos previos, aceptando también la parte de verdad que había en sus críticas y tratando de salir de lo que yo creo que está caracterizando nuestro particular fin de los tiempos que es que todo se convierte en mercancía. En la primera fase del capitalismo eran mercancías reales; hacías zapatos, extraías carbón… después se empieza a convertir en mercancía lo simbólico, y ahí la industria cultural es muy importante. Como las canciones o el cine se convierten en mercancía con una labor propagandística directa. Ahora mismo vemos como con Internet nuestra vida privada se convierte en mercancía a través de las redes sociales. Y el último paso, lo último que le queda al capitalismo es convertir nuestros cuerpos en mercancía; la sexualidad, la reproducción y demás. Yo creo que cuando tú mismo eres mercancía, cuando ya no vienes de un padre y una madre, sino que eres producido, esto ya no da más de si. Cuando todo, hasta tú mismo, es mercancía ya nada lo es. Estas totalizaciones tienen estos problemas. Y ahí probablemente entremos en una nueva fase. Puede que sea otra fase del capitalismo o que realmente se entre en otra fase política y filosófica totalmente distinta.
¿A que te refieres exactamente con “convertir nuestros cuerpos en mercancía”? Porque eso en gran medida ya es así, desde la propia fuerza de trabajo hasta la prostitución…
Pues me refiero justamente a lo que viene después; a los vientres de alquiler, etc. Que pueda haber una generación de seres humanos que no sean fruto del sexo, con la parte de amor que tiene. Lo que hace falta para criar a un humano es el amor. Sino tienes amor no puedes hacer que ese ser humano se alimente, ni protegerlo cuando se tenga que enfrentar al mundo laboral… que haya solidaridad en distintas formas. Pero eso indestructible, por eso no va a ocurrir. Se está llegando a un nivel de delirio en las elites de occidente, sobre todo en Estados Unidos, han acumulado tanta riqueza de una forma tan delirante que se han vuelto locas. Por eso tienen la idea loca del globalismo, que ahora Estados Unidos vaya a controlar el globo entero. Y la idea del transhumanismo. Que son dos formas de delirio. Eso no es síntoma tanto de que lo vayan a conseguir sino de que está sociedad ya está podrida, porque sus elites están podridas. Comparas esas elites con Xi Jinping, como rey filosofo que es de China…¿China qué tiene? El control del mundo real. El control de la producción. ¿Nosotros que tenemos? El control de lo simbólico. Pero es que los símbolos por si solos no valen. Necesitas realidad. Por eso todas estas ideologías pseudo-religiosas que tenemos, muy protestantes, de universo subjetivo, rollo new age, “sé tú mismo”, “persigue tus sueños” y demás. Bueno, tú puedes perseguir tus sueños todo lo que quieras pero hay una serie de condiciones materiales que… bueno hablando en plata, no se las salta un gitano (risas).
“El amor es lo único que está fuera del mercado… Tu abuela te da un plato de faves porque es tu abuela y te quiere. Pero sino es tu abuela te lo cobra“.
Es cierto que ideológicamente Estados Unidos y el mundo anglosajón en general siguen a la cabeza de esa idea del globalismo, pero sin embargo están escogiendo como líderes a personas con un discurso profundamente nacionalista…
Se está saliendo de esa dinámica porque ya se ha roto esa idea mítica e idealista del globalismo. Porque no es posible. Es un mito erróneo. Es falso. Aunque pretendan llevar a cabo ese globalismo no pueden. Habrá que ver a que conduce lo de Trump y compañía… En el disco no habló estrictamente de la parte política, sino sobretodo la simbólica. Lo que ahora se convierte en mercancía son símbolos, por esa pobreza productiva que tenemos. “Todo el mundo es artista” como dice El Coleta. Es importante, cuando uno produce, ser consciente de que está alimentando a esa bestia en cierta manera y que es un obrero del capitalismo simbólico.
Si quieres volvemos a hablar un poco del disco, que creo que nos estamos desviando en exceso (risas).
