Nirvana
En aquel momento esos discos y su época nos parecían frutos de un pasado desconocido y remoto, pero no es más que el mismo tramo temporal que hoy ha pasado desde que Nirvana editó "Nevermind" (DGC, 91), la segunda referencia del trío de Seattle con la que dieron inicio de facto los noventa. Terremoto musical –arrasando como si de un huracán se tratara el hair metal tan en boga los años anteriores-, estético –adiós a los estilismos ochenteros de colores y formas imposibles, hola a la ropa ancha, sucia, rota o parcheada– y actitudinal –se acabaron los artistas con ínfulas y pose de estrella, aparecen los creadores acomplejados, depresivos y retraídos-, la obra magna de Kurt Cobain, Krist Novoselic y Dave Grohl (Foo Fighters) no solo sobrevive ahora como el mejor reflejo de una década y una era, sino que conserva el desgarro vital, la vigencia cultural y el poder melódico que la siguen indexando como uno de los grupos capitales del rock del siglo XX.