Sentarme frente a Marina Herlop es todo un privilegio. Tras lanzar su tercer elepé, dando continuación a “Nanook” (16) y “Babasha” (18), no esperaba para nada que algo tan pequeño e íntimo como su música despertaría tantas pasiones en el panorama que la vio nacer. Repentinamente,“Pripyat”la catapultó a la gloria de los artistas más arriesgados; infinidad de conciertos fechados a lo largo y ancho de Europa o América y grandes medios pendientes de ella, alabándola en las constantes reseñas que le dedican. Siendo más concretos y al margen de la excelente recepción crítica en nuestro país, Pitchfork no la baja del notable. De ahí que conseguir concertar una cita para verla y charlar se haya convertido en todo un reto, pero… ¿Cómo ha reaccionado Herlop al verse bruscamente iluminada por el foco mediático y la cariñosa atención de un público que no para de crecer? “Uf… ¿A qué nivel, no? Lo he vivido de muchas formas. Está siendo la culminación de algo, cerrar un ciclo. Está pasando mucho más de lo que nunca esperaba que pasase. A nivel personal y laboral es muy gratificante, aunque existe un punto en el que te ves sometida a la sobreestimulación por girar tanto, ver tanta gente y tener experiencias maravillosas. Afloran signos de cansancio que tú quieres ignorar y es imposible; a la larga, dichas experiencias te confieren cierta sensación de desorientación. Te sobrecargan. Mi vida ahora mismo no se parece en nada a lo que era hace dos años. Ha pasado tan poco tiempo desde que estaba en el lodo que he dicho: ‘esto es ‘El show de Truman’. Aun así, mi proyecto sigue siendo muy pequeño. He vivido la música de forma tan lenta y meticulosa que me agobia un poco ver que, de pronto, hay tantas cosas por hacer rápido y non-stop. Los límites entre trabajar y no trabajar se diluyen. Pero vaya, siento una felicidad enorme. Tengo mucha suerte de poder estar haciendo esto. Doy gracias a diario”. Parte de la diversidad de emociones que siente tiene que ver también con la exigencia que se autoimpone. Le encanta ser pesada; pedir mucho y reivindicar que cada departamento perfeccione hasta el último pormenor. “Podría relajarme, pero no quiero”. Lamentablemente, las apariencias engañan: ver tu música reconocida a gran escala no siempre es algo positivo. Querer trabajar de forma pausada, encariñándote con cada detalle, entra en conflicto con la vorágine productiva de la industria. “Los tempos que necesita este tipo de música no van de la mano con el ritmo que llevo actualmente. Es incompatible. En algún momento tendré que parar en seco, si no no podré hacer música. Para mí [la música] es como una alquimia; poner tres gotas de ‘x’ y esperar a ver la reacción. Un laboratorio que no entiende de ‘lo necesito para ayer’. Requiere paciencia”.