Sí, en el disco he tratado de ser lo más simple posible. No estar muy abigarrado en la parte discursiva. A lo mejor “Gijón” es la canción que tiene más de discurso. Pero sobre todo mi intención era hacer algo sencillo.
Pero hay muchos elementos sutiles que conectan distintos aspectos de tu vida, ya sean tus reflexiones como artista o tus emociones. Pienso por ejemplo en “El cortejo”. ¿Qué lugar ocupa el amor en todo esto que estamos hablado?
Pues el amor es lo único que está fuera del mercado. No obedece a una lógica mercantil. Y por eso se ataca permanentemente al amor. Porque el amor, aunque suene muy pedorro o muy pedante, es lo único que está fuera. Tu abuela te da un plato de faves porque es tu abuela y te quiere. Pero sino es tu abuela te lo cobra. Así de sencillo. Eso por favor si puedes pónmelo literal (risas). Eso llévalo al resto de dimensiones sociales. Yo trato, en la medida de lo posible, de escapar de esa lógica mercantil porque es una lógica de la falsedad. La riqueza no es el dinero, la riqueza es la generosidad, que es lo que establece lazos reales de lealtad. Por eso, entre otras cosas, me he buscado un curro. Yo quiero que en la gira los conciertos sean bonitos, el público escuche bien, tenga sitio, sea algo agradable y no entrar en una lógica de ganar dinero. Porque entre otras cosas en esa lógica la gente siempre pierde. Incluso los que ganan pierden mucho en su discurso. Es muy difícil hacer la cuadratura del círculo. No sé si hay alguno que lo haga. Y si lo hacen, olé por ellos. No tengo fobia al éxito de por sí. Tengo fobia a los pequeños fracasos que indican la venta de todo.
Como decías “Gijón” es la más discursiva del disco, pero es también un canto de amor a tu ciudad natal. ¿En qué medida criarte allí ha marcado tu idiosincrasia como artista?
Hasta los dieciocho años fue mi universo. Internet era un ciber-café al que íbamos a jugar a matarnos con un videojuego. Toda mi vida era Gijón. De aquella la vida era real, no era ficticia. Uno operaba materialmente con la realidad que le rodeaba. Aunque tenías influencia de otras cosas a través de la tele, pero menos invasiva. Y bueno, Gijón es… recuerdo un paisano que decía “Gijón es el chiquito Londres”. Es la ciudad del obrero enriquecido, del obrero del metal, de la siderurgia. Que tiene dinero y se lo gasta en boite-pubs, que eran discotecas super elegantes en las que se tomaban sus copazos porque ganaban un sueldo cojonudo para la época. Y luego por otro lado estaba Cimadevilla, que era ciudad sin ley, con los yonkis y la parte de barrio chino… Desde el punto de vista de hoy lo juzgamos como pobres marginadas, pero por otra parte había un orgullo en esa gente de estar haciendo lo que les daba la puta gana. Por eso me parecía muy poética la figura de Rambal (Alberto Alonso, transformista asesinado en 1976). Independientemente del colectivo en el que se le meta fue una persona valiente que se juega el tipo por hacer lo que cree; que en su caso es ser cupletista en pleno franquismo y hacer lo que le diera la gana. Y si se quería ir con un tío pues se iba. Y eso fue lo que le costó la vida. Pero en ese sentido fue una persona valiente y discreta. La frase típica de Rambal era “si yo hablara”. En ese sentido era una persona discreta.
“Creo que por fin ya me he hecho mayor” cantas en “Credo paisano”, ¿Consideras que te ha llegado esa cosa tan manida que llaman “madurez creativa”?
