“El cuerpo me pedía más funky"
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“El cuerpo me pedía más funky"

Yeray S. Iborra — 13-06-2016
Fotografía — Archivo

Muchachito nunca desaparece, siempre anda girando. Aunque lo cierto es que desde “La maqueta” (15), experimento que sirvió para edificar este “El jiro” (El orfanato eléctrico, 16), no le teníamos tan activo. Su nuevo largo, vestido de flamenco, blues o funk, es gasolina para los tiempos que corren. Nos lo cuenta desde su Barcelona, la actual y la pasada.

Un colega le daba sardinas si le dedicaba una canción a su novia, otro una barra de pan. Y menudas comilonas a las cinco de la mañana al cierre de cada garito… A principios de los 2000, Muchachito no tenía fama ninguna pero vivía de la música. “De forma muy salvaje además”. Jairo era un asiduo del Blue Bar, donde tocaba hasta seis horas encima de su palé. Aquello era una caja de zapatos; un día, sin ir más lejos, un tipo le pegó un viaje al pie de micro yendo hacia el lavabo, y le “rompió un piño”. “Yo tocaba en los bares más guapos de Barcelona, todo el mundo que venía a la ciudad… se unía a nuestra fiesta”, explica Jairo detrás de unas gafas de sol que le cubren hasta los pómulos. Su pantalón de campana y camisa azul eléctrico —tres botones desabrochados— contrastan con los marrones, grises y negros de esta zona del Poblenou. Su Poblenou. Con la misma mano que sostiene un cigarro, el enésimo, señala el bloque en el que grabó el primer disco de Trimelón de Naranjus, “Zumo para tus orejas” (97). Aquella Barcelona le dio buenas tablas al de Santa Coloma de Gramanet. Y algo tiene que ver aquello con cómo empezó planteando “El jiro”, un disco que debía ser “muy acústico”, junto a Diego Pozo, el Ratón. Había estado girando estos últimos cinco años con él y con Santos, cada noche un bolo... Sin saber siquiera qué iban a tocar. Jairo se fue a Jerez a hacer maquetas, hasta que se dio cuenta de que lo que en realidad echaba de menos era una eléctrica. “El cuerpo me pedía más funky, aire ochentero…”, explica Jairo. Dos meses estuvo dándole al coco. “¡Los músicos no sabemos cómo suenan las canciones hasta que no ruedan!”. ¿Cómo lo descubrió? Se montó un set de hombre-orquestra para poder girar fácilmente en solitario. Así publicó “La maqueta”. “Una buena canción tiene que parecer que existe desde hace mucho tiempo”, concluye Jairo mientras recuerda cómo Ale Acosta (Fuel Fandango), amigo y colaborador del disco, le dio una vuelta final a todo... “Vente aquí y lo maquinamos”, le dijo. Junto a Ale y Diego también estuvieron Lele Leiva (producción) y Dani Alcover (master). Y el disco acabó siendo un interesante popurrí: flamenco, blues o bacalao.

"Barcelona ha utilizado un civismo de dos caras”

Muchas manos lo han mecido, pero algunos de los cambios estructurales más importantes se los debe sólo a Ale, ¡incluso dejó la voz en primer plano! “Yo canto, pero… No, no me gusta mi voz. Me gustaba más cuando tenía un quiste en la garganta. Rota, sucia”. A Jairo le operaron en 2007, justo después de las mezclas de “Idas y vueltas”. “En lo nuestro, si te pones malo... que te caiga en los días que has parado: no podemos dejarlo nunca, es como una locomotora, sino no hay leña se para”. Tuvo seis meses de logopedia, y sufrió. Después de los bolos se quedaba afónico, pero esa no ha sido su única batalla: ha tocado con la mano rota, en el Viñarock se partió la nariz… “Todo lo tiré p’alante”.

Aquella etapa amarga explica en parte este disco. Jairo lo ha titulado “El jiro” por un juego chapucero entre la palabra en inglés ‘hero’ y su propio nombre. Todavía se descojona cuando intenta defender la idea, que promete va más allá. “Es una idea quijotesca, la del antihéroe. Yo no quiero girar conciencias: soy vitalista y humanista, pero no soy tonto. Y la gente necesita alegrías”, comenta mientras se sonríe recordando cómo evaluó la calidad del largo: con los niños de sus amigos. “Si ellos ríen, todo está bien”.

Jairo recuerda la Barcelona que se tiraba cuatro días sin dormir. “Éramos unos locos”. Muchachito ya explicaba en “La bella y el músico” (10) la relación de la música con esta ciudad. Era un momento en que iba con un Marshall pesadísimo, un micrófono de plástico y una guitarra recogida de la basura, de “madera-cartón”. Quince años después, algo ha cambiado Barcelona; y algo se ha profesionalizado él, pero tampoco tanto... De golpe, interrumpe una llamada de su manager: “¡Ey, loco! Estoy aquí en el parque de al lao del Factotum”. Que Jairo no se pierda; hace varios años que vive en Madrid pero conserva amigos por Barcelona cada tres pasos. “Barcelona... Barcelona ha utilizado un civismo de dos caras”, se despide pensativo y comentamos con esperanza la presentación de la normativa para la música amplificada del nuevo gobierno. No perdamos la ilusión.

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