La banda de Matt Johnson y Kim Schifino va a toda velocidad. Sus canciones duran un suspiro, su último disco, alrededor de cuarenta minutos. Sobre el escenario son un torbellino de punk-pop en el que los defectos técnicos y la escasez de instrumentos (prácticamente sólo batería, teclados y efectos) no importan en absoluto. En persona, saben transmitir esa alegría que desprenden sobre las tablas; lo que hay es lo que ves. No intentan vender un gran proceso de composición ni elementos místicos que conducen al desenfreno en la pista de baile. Sólo quieren divertirse, y la sinceridad se agradece. (Matt) “Los dos hacíamos juntos cosas relacionadas con el arte. A Kim le apetecía tocar la batería y a mí, experimentar con los teclados, así que no nos quedó más remedio que hacer un grupo y empezar a componer canciones que nos gustara escuchar si no supiéramos que son nuestras. Mientras sigamos ese objetivo, estaremos contentos, y me sorprende que la gente responda tan bien”.
“Sidewalks” transcurre veloz, con más melodías azucaradas y copiosos teclados new wave, a veces tan presentes que se comen las canciones. (Kim) “Queríamos hacer un disco con pocos adornos y que sonara como lo hacemos en directo. Matt me tuvo que decir que tenía que tocar más despacio, porque yo sólo quería hacer algo con muchísima energía. Es gracioso, porque él viene del punk rock”. Matt, que no ha parado de reír en toda la entrevista en los camerinos de la sala madrileña en la que presentaron su nuevo trabajo, puntualiza. “El estudio y los directos son cosas muy diferentes. Cuando grabas puedes añadir cosas o simplemente cambiar los micrófonos para que suene diferente, pero en un concierto, si quieres que una batería suene fuerte, tienes que pegarle con ganas y esperar que te salga bien”.
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