Sí, sobre todo lo que siento es que no me creo el mito de la juventud ni la efebocracia. Los primeros efebócratas fueron los nazis, que era un sociedad totalmente efebócrata. Luego vino el rock and roll. Después The Residents hicieron un disco que se llamaba “The Third Reich 'N Roll” (Ralph Records, 1976), asociando una cosa y otra. Y ahora seguimos en eso. La última copia de la copia de la copia de la efebocracia es el rollo de la música urbana y demás. Vale, muy bien. Yo ya escuché este cuento mil veces y ya no me lo creo porque los cuentos que se repiten muchas veces se gastan. Por otro lado yo, cronológicamente, ya no soy joven. Y soy orgulloso. Entonces voy a plantar cara a los jóvenes porque vienen después y les voy a tocar los huevos y ellos me los van a tocar a mí porque así es como espabilamos los unos y los otros. En la lógica de la pelea que es la que digo que está también en los conciertos y demás. Pero es importante diferenciar enemigos de adversarios. Adversario para mí es todo aquel con el que yo no comparta vínculos de lealtad importantes, sobre todo ideológicos. Y al adversario le voy a combatir con todo el respeto. Y enemigos ¿Yo? Poquísimos. Enemigos no tengo. El problema es que ahora todo el mundo es enemigo, pero nadie es adversario. No se argumenta. “Este es de izquierdas”, “este es de derechas”… bueno, define y deja de colgar un sambenito. Esa es otra de las ideas centrales del disco, que es acabar con el mito de la izquierda y la derecha, porque son estupideces. Siempre lo han sido, pero es que ahora además resultan absolutamente inoperativas.
“Estamos aceptando la mayor dictadura de la historia de la humanidad encantados”.
Me viene muy bien esa reflexión para meterte en un jardín (risas). Precisamente en esta canción hablas del Valle de los caídos. ¿Qué te pareció la exhumación del dictador?
Un ejercicio de nigromancia. De remover espíritus y fantasmas. Y lo han conseguido. Aquí están. Esos ejercicios se llevan haciendo mucho tiempo. Cada cierto tiempo se inventan nuevos miedos: la gripe aviar, la gripe porcina, el fin de los tiempos, el cambio climático, los fachas, los rojos, los catalanes, los no-sé-qué… al final todo lo que nace del miedo se aparta de un análisis racional. Y entonces se crean mitos luminosos que permiten aclarar o resolver un problema que no se puede solucionar desde la razón. El problema es que el Valle de los caídos es un mito oscurantista que hace todavía más oscura la resolución del problema porque no parte del amor, parte del miedo. El valle es, entre otras cosas, un paraje sin igual. Y para mí es el sitio donde unos amigos míos fueron a cantar, en la Escolanía hace ocho años. Victor Herrero, que toca con Josephine Foster, y Rufi Carrillo (La Débil, Raisa), que llevaba puesta una camiseta de Public Enemy (risas).
Hablando de todos esos miedos modernos, en “Problemas” dices que el fin del mundo o el fuego que quema Notre Dame “no son tus problemas”. ¿Lo son de alguien acaso?
Forma parte de este capitalismo de ficción del que hablo, que funcionó muy bien después de la II Guerra Mundial con las películas de Elvis Presley y tal. Pero ahora es tan barato… han acumulado tanto poder que parece que lo hacen bots. Ya no lo hacen buenos generadores de ficciones. Y entonces canta porque es una cosa chunga y patética. Por eso están periódicamente metiendo miedo. Cada dos por tres. Desde el punto de vista racional yo coincido con muchos movimientos políticos que puede haber, pero no coincido con el sensacionalismo que están abrazando. Es un movimiento pseudo-religioso de pánico y de histeria colectiva en la que se está convirtiendo el capitalismo por sus propias dinámicas internas y eso es precisamente lo que hace que ya no tire su motor. Aunque si quieres también podemos volver a hablar del disco (risas).
¡Claro! (risas). De hecho todavía no te he preguntado nada a nivel estrictamente musical. Has vuelto a tu faceta más directa y autárquica, más cantautoril en cierto modo. ¿Estabas cansado de tanto ruido y distorsión?
