“Dejemos descansar un poco a nuestros cerebros”
EntrevistasLuzmila Carpio

“Dejemos descansar un poco a nuestros cerebros”

Yeray S. Iborra — 04-01-2024
Fotografía — Nora Lezano

La boliviana Luzmila Carpio, de vasta trayectoria musical, defensora además de los derechos de las personas indígenas, del medio ambiente o de las mujeres, tiene otra idea de la edad. No le pesan los años, ni lo corpóreo. Todo es aprendizaje. Vuelve a rodearse de vanguardia para el rico “Inti Watana: El retorno del Sol” (ZZK Records, 23).

Luzmila Carpio (Qala Qala, 1949) es inspiradora –también– fuera de su descomunal currículum. Más allá de su extensísima trayectoria en la música andina (¡veinticinco discos publicados y cuatro décadas sobre los escenarios!), revolucionaria a la vez del folklore boliviano con, por ejemplo, el aclamado “Luzmila Carpio meets ZZK” (15).

Más allá incluso de su defensa a ultranza de los derechos indígenas, del medio ambiente, del quechua, de las mujeres. La autora no necesita usar el pasado para embelesar el presente: mece cada palabra y acompaña el discurso con sus finas manos, llevándolas al cielo y al pecho, una y otra vez. De lo externo a lo interno.
Así es también su nuevo disco, el primero en casi una década, “Inti Watana: El retorno del Sol”, en el que los pájaros se abrazan con la electrónica. Y los cantos de raíz se acorralan en ritmos vertiginosos. Íntimo, espiritual, político y bailable. No existe lo nuevo y lo viejo. Sólo lo profundo y lo bello contra lo zafio. Incluso la tecnología, que tanto ha dañado –a su parecer– la forma de relacionarse con el mundo, puede ser aliada: su hijo le hace de puente con el ordenador. Ella da gracias al principio y al final de la entrevista. Por el agua que bebe, por el paisaje que mira, incluso por el teléfono que permite esta conexión. Por seguir cumpliendo años. “La sociedad nos quiere encasillar en edades: no hay edad para aprender, no hay edad para experimentar. Cuando tienes un propósito, la pasión te lleva por senderos increíbles”, argumenta, con una sonrisa que se cuela bajo sus orejas.

Me quedó claro: ni hablar de jubilación.
Va contra mi pensamiento. Lo importante para mí es vivir consecuentemente con los valores que animan ese fuego interior de comunicar el amor hacia la madre tierra, la Pachamama. Cuando decidí viajar e instalarme en Europa unas décadas atrás, mi intención era dejar un testimonio de los valores ancestrales de mi pueblo. Hoy, el sentimiento de dejar ese testimonio está más vivo que nunca en mi corazón.

"Compongo por intuición, por los sueños que me vienen, por las visiones que me dejaron no solo mis abuelas, abuelos, sino lugares que por el azar de la vida vengo a conocer"

¿Puedes explicar algo más sobre esos valores?
Busco dejar un testimonio vivo de esperanza y de amor en su sentido más amplio. Un testimonio de unidad de todos y entre todos los seres. Veo que las culturas ancestrales del mundo, las de mis abuelas, las quechuas aymaras, las de África, las de los pueblos en Asia… Todas ellas traen mensajes importantes. Y tenemos un deber, como artistas de esas culturas: transmitir, hasta nuestro último suspiro, el amor, el cariño, que tanto necesitamos los humanos en esta encrucijada de civilización que vivimos.

¿Qué vida tiene la música andina en el mundo?
Respecto a los números, no puedo decir mucho. Pero, para empezar, creo importante decir músicas andinas, en plural; no hay una sola música andina, sino miles de expresiones. Y siento que hay expresiones novedosas que vienen de la juventud y ellas mantienen en vigencia ciertos géneros de músicas andinas. Eso sí, me hubiera gustado ver mayor construcción de la memoria de las expresiones de las músicas andinas en sus países de origen.

¿Qué quieres decir?
Muchos autores y compositores caen en el olvido. Muchas expresiones de los pueblos enraizados –otros los llaman originarios pero un druida celta los llamó así y me gustó ese nombre– también se pierden por esta falta de institucionalidad para mantener la memoria colectiva. Hay repertorios que son muy interesantes de estudiar y en los países andinos no se hace lo suficiente.

Una forma de perdurar es convivir con las nuevas generaciones. ¿Qué te atrajo de productores como Nicola Cruz, El Búho o Chancha Vía Circuito?
Desde que me propuse cantar el amor a la Pachamama, me dije que era importante colaborar con otros músicos. Esa meta, mi brújula, mi norte y mi sur. En mi adolescencia en Bolivia, no dudé en incursionar en géneros urbanos. Hace dos décadas, ya radicada en París, encontré apasionante el desafío de fusionar mis composiciones con músicos e instrumentos de la música clásica y contemporánea europea. En cuanto al encuentro con los jóvenes que dices de ZZK [discográfica de músicas de vanguardia electrónica] fue una de las más bonitas experiencias, puesto que el trabajo fue hecho con gran respeto mutuo y con mucho cariño. Ellos tienen una conciencia muy aguda de la importancia del nexo que debemos tener con la naturaleza. Y eso me cautivó, jóvenes tan conectados tecnológicamente, ¡pero a la vez con esa visión holística y esa sed de sentir con lo humano en su más bella expresión! Lo humano y el vínculo olvidado –o descuidado diría yo– con nuestro entorno, nuestra bella Pachamama.

