Recuerdo la primera vez que escuché a The XX. No es que a nadie vaya a importarle demasiado, pero hubo algo especial. Diría que fue la sensación de estar escuchando algo en el momento adecuado, y no me refiero a presuntuosidades del tipo “antes de que el mundo les descubriese” (en Inglaterra siempre nos van a dar sopas con honda en ese terreno, así que para qué pavonearse). Me refiero más a la situación, una noche en casa, cansado, tranquilo e inconsciente de la magia que cuatro jovencitos británicos podían crear con un tema que ni siquiera les pertenecía. “Teardrops”, su fantástica relectura de Womack & Womack, me abrió los ojos a todo lo que llegaría más tarde: “Crystalised”, “Island” y el éxito internacional. Era el momento, decía, por las condiciones en las que les escuché y por poder hacerlo sin más expectativas que algunos -infinitos ya entonces, eso sí- comentarios británicos. Muchas otras personas, desde distintos lugares del universo, estaban viviendo lo mismo. The XX eran mágicos y el mundo debía descubrirles. Cuando lo hizo, nada fue igual. Nada excepto lo enigmático de un puñado de canciones creadas por unos tímidos británicos que, con su sonido oscuro y su velocidad casi terminal, parecían ir contracorriente. Podría intentar describirles las claves de su sonido, pero para qué. Pocos de ustedes no les habrán escuchado. No sé si con la atención suficiente o sin ella, pero esa no es mi guerra.
Pero vayamos a por nuestra conversación. Aquí estoy, frente a ellos, casi cuatro años más tarde, consciente de que “XX” (Young Turks, 09) es uno de los discos británicos relativamente recientes que mejor mantiene sus cualidades, su misterio y su capacidad de emocionar. Es lo primero que les digo cuando les tengo sentados frente a mí en la terraza de un hotel barcelonés. Romy Madley Croft (guitarra y voz) y Oliver Sim (bajo y voz) sonríen agradecidos. Jamie XX (Smith; programaciones) me mira con una extraña expresión que no logro identificar del todo. “Suelo llevar una revista conmigo para que los grupos la recuerden o por si alguno de los miembros no está muy interesado en contestar preguntas”. Me toma la palabra. No abre la boca (para ser exactos, no lo hará durante los veinte minutos de entrevista, ni siquiera una palabra) y se concentra en analizar la imagen de Hot Chip en la portada del ejemplar que ha hecho suyo. Oliver me pregunta con una tímida risa si opino lo mismo de “Coexist”, el disco que publicarán cuatro meses después de nuestra charla. “Eso espero”, le digo, “aunque solamente lo he podido escuchar dos veces antes de entrevistaros”. Ahora, justo cuando escribo este texto, tengo las cosas bastante más claras. The XX han dado forma a un disco continuista –demasiado, para mi gusto-, tan minimalista como su predecesor, mágico, sensible y de una languidez casi mística en el que el negro es un color fantástico –contra las leyes de la física- de preciosas posibilidades cromáticas. Su negro no le da la espalda a la vida, la saluda y la respeta, aunque esconda desamor y tristeza, quizás por cosas de la edad. Por eso, y aunque sigan vistiendo de ese color, la portada de “Coexist” es blanca y su título suena tan esperanzador. “Oh, sí, seguimos vistiendo de negro, pero no somos gente triste (risas). De hecho ahora mismo estamos muy contentos. Hemos vivido una temporada muy ajetreada, con muchos nervios, pero escuchar el master definitivo del disco fue increíble. Lo que ocurra con el disco desde este momento ya no está en nuestras manos. Por eso escucharte a ti o al periodista anterior diciendo que os gusta nos hace felices. Nosotros nos hemos esforzado por hacer canciones en las que vernos reflejados como personas, y creo que es lo mejor que puedo decir de ellas”, contesta Oliver. Romy asiente con la cabeza, consciente de que me estoy fijando en la reacción a las palabras de su compañero. Su respuesta demuestra que le estaba dando vueltas a lo que antes les decía sobre la vida. “De alguna forma, siempre hemos tenido un espíritu positivo. No somos unas personas extrañas y oscuras que pretendan dar miedo a los demás. Quizás nos lo tomamos así cuando éramos unos teenagers, pero ya nunca más vamor a serlo (risas). Lo que ocurre es que el ambiente que creamos no siempre tiene que coincidir con la letra de la canción, pero esa contradicción me gusta. Algo de esperanza en la oscuridad. No sé, parece que la gente está más acostubrada a escuchar canciones pop alegres que en realidad tienen letras muy tristes, y que lo contrario aún puede sorprender”.