Yo estaba viendo que estaba siguiendo una escalada de violencia basada en unas mentiras y distorsión de la realidad, como por ejemplo es un pedal de efectos. Un pedal de efectos entra dentro de la lógica capitalista de la ficción. Mientras hacia el disco todavía no lo tenía tan claro. Pero fui viendo como una realidad que es el dominio de un instrumento es suplantado progresivamente por un efecto. Primero se ponen efectos a las guitarras y luego se quitan las guitarras y sólo quedan los efectos, que es lo que tenemos ahora con la música contemporánea. Son efectos. Fuegos artificiales que no queman y que no provocan nada. Como siempre me ocurre fui siendo consciente de eso poco a poco, porque yo para pensar tengo que hacer canciones, otra gente lee libros, pero yo necesito hacer canciones para poder ir pensando. Fue como una vuelta a lo sencillo que quiero que se agudice y tratar de tener un mínimo dominio del instrumento, de la voz, de la escritura… Realmente yo no quiero impresionar, no quiero epatar… yo quiero como mucho conmover un poco, generar una mínima reflexión o por lo menos un sentimiento de compañía para las personas que están viendo lo mismo que veo yo: el estado de la cuestión en la que estamos y el derrumbe de muchas estructuras sociales. Bueno, amiguinos, estáis conmigo.
En la nota de prensa se nombran como referentes a cantautores muy políticos como Billy Bragg, Phil Ochs, Woody Guthrie, Paco Ibáñez o Chicho Sánchez Ferlosio….
A mí sobre todo me influyó mucho Joaquín Díaz. Estuve escuchándolo muchísimo. Es un musicólogo español que ya tiene bastantes años. Tiene una fundación en Ureña, un pueblo de Valladolid. Para mi fue brutal ponerme a escuchar con atención y con amplitud de miras música que el había recuperado y grabado del siglo XIII, XIV, XV, XVI, XVII… Música popular, de trovadores. ¡Y ver lo que cantaban! Antes de que todo se convirtiera en mercancía. Esa gente eran trovadores y tenían que comer como todos los seres humanos pero las canciones no eran mercancía. Cómo enfocaban la muerte, el amor, el nacimiento, la política también, la religión desde esas coordenadas y ese mundo, evidentemente muy distinto al actual. A mí fue lo que más me inspiró. Yo lógicamente vivo en sociedad. Cuando yo saqué “Predación”, hace tres años, Yung Beef todavía tocaba en bares. El cambio que hubo con la música urbana que a mí me pareció muy interesante. Creo que están dentro de la bestia; la entienden, saben que es una bestia, pero están dentro de ella voluntariamente. Utilizan los arquetipos y las magias, los conjuros, el fake it till you make it. Dicen que son ricos hasta que se convierten en ricos. Dicen que se follan a las bitches hasta que se follan a las bitches. Entienden la dinámica mágica de las canciones y de lo simbólico. ¿Y que hago yo en este contexto? ¿sigo por aquí? ¿me meto por electrónica? ¿sigo por el rollo más rock? Me planteé muchas cosas hasta que llegue a la conclusión de que si pudiera haber hecho el disco con una piedra y con voces lo habría hecho. Pero no pude. El objetivo fue reducir al máximo hasta llegar a lo minimalista. Quitar todo el artificio que pueda. En la medida de lo posible es lo que traté de hacer. Hacer un disco lo menos artificial posible.
“Si pudiera haber hecho el disco con una piedra y con voces lo habría hecho”.
Hablando de esa cualidad mágica de las canciones, en “Ser profesor” haces un alegato a la figura del maestro y eso es precisamente a lo que te dedicas ahora.
