“Yo soy un cristal, un canal por el que debe circular la verdad. Y cuanto más pulido esté, menos interferencias para que esta salga”. María José Llergo (Pozoblanco, 1994) tiene en el arte su verdad. Tanto es así que sólo un septum puntiagudo, que brilla como recién pulido, y una línea sobre los párpados que se difumina a medida que se aleja de los ojos, conectan a la joven con su generación. Su forma de vivir el flamenco es un puente a una época pasada: pueblo, cante de rutina, lo bello desprejuiciado. La música como conexión primitiva, como salvación.
¿Qué hace que alguien de veinticuatro años asuma así el arte? La infancia como patria, que decía Rilke. María José aprendió a cantar por osmosis. De pequeña, y mientras jugaba con piedras y ramas en el campo, su abuelo entonaba fandangos, tangos o coplas, sin más acompañamiento que el remover de la tierra. José Sánchez Muñoz –su yayo– abonaba, sin saberlo, algo más que su cultivo. “Mi abuelo tiene la verdad cuando canta. Su vida era muy dura y debía hacer algo bello de eso. Todos necesitamos beber del arte para dejar de lado el postureo. Yo aprendí a cantar escuchando el sonido del escardillo acompañado por ‘La niña de fuego’ de Manolo Caracol”, comenta, risueña, María José en un bar de menús donde le servirán una ensalada y unos boquerones a la andaluza con una fritura ya oxidada por las horas.
Barcelona no es Córdoba, no se sirve un pescaíto de postín. Pero María José no encontró en su tierra espacios en los que seguir trabajando la voz. Ahora estudia en una escuela de música en la capital catalana. Con un objetivo que suena grande pero gana modestia en su boca. “Cuánto más pulido esté el cristal, mejor pasará por él la verdad”.
El éxodo le ha costado un esfuerzo a los suyos (su madre ha estado desempleada y su padre se encarga del mantenimiento de un hospital), lo que le ha obligado a militar en la clase. Aunque no es su única sensibilidad política. “El otro día vi los Goya, y ni un gitano. Nadie protegiendo el caló”, aqueja. Su abuelo siempre le aconsejó: cobra, siempre, pero no te vendas. “La música es como cuando le sonríes a un extraño y te sonríe de vuelta, altruista. Pero no gratuita”.
“Aquí”. María José da un mamporrazo a la mesa y señala dónde va el cocido de Marc López, su guitarrista y compañero de estudios en Barcelona. Él ríe; emplea la misma fuerza al cantar, apunta. Con Marc trabajará las nuevas referencias que saldrán tras el verano, después de la buena experiencia con su carta de presentación, “Niña de las dunas”. ¿Por qué tardará tanto? “Para mí componer es un ritual. Por eso no quiero mucha industria a mi alrededor: necesito que se respete mi calma”.
Cuando esté lista bajará –asegura– a La Mina (Sevilla) para grabar junto a Raül Pérez, productor de Pony Bravo, entre muchos otros. Si bien ahora mismo la Niña de los Peines está más en el imaginario de sus músicas, no descarta mixturas. Le chifla Niño de Elche. “Yo no soy un personaje, no me sale fingir. Lo que venga, vendrá. No quiero hacer algo sucio del arte. Entenderé que se me compare con todo el mundo, pero el arte no se preocupa de eso”, se sincera, farruca. María José es cristalina.
Agenda
Fecha | Ciudad | Recinto | Hora | Precio |
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viernes 23/03/18 | Barcelona | Paranimf de la Universidad de Barcelona | 20:00 | Entrada gratuita |
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