Me tengo que conformar. La entrevista con Cristina Martínez será telefónica o no será. Mis sueños de seductor se diluyen a través del hilo transoceánico conforme pulso los dígitos requeridos. La oportunidad de practicar mi poco cualificado inglés también: unas breves frases de presentación han sido suficientes para que la señora de Spencer -en un castellano limpio, que intercala dejes de nuestro sur y alocuciones à la Hanna-Barbera- se interese por los lugares donde conseguir esta publicación. Así será durante los próximos cuarenta minutos: interrupciones para que le explique dónde se celebra el Espárrago Rock este año –donde actuarán-, parones para enfatizar el descubrimiento de una nueva palabra en nuestra lengua, preguntas para confirmar el buen uso de adverbios y tiempos verbales... Todo ello –no puedo imaginarlo de otra forma- con una preciosa sonrisa dibujada en su rostro. Los motivos de su contento están más que justificados ya que “Whiteout” (City Slang/Virgin, 2000) posee cierto tufillo a disco definitivo. Y ella lo sabe. “Ha pasado mucho tiempo desde el disco anterior y cuando regresamos para tocar juntos estábamos muy entusiasmados, pero ha habido además un par de cosas muy importantes”. La dinámica promocional no tiene piedad. Devora a sus hijos sin miramientos e impone su propia ley en prácticamente todos los cuestionarios. Era de ley interesarse por Mark Boyce, teclista recién incorporado a la banda, pero más por cortesía que por intuición. Y parece ser que su participación ha sido más importante de lo que podíamos imaginar. “Este es el primer disco que escribimos con Mark Boyce, que es el nuevo... ¿cómo se dice?... keyboard player... ¿teclista?... ¡el teclistaaa!... el teclista nuevo, que nunca ha compuesto con nosotros aunque ya tocó en el disco anterior y tiene un estilo muy Stax. Creo que los demás tocaron diferente por él. Jon y Jens tocaron distinto, ya no era una lucha entre ellos para ver quien ganaba, eso hizo que yo no tuviera que gritar por encima de las guitarras y pudiera cantar por primera vez”. Pero hay más. Boss Hog suenan ahora con menos urgencia pero más efectividad; la crudeza se ha transformado en elegancia y el descarnado -aunque muy carnal- rock de antaño ahora es sibilino, turgente y lleno de detalles pop. Y ya tenemos culpables. “Yo quería hacer el disco con dos productores, con Tore Johansson y con Andy Gill de Gang Of Four; vino Andy y grabamos ocho canciones con él, pero mezclamos las canciones muy deprisa y no quedamos contentos con las mezclas. Me gustaba como había grabado pero para perfeccionarlo tuve que recurrir a más gente, y aprendí muchísimo de ellos. Con Tore Johanson pasó que escuché el “First Band On The Moon” de The Cardigans y me pareció increíble, parecía un disco de The Beatles. Pensé ‘quiero trabajar con este hombre’. Le llamé y se lo pedí, tuve casi que ponerme de rodillas porque no quería producirnos. Es muy, ¿cómo se dice?...¡creído!...sí, pero tiene razón, el sabe que es bueno en su trabajo. Y no tenía interés en trabajar con nosotros, pero yo soy muy encantadora y ¡le gané!”. Ejem... ¿alguien lo dudaba?. Imagino que no. La cuestión es que el trabajo del escandinavo ha surtido efecto. Este disco es detallista, comercial, lujoso, adictivo... y creíble. Suena con la naturalidad de la que, a menudo, adolecen Garbage. “Además de la importante influencia de Mark le pedí a Hollis Queens, nuestra batería, que mantuviera los ritmos y que no cambiara constantemente. Quería hacer canciones hipnóticas, que hicieran mover el pie. Que fueran atrayentes y que engancharan”. Y sí enganchan. Nos muestran a unos Boss Hog -esta vez sí- completamente renovados. Incluso su relación con la industria ha cambiado. La fusión entre Universal y Polygram, gestada hace más o menos un año, pasó factura. La relación con su antiguo sello -Geffen- se enrareció de tal manera que la banda hubo de tomar cartas en el asunto. “Empezamos a escribir el disco. Teníamos escritas unas ocho canciones