Es que en mayor o menor medida siempre funciona. Hay que saber afinar y ver cual es la dimensión de poder que uno tiene… pero las canciones son conjuros. No es que se parezcan. Es que son conjuros. “Que llueva, que la virgen de la cueva”, “Sol, solito, caliéntame un poquito”… Canciones de amor que lo que buscan es que te ame la otra persona… y funcionan. Canciones de guerra que quieren llamar a las armas… y funcionan. Y canciones de trap que lo que quieren es hacer dinero y lo hacen. El primer grado en el mundo de la canción es hacer lo que uno quiero. Para eso necesitas unas cualidades técnicas y saber lo que quieres. ¿Qué quieres? ¿Éxito? ¿Que llueva? ¿Que te quieran? Y yo en ese momento lo que quería era hacerme profesor (risas). Trabajar de la forma más honrada posible para tener esa libertad creativa. Aunque pueda ser paradójico. Yo estaba viviendo de la música y estaba viviendo bien. De forma normal. Sin riqueza pero sin necesidades. Pero si que notaba que me estaba agobiando mucho porque si que es verdad que la música tiene que obedecer al mercado o a los políticos. Pero es muy difícil funcionar sino obedeces ni al mercado ni a los políticos. Y yo no quería obedecer a ninguno de los dos. Entonces me tenía que buscar la vida. Hice esa canción para concentrar mi atención en ello. Porque la magia no es más que concentración. La época en la que vivimos es muy mágica y los que sufren las consecuencias de la magia de otros son los que no tienen capacidad de concentración. Por eso se ataca tanto a la concentración. La magia es lo más cotidiano que hay en el mundo. Una nana de tu madre es magia. Lo que hay que hacer es focalizar la concentración en algo. En la persona amada, en el trabajo, en el tiempo, en el objeto de deseo. Te concentras en el objeto de deseo y muchas veces ese deseo se acaba saciando. Por eso no quieren que nos concentremos con los smartphones y todo eso. El móvil es como una bola de cristal y hay que tener cuidado con cómo la utilices. Y ahora que se quiere eliminar el dinero en metálico y que todo se pague con el móvil ya va a ser la dictadura del smartphone. Porque eso está controlado por datos y todo queda regido por ese gran oráculo que es el móvil en el que tú ves sólo lo que quiere quien lo ha creado. Es una bola de cristal trucada.
¿Tú tienes smartphone?
Tengo smartphone pero no lo llevo conmigo. Tengo esto (saca del bolsillo un teléfono móvil 2G). Y luego tengo un smartphone para utilizarlo cuando quiera. Puntualmente. Con distancia porque las veces que lo he usado noto como me transforma espiritualmente. Hay veces que lo necesito porque vivo en sociedad, no soy un monje cartujo, tengo que hacer cosas. Pero esto (señalando mi smartphone) es un moderador de conducta. Si tienes un móvil encima estás siempre, lo quieras o no, en el mercado. Porque controlan tu ubicación y con eso venden tus datos. Aunque no hagas nada. Sólo llevándolo en el bolsillo. Y ahí ya es donde entra la parte totalmente abstracta que no puedo sostener con argumentos. La situación cambia. Tu comportamiento no es el mismo cuando sabes que estás siendo monitorizado. Pero lo hemos aceptado. Estamos aceptando la mayor dictadura de la historia de la humanidad encantados. El totalitarismo democrático-tecnológico. Luego pasará el tiempo, esto caerá y nos llevaremos las manos a la cabeza como pasó con los nazis.
Me gustaría que profundizaras un poco en esa parte espiritual de la que me hablas, que también está muy presente en el disco…
Lo más valioso de la magia, de lo espiritual, es la sencillez. Ver un atardecer, estar con un paisano, querer a la gente… poco más. Con otros discos, como “Predación” por ejemplo, yo pequé de soberbia. Es inevitable pecar porque somos humanos. Sino seríamos ángeles. Hay que pecar. Ese es el problema. Pero creo que me puse a demasiadas revoluciones y tuve una pequeña escalada de violencia. Pero que está bien, formó parte de un proceso de crecimiento. Pero la conclusión fue que vale más “sol, solito, caliéntame un poquito” que el mayor de los discursos epatantes que dejan a la gente desarmada. Por eso me quito el sombrero y me parece tan importante la belleza que tienen las canciones anónimas de folclore tradicional, que son capaces de hacer algo tan generoso como ser bonitas y sencillas. A mi me parece muy potente.