Casi me había olvidado, pero Jamie sigue ahí, entre ambos. Oliver le suelta un par de tímidos codazos en broma, a lo que su compañero responde mirándole a los ojos con una expresión que revela sorpresa, no enfado. El bajista resopla, ríe y pone su mano bajo la barbilla a la espera de mi siguiente pregunta. Me sorprende verles tan cercanos y amables, sinceramente tímidos y sobre todo abiertos a hablar de lo que se nos antoje. Y se me antoja hacerlo sobre el aire espiritual, casi místico, que siempre ha sobrevolado su música y su estética, su puesta en escena e incluso la idea que equivocadamente atribuyo al título de su segundo disco. Romy vuelve a tomar la palabra. “Oh, no, no, ‘Coexist’ no tiene que ver con la religión. Habla sobre la conexión entre individualidades. Nosotros tres estamos compartiendo nuestras vidas, durante muchas horas, y no solamente hemos aprendido a entendernos y a respetarnos, sino a disfrutar de todo lo que nos une como personas y como músicos. Yo siempre había escrito en casa, pero esta vez escribimos algunas canciones juntos, dejando fluir las ideas. Tuve que aprender a comunicar lo que tenía en la cabeza a mis compañeros y conseguirlo ha sido fantástico. Por eso ‘Coexist’, porque tenemos que aprender a compartir, a comprometernos con los demás”.
En ese momento, suelto un monólogo sobre lo contentos que pueden estar de haber conseguido que la música que sale de su cabeza, su corazón y sus manos haya llegado tan lejos y que todo haya sido gracias a eso, a comunicarse entre ellos. (Oliver) “Hacer música juntos es algo increíble para nosotros”. “Nos une la música y la amistad. Es una gran coincidencia en nuestras vidas. Para nosotros hacer música juntos es algo muy natural y muy bonito”, interrumpe Romy. “¿Sabes qué es lo más importante para mí? La honestidad y lo magnífico que es confiar en estas otras personas. Tenemos mucha suerte, muchísima, de que nuestra amistad nos haya ayudado tanto como grupo. No somos de ese tipo de bandas que fichan al mejor batería de la ciudad y no tienen más remedio que hacerse amigos porque de eso depende su música. Me gusta lo que hace Jamie, y hace diez años que nos conocemos, así que no se me ocurre ninguna situación mejor”, concluye Oliver, quien ha sacado el tema de la confianza. Confiar en uno mismo es casi una obligación; en los demás, una muestra de amistad, pero ¿y en la propia música? Ahora, vista la repercusión de sus canciones, resultará más sencillo, aunque ¿fue siempre así? (Oliver) “Bueno, la verdad es que no teníamos muchas expectativas cuando hicimos nuestras primeras canciones, por eso todo lo que vivimos el primer disco nos pareció irreal. Ocurrió tan rápido que nunca nos lo acabábamos de creer... Ya sabes, toda esa gente en los conciertos y en los festivales disfrutando con nuestra música. Cuando te dabas cuenta de que habías estado en Barcelona, ya estabas viajando hacia otra ciudad para tocar frente a otro montón de personas y lo mismo al día siguiente...”. Oh, sí, los conciertos de The XX. Obviamente, la suya no es una propuesta para ganar adeptos exclusivamente gracias a sus actuaciones. Ese minimalismo que tan bien les sienta en estudio puede convertirse en un enemigo mortal cuando millares de personas están expectantes frente a ti. Aun así, permítanme subrayar que los británicos han salido siempre bien parados de la prueba. Por lo menos a ojos de quienes disfrutamos con sus canciones y hemos aprendido ya que –en los festivales- más importante es la distancia que nos separa del escenario que la que nos separa del surtidor de cerveza más cercano. (Romy) “Entiendo lo que dices, porque con la música que hacemos no esperamos que la gente esté chillando como loca durante todo el concierto. Hay otras cosas que te permiten ver que el público lo está pasando bien. Recuerdo el concierto anterior en el Primavera Sound, escuchaba el silencio y veía las caras de la gente de las primeras filas y pensé ‘whoah’. Otras veces te das cuenta de que la gente está bailando con la línea de bajo... No sé, cosas así”. Es que la música de The XX será muchas cosas, pero inmediata lo que se dime inmediata no es. Así que para disfrutar de canciones como “Chained” o “Unfold” en sus conciertos se requiere de dilatadas escuchas previas en la soledad de nuestra habitación, a poder ser bajo una luz ténue y sin montones de ropa interior sucia que resten magia al momento. (Oliver) “Sí, sí, me gusta pensar que nuestra música necesita escuchas, sin duda. La simple idea de que la gente se las dedique ya me parece maravillosa. Es algo de lo estoy muy agradecido”. (Romy) “A mí también me gusta que la gente no nos vea como algo de usar y tirar. Me parece fantástico que alguien se tome el tiempo necesario para meterse en nuestras canciones cuando ahora todo va tan rápido”. (Romy) “¡Pero no somos gente pretenciosa que crea que hace música especialmente profunda! Somos un grupo de pop, eso es todo”. En ese momento, un par de turistas se tiran en bomba a la piscina que tenemos a nuestras espaldas. Las chicas que les acompañan empiezan a reir a carcajadas. Las miro en bañador, con toda su tontería de guiris en país extraño, miro a Romy, Oliver y Jamie, pálidos y tímidos. Y por única vez en mi vida elijo el negro como mi color favorito para el verano.
Grandes! Grande Joan!
Yeah that's what I'm talking about bay-cbni-e work!