Han pasado casi diez años de “Luzmila meets ZZK”. ¿Qué recuerdo guardas?
¡Veo que tu relación con el tiempo es muy occidental! [risas]. Para mí eso fue como un parpadeo, es aún ayer. Esa música sigue muy vigente, muchos lugares siguen programando las colaboraciones del álbum “Meets”, lo cual demuestra que el mensaje sonoro, las letras, están muy vigentes.

¿Cómo planteabas el nuevo disco? “Inti Watana” suena prácticamente a canto meditativo. ¡Esos gongs! Pero después en el disco se intuye incluso el EDM.
Compongo por intuición, por los sueños que me vienen, por las visiones que me dejaron no solo mis abuelas, abuelos, sino lugares que por el azar de la vida vengo a conocer. Con “Inti Watana” traigo una serie de nuevas composiciones cuyo mensaje esta vez va como un llamado a reconectarnos con la espiritualidad. Veo en todos lados mucha polarización, división, peleas. Y vengo a preguntarme porqué llegamos a esa consecuencias, a esas luchas, guerras, injusticias y dolor. Acaso los humanos vinimos a este planeta para estos propósitos, ¿me pregunto? Por ello escribí estas canciones, porque siento que debemos volver al ayllu, un concepto filosófico andino muy muy antiguo, anterior a los incas incluso.

¿Ayllu?
¡Volvamos al ayllu en su significado más amplio! En quechua ayllu también significa “familia”. Busquemos ser esa familia planetaria, donde el lazo es la conexión espiritual. Dejemos descansar un poco a nuestros cerebros. Dejemos un poquito al ego irse de paseo para reconectar con nuestro sol interior: el corazón. ¡Esa conexión se hace con la música, bailando! Por eso los ritmos del nuevo disco.

"Al final somos como árboles, miramos al cielo, miramos a las estrellas y queramos o no, tenemos raíces"

¿Con quién y cómo se han producido los ritmos de baile del disco?
Hablé con Grant C. Dull (ZZK Records) de este proyecto a la salida de un concierto que hice en Buenos Aires. Me había encantado la colaboración que tuvimos con los artistas de su sello, y para estas nuevas composiciones quería que tuviese ese toque, el “ZZK touch”. Era importante que las composiciones visitaran todos los rincones del espectro musical. Grant me propuso trabajar con Leonardo Martinelli, un talentoso productor y compositor de música electrónica. Muy interesante, Leo.

¿Hacia dónde te llevó?
Sin revelar lo que es el disco, puedo decir que la sensibilidad y el cariño de los arreglos musicales y la instrumentación que le puso a este disco concepto, es uno de los mejores que he tenido tanto a nivel humano como artístico. Grabamos el álbum justo antes de la pandemia en Buenos Aires y luego trabajamos a distancia toda la mezcla y masterización.

¿Cómo nació “Ofrenda a los pájaros”? Una mezcla de culturas descomunal.
En este álbum también debían estar los pájaros. Para mí ellos son parte de la naturaleza sabia que están entre la Tierra y el espacio sideral, cada mañana nos despiertan con sus cantos y sonidos bonitos. Nosotros los aymaras quechuas interpretamos esos sonidos en mensajes, hay pájaros que traen mensajes en quechua y hay pájaros que llegan trayendo mensajes en aymara. Desde el 2019 me acompaña un hermoso colibrí de color verde que tiene en el pecho un azul brillante: Q’inti –así lo llamo– és mi ángel, un mensajero espiritual que llega cada día al jardín de casa en la ciudad de La Paz. Es un privilegio sentir su vuelo, su danza a unos centímetros de mi cara, como diciéndome ‘cuida y valora la vida’. Es por todo ello y mucho más mi “Ofrenda a los pájaros”.

Has luchado mucho por las músicas en idiomas minorizados. ¿Crees que es más sencillo ahora salir y cantar en quechua que años atrás?
Sí. Hay mayor conciencia en el mundo en general por las expresiones diferentes. Eso siento. Siento también que hubo y hay mayor despertar de conciencia frente a los mecanismos de colonización cultural en todo el mundo. Menos y menos son los que siguen pensando en términos de superioridad cultural y eso es muy bueno. Y es a eso a lo que tenemos que apuntar. Es parte de nuestro deber como humanos entender a nuestro planeta, que también es un ser vivo.

Al hilo, hazme un balance sobre la salud de las tradiciones indígenas.
Sería muy pretencioso por mi parte. Simplemente quiero que no dejemos como humanos nuestras raíces. Al final somos como árboles, miramos al cielo, miramos a las estrellas y queramos o no, tenemos raíces. Y esas raíces están bien bien conectadas al planeta. Mientras más humanos tomemos conciencia de ello, más lo estarán las tradiciones de los pueblos enraizados.

Sobre la conciencia. Resides también en Francia. ¿Cómo ves las protestas en el país?
Nací indigena en un momento donde esa palabra tenía connotación negativa y generaba muchos sentimientos de inferioridad. De luchar contra injusticias, hice mi canto y mi composición. Hoy décadas y décadas de protestas después, me hacen reflexionar, y me digo, ¿será protestando que lograremos nuestro propósito de armonía? Por ello en “Inti Watana”, hablo de retornar a la gran familia, ese ayllu, tal vez utópico para unos, pero tan necesario: hermandad planetaria, desde la luz de nuestro corazón... Este disco se lo dedico a los que sufren, porque es hora de parar de sufrir. Humildemente creo que, en manos y sonidos nuestros, de los músicos, está el encontrar un nuevo camino, un nuevo futuro.

 

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