“¿Te imaginas a Beethoven con Instagram? ¿Crees que hubiera podido hacer las sinfonías que hizo? No”
En “Nekkuja”, Marina nos habla de un jardín como metáfora del proceso creativo, una clara alusión al período de negatividad que supuso la gestación del mismo. Carcomida por la ansiedad y la incertidumbre, coincidió con la salida de “Pripyat” (que parecía no llegar nunca). “Era un panorama desalentador. Una espera constante. Pasé mucho tiempo destinando gran cantidad de energía a asuntos que no eran mi desarrollo como músico. Estuve distraída. Entonces llegó un punto en el que me dije: ‘Igual tengo que volver a ponerme las pilas con lo mío’. Sabiendo que las circunstancias de mi día a día no eran favorables, acabé refugiándome en lo que me gusta de verdad: el proceso creativo. Me di cuenta de que tenía a mi disponibilidad un jardín sinfónico al que poder acceder cuando quisiera y crecer sin limitaciones. No obstante, aquí viene lo interesante: este jardín no es un lugar de recreo ni alegría. No te diviertes. Lo que ocurre ahí es tortuoso, pero, por muy mal que lo pase, no puedo dejar de acudir a él. Si no lo hiciese, a mi vida le faltaría algo. Es pura intuición”. Herlop continúa especificando el origen de lo que hoy llamamos “Nekkuja”, título que, por cierto, no significa nada. Un vocablo inventado que surge de combinar las sonoridades ofrecidas por la palabra “Nené” y las películas “Tekkonkinkreet” (06) y “Koyaanisqatsi” (82). “El disco se origina en un encargo que nos hizo L’Auditori de Barcelona y que se pospuso por culpa de la pandemia. Confluyó con la idea a la que le estaba dando vueltas [El jardín] y preñamos el espectáculo de ella. De hacer ‘Pripyat’, ciertos temas se quedaron en el tintero. A partir de ahí fui desarrollando. El resultado es ‘Nekkuja’ y el encargo acabó siendo la gira de ‘Pripyat’ que, de hecho, terminé en 2019 y salió en 2022. Este disco igual. Llevaba listo, por lo menos, dos años y hasta ahora no ha visto la luz”.
A pesar de todo, la pierense ha dispuesto una paleta sonora que huye de sonoridades perturbadoras o de progresiones armónicas comprometidas y que es el reflejo consciente de esa etapa. “Me he atrevido a hacer algo más ligero. Me cuesta mucho encontrar un sendero concreto a nivel tímbrico, armónico y rítmico. No es cuestión de calidad, es cuestión de estilo”. Además, su intención (si es que tiene que transmitir algún mensaje) es la de contradecir la falsa creencia de pensar que el artista es un ídolo; alguien que posee unos atributos o cualidades de un orden ligeramente superior al del resto de humanos. Sin pretensión de criticar ni devaluar a los artistas que son admirados de esta forma, lo que busca es enaltecerlos a todos; igual que en cualquier otro oficio, curran como el que más. “Esa idea está anticuada. La gracia del jardinero es la de ensuciarse haciendo lo que hace. Es un proceso mucho más prosaico de lo que la gente pueda pensar”.
Más allá de seguir ofreciendo íntimos directos que rozan la fantasía mágica o de reclamar la vigencia de un tipo de arte que no tiene la necesidad de darle un sentido a todo, Marina afronta el futuro pendiente de varias incógnitas que pueden ver su carrera afectada. “Tengo muchas ganas de volverme loca otra vez. De tener breakdowns creativos. Siento que he cumplido tantas metas a nivel externo que, ahora, la deuda vuelve a ser interna. No te negaré que tengo la ambición de hacerme grande, pero yo lo único que quiero es tocar de puta madre y hacer una música que flipas. El don de la música es que es el arte que menos depende del mundo extramusical. A mí me gusta explotar eso: que solo sea música. El resto sobra. Regalarle a la gente experiencias sensoriales que les permitan montar su propia historia es mucho más divertido que crear un imaginario concreto. Si haces las cosas intuitivamente, sin pensártelo demasiado, el propio tiempo ya se encargará de darle un sentido. No me hace falta saber de dónde sale lo que hago. Me he encontrado con muchas personas que están deseando poder disfrutar de esto; música hecha de otra forma. Que no sea fast food. Aplicaciones como Tik Tok, fomentando versiones sped up, nos están haciendo enloquecer. A mí me desajustan la cabeza: si tengo que hacer un disco, mi cerebro no puede estar ocupado con eso. Cuantas menos distracciones tienes, más direccionada estás hacia lo que tú quieres hacer en la vida y, cuanto más direccionada estás, menos distracciones necesitas. ¿Te imaginas a Beethoven con Instagram? ¿Crees que hubiera podido hacer las sinfonías que hizo? No. En cualquier caso, yo estoy tranquila. Tengo claro que no quiero reproducir cosas ya hechas. Sé lo que toca ahora: ir cerrando y volver al estudio”.
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