Yo creo que has conseguido hacer algo parecido con este disco… expresas ideas muy profundas con gran sencillez.
Traté de hacerlo más simbólico y menos discursivo. Siguiendo un poco la estela de “A la mar fui a por naranjas” (canción popular asturiana que grabó en “Predación”). Es una canción súper simbólica y muy generosa porque no le dice al oyente lo que tiene que oír. El oyente en función de su edad y de sus vivencias va a escuchar unas cosas u otras. Para mi esa es la magia poética brutal de las canciones tradicionales. Y eso es justamente a lo que yo aspiro. Y probablemente lo haga cuando tenga sesenta años, si es que llego. Porque para eso hacen falta muchos años. Por eso la crítica a la efebocracia. ¡Hay cosas que no se pueden hacer con veinte años! Qué están muy bien las que se hacen con veinte. Pero esto es como la literatura. Es muy difícil ser un buen novelista con veinte años. Es prácticamente imposible ser filósofo con veinte o incluso treinta años. Y a cada edad su cosa. Y yo ya no tengo veinte. Así que estoy tratando de hacerlo lo mejor que puedo con las herramientas que tengo a mi alcance.
No estoy seguro al cien por cien, pero creo que “La Reyna” –con “y”– tiene cierta ironía, ¿verdad?
Yo todo lo que digo es totalmente serio y totalmente irónico a la vez. Me tomo la ironía muy en serio. Hablo totalmente en serio, con sinceridad. Pero hacerlo en este contesto da risa. A mi es la risa que más me gusta, la nerviosa. Ese es el tipo de humor que manejo. Decir las cosas lo más serio posible hasta que provoquen. Si que me gusta utilizar una imagen de unidad, de bondad, de pureza… utilizar elementos de lo virtuoso. Todos los héroes que tenemos son héroes del vicio. Ya no hay héroes de virtud. Entonces utilizo esa figura con voluntad de provocar pero también de invocar a esa reina. Que no tiene porque ser necesariamente una reina de la monarquía parlamentaria española (risas). Bueno, si lo fuera, ojalá. Vete tú a saber. La verdad es la verdad la diga Agamenón o su porquero.
El disco se cierra con “Bastante” donde dices “Nunca he tenido dentro de mí tanto amor, tanta alegría”, pero con cierta pesadumbre…
Bueno, porque si nunca lo he tenido es porque se viene de otra situación. Es inevitable tener esa pesadumbre. También por generar un contraste que haga verdadero lo que se está cantando. O por lo menos que te plantees si es verdad. Si lo cantas como Bustamante todo el mundo sabe que es mentira (risas). O al menos la mayor parte de la gente con dos dedos de frente. Amar ahora es doloroso e implica pesadumbre. Siempre. Las canciones de amor sin pesadumbre la gente no se las cree. El amor romántico es de las pocas cosas buenas de la vida, pero lógicamente implica cierta pesadumbre. Porque lo bueno sin dolor no se valora.
En la nota de prensa dices que “todo lo obsceno ya ha sido mostrado” ¿tan oscuras ves las posibilidades de la creatividad en el Siglo XXI?
En la Biblia ya se dice que no hay nada nuevo bajo el sol, así que imagínate ahora. Son recomposiciones y reinterpretaciones de las mismas esencias o voluntades. Ahí es donde yo abandono el racionalismo y me voy a otro lugar. Hay cosas nuevas en lo técnico o en lo estrictamente material. Pero en las intenciones de fondo, que es el material tan delicado que tratan las canciones, siguen siendo las mismas y siempre lo serán. Lo han sido desde antes de que existiera el ser humano y lo seguirán siendo cuando acabe el ser humano. Ahí abandonamos lo temporal para entrar en lo espacial. Siempre hemos tenido lo mismo. La cuestión es donde aplicamos esas esencias eternas y entramos en una lógica más inmortal. Las cosas que están de actualidad e impregnan el discurso con un nombre u otro son eternas. Y si siempre las ha habido, siempre las habrá.
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