y nos pidieron una cinta para escucharlas. Yo me di cuenta de que pasaba algo. Nunca antes nos había pasado, a mí por supuesto me parecía ridículo, pero mi manager de por aquel entonces me recomendó que lo hiciera. Y lo hice, las entregué, aunque para mí era como si me estuvieran insultando. Y además por el hecho de haberles entregado la cinta, ellos se hacían con los derechos de esas canciones. Y todo esto ¡sin haber empezado a grabar todavía! Evidentemente no nos daban dinero para la grabación, y yo estaba entusiasmada con las nuevas canciones. Esperamos y esperamos y al final nos dijeron que no, que no querían el disco. Por suerte, gracias al trabajo de mi abogada, conseguimos el dinero y los derechos de todas las canciones. Salimos ganando. De hecho hay gente que se ha quedado con Geffen, como por ejemplo Hole, y ahora está completamente fucked (sic), en una compañía de discos que tiene diez personas para millones de artistas”. Precisamente ha sido en City Slang -el sello en el que Hole editaron su primerizo “Pretty On The Inside”- donde Boss Hog han encontrado el lugar donde apoyarse en su nuevo andar. Un regazo cálido y amable, al parecer. “Les ha gustado tanto el disco que han hecho más que nadie por Boss Hog. Fueron ellos los que quisieron hacer el CD interactivo con salvapantallas, un clip y el juego. Todo eso fue idea suya. Nos han tratado muy bien y de momento todo va perfectamente”. Una armonía que puede extrapolarse a la banda misma, la cual mantiene vacía la carpeta de asuntos internos. “Escribimos todos juntos. Empezamos con una idea, con un riff, vamos grabando cosas. A veces sale una canción enterita, otras no. Una vez que la canción está más o menos completa yo empiezo a poner melodías de voz y más tarde meto la letra. Este grupo no sería lo que es sin la contribución de todas las personas. Además ahora Mark ha traído ideas nuevas”. Un conglomerado democrático en el que se integra uno de los últimos salvadores del rock and roll. La figura de Jon Spencer no resta protagonismo a sus compañeros, pero su latencia es indudable. Las palabras de su esposa convierten una vez más ese romántico mundo de diván y batín de seda por otro más tangible y real, de torno, mono y actividad casi estajanovista. “Jon si no está trabajando no es feliz, no puede estar sentado. Ahora la Blues Explosion no está funcionando porque Judah tiene otro grupo llamado 20 Miles (busquen sus discos en Fat Possum/Epitaph) que está de gira por Estados Unidos, pero Jon acaba de terminar la banda sonora de una serie de televisión llamada “The Huntress”... y cuando no estamos trabajando estamos cuidando de nuestro hijo”. Quizá una de las razones de los indudables buenos resultados de su carrera sea la conveniente dosificación del material editado por la banda -tan sólo el Ep “Drinkin, Lechin & Lyin” (89) y los largos “Cold Hands” (90), “Girl+” (93) y “Boss Hog” (95)-, pero esta carestía editorial responde a una actitud autocrítica y alejada de cualquier estrategia meramente productiva. “Nosotros sólo sacamos discos cuando tenemos verdaderas ganas. No considero al grupo como mi carrera, tan sólo es lo que me encanta hacer”. Y lo hace muy bien. Sin duda, Cristina es una de las responsables del viraje genérico dado por el rock en la última década. Pero ella elude acaparar protagonismo, motivo por el cual la viuda de Cobain vuelve a rondar esta entrevista. “Creo que en los noventa ha sido la primera vez en la que chicas jóvenes han tomado protagonismo. Y creo que todo es gracias a Courtney porque ella no es bonita, no toca tan bien, no canta tan bien, pero hubo muchas chicas que se fijaron en ella y dijeron ‘yo también puedo hacerlo’. Ella lo hizo todo más humano”. Menos exhibicionista que Courtney, Cristina Martínez siempre ha jugado con su imagen -para qué negarlo: una de las más impactantes del rock femenino- pero aportando un tono de naturalidad y salubridad. No es una beligerante
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