Las canciones nunca morirán. Ni siquiera en un mundo devastado, imaginado en el recoveco más turbio del cerebro de Manuel de Pedrolo o Aldous Huxley. Siempre habrá temas que se quedarán clavados en las seseras de los supervivientes, y cantarlos será su pasatiempo hasta nuevos cuños. Colocar una de esas canciones en las distracciones del otro, debe ser lo más parecido a la trascendencia; sólo por eso, cualquier proyecto embarcado, habrá merecido la pena. Por eso, y por muchas más cosas, cunde "45 cerebros y 1 corazón". “Yo ya no me podía escuchar los epés”, dice risueña María. “Habían cumplido con su función”, añade Marcel. "Verbena" (16), segundo EP de los catalanes, hizo que visitaran todas las estaciones de cercanías; dicho corto y su predecesor habían funcionado a la perfección como llaves maestras. Eso sí, el sonido, urgente e improvisado, la “fotografía de cada momento”, ya no representaba al dúo y a sus más de cincuenta conciertos a las espaldas; el bagaje en directo hizo que renunciaran a la idea de hacer un trío de EP’s para embarcarse en todo un disco. “En los EP’s nos vemos muy adolescentes y monos, pero ahora ya sabemos peinarnos mejor...”, ríe María.
“Era una cuestión de justicia con las canciones”, dicen al unísono. El gran reto de "45 cerebros y 1 corazón" era hacer casar todo el material rodado durante meses con los nuevos temas escritos por María. Hacerlo implicaba una pátina de producción desconocida hasta la fecha. Fueron David Soler y Ángel Medina quienes les acompañaron durante los días de grabación. “Estuvieron a los controles… y al amor”, dice Marcel, que recuerda la semana de frenesí como un motel: abierto veinticuatro horas al día, siete días a la semana.
El disco, de fondo impertérrito –la canción que le da título habla sobre las fosas comunes y, claro, sobre la memoria– e innegociable, tuvo en el pop su pegamento. “Menos divagar y todo más empaquetado”, recuerda Marcel como consigna. Aunque son sus temas herejes (Desmemoria, un ejemplo) los que lo hacen de amplias miras, su querido Niño de Elche o Arca se funden ahora con canciones rotundas, inspiradas por FKA Twigs, Juego de Tronos o… Stromae. “¡El riff... el riff es el de Papaoutai de Stromae!”. María reproduce el grito con el que dio por bueno uno de los pasajes de guitarra que impregnó la canción más extraordinaria del disco: Tú que vienes a rondarme, un tema alucinado con bases de Grey Filastine y que recorre el universo del cómic "Promethea" de Alan Moore. “Me habéis engañado… ¡No sabía que tendríamos un hit también!”. Las palabras las mastica Marcel con la risa de fondo de María, pero realmente las pronunció Gerardo Sanz, su mánager, tras la primera escucha de “Tú que vienes a rondarme”. Una canción, "Tú que vienes a rondarme", por la que valía la pena un disco. Un texto denso (“¡debía tener incluso dos estrofas más!”, añaden) pero amasado, escrito en una sola noche: el tipo de tema que revolotearía por la sesera de un cualquiera cuando se produjera el cataclismo. Ése es precisamente el fin de las canciones, transmitir mensajes usando los cuerpos como canal. “Es maravilloso pensar que una canción podría tener más entidad que nosotros”, dice María, que valora la oportunidad de haber expandido su mensaje por todo tipo de plazas. Pero, ¿permitirá la profesionalización que sigan combinando escenarios populares con otros más sofisticados? “Nuestras comunidades entienden y apoyan nuestras decisiones… No tocaremos donde no nos sintamos bien. Podemos asumir nuestras contradicciones”, zanja.
“Este disco cerrará una etapa de un proceso de aprendizaje de dos años, luego iremos con nuevas cosas que estamos madurando”, acompaña la badalonesa, en los últimos compases de lo que será una cena copiosa en un restaurante de comida oriental. Con la misma fuerza que su voz explota en primera línea en "45 cerebros y 1 corazón" devora la carta del local: llevan todo el día de ensayos, y hay que reponer fuerzas. Lo han vendido todo en sus conciertos de Barcelona y Madrid. El huracán tiene síntomas de cronificarse.
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