El mallorquín lleva un tiempo reconectando con un proyecto que cumple veinte años, y con el que ha venido explorando su pasión por el rock clásico de raíces anglosajonas en canciones de factura impecable. Nos vemos con él en un restaurante del centro de Madrid, donde intenta comer entre pregunta y pregunta.
Además de hablar acerca de un álbum cuya reedición viene acompañada por diez cortes inéditos (maquetas, tomas diferentes y una versión), nos regala sabrosas reflexiones sobre la inconsistencia y velocidad de una industria cada vez más remisa a apoyar carreras de fondo, atrapada como está en la rueda del rendimiento inmediato.
Para apoyar la salida del doble LP que le abrió todas las puertas, el músico está combinando conciertos acústicos en solitario con los de su banda. Con ella estará en Sonorama y Mallorca Live. Luis afirma que hacer ahora mismo un recopilatorio al uso sería “acercarme demasiado a la vejez”.
¿Por qué decides sacar esta edición conmemorativa precisamente ahora?
Por un lado estaba el interés mío personal de devolverlo a las tiendas, porque la última edición se agotó. Y nunca había salido en vinilo. Después, para el décimo aniversario, que fue 2019, empezamos a hablar con la compañía. Les pareció bien, pero llegó la pandemia y paró el proyecto en seco. Digamos que todo el plan que había de revisión se quedó en una carpeta encima de la mesa. Luego salimos de la pandemia y yo tenía la cabeza puesta en otro mundo: me fui a la montaña a grabar un disco mucho más intimista de canciones nuevas. Poco después, lo retomamos. Hubo conversaciones y decidimos saltarnos a la torera el número (risas). Que fuese una edición aniversario única y exclusivamente. Catorce años es una fecha que no se suele celebrar, pero en nuestro caso lo que celebramos es que estamos vivos, que pasamos la pandemia, que seguimos haciendo música y que tenemos ganas.
“Este disco significa todo, pero me lo veté durante mucho tiempo”
Además, cuando se publicó originalmente el vinilo estaba muerto.
Totalmente. De hecho, ni se planteó sacarlo en vinilo, salió sólo en CD. El vinilo empezó a volver a la palestra y a coger fuerza a partir de 2013, 2014 y 2015.
Me ha parecido que ha aguantado bien el paso del tiempo. ¿Qué significa para ti?
Significa todo. Le debo todo. Fue lo que los americanos llaman un “Game Changer” Es esa pelota que cambia el partido. El resto es historia. En su día decidimos meternos en el estudio a grabar lo que iba a ser mi cuarto disco autoeditado, y por una serie de carambolas acabó en el despacho del presidente de Universal (entonces, Fabrice Benoit). A partir de ahí todo cambió. Yo nunca había tocado con mi banda fuera de Mallorca y con L.A., que era un proyecto paralelo, menos. Tenía como tres grupos más donde tocaba la batería. Era como mi vía de escape, y de repente, va ganando posiciones y se convierte en mi proyecto principal. Y en mi motivo de vida en los últimos 14 años.
No sé si te cuesta o te gusta escuchar tus LPs, pero ¿qué sensaciones te ha dado volver a él?
Me lo veté durante mucho tiempo porque es un disco que en el fondo hicimos no de broma, pero sí con la intención de hacer todo lo que estaba prohibido, lo políticamente incorrecto dentro del mundo indie de molar y ser pretencioso. Con reverbs y efectos casi horteras, por así decirlo. Porque en realidad nosotros venimos del A.O.R. Yo tengo una base muy de los 60. Y en los 90 escucho todo lo que venía de Seattle y me meto en el rollo americana, pero a veces también escucho a Counting Crows, R.E.M. y otras bandas que rozan lo hortera pero molan, como Orson o Phoenix. Había mogollón de bandas americanas que eran políticamente incorrectas dentro de un Pitchfork o un mundo Primavera Sound, pero que escuchábamos a escondidas.
Pues la idea era hacer todo eso en un disco a ver qué pasaba. Así que de repente, reencontrarme con ese material tantos años después…pues le tengo cariño. Va mucho más allá de la producción, el sonido y lo que cuando eres más joven te prohíbes escuchar. Porque el siguiente, “SLNT FLM”, es un disco de autor, grabado en Sound City con un sonido casi casi anclado en los 50 o 60, con baterías con un low end increíble, microfonía vintage... Claro, me metí en esa peli y ya me quedé ahí durante muchos discos, así que reencontrarme con eso me ha parecido maravilloso y muy divertido.
Podría decirse, quizá, que tu idea era hacer una especie de híbrido entre el indie y el mainstream…
Sí, pero no había intención. No había intención de nada. Yo tenía un poco de pasta ahorrada para autoeditarlo. Y la suerte de poder grabar en un estudio profesional, pero no habría podido pagar a Toni Noguera (productor) si no se hubiera convertido en mi socio del disco. Pero no había pretensión de nada. Cero. Era: vamos a pasarlo bien, a parar el contador o el reloj y disfrutar. Y pasó lo que pasó.
Imagino que ha habido un trabajo importante de desempolvar cosas que grabasteis en ese periodo, para seleccionar el material adicional. ¿Cómo ha sido?
Yo sabía que había material. Cuando sacamos “Heavenly Hell”, al poco tiempo ya me metí en el estudio a trabajar en el siguiente, porque mi cabeza tenía como muy interiorizada la idea de que me había metido en una multinacional y el plan tenía que ser sacar un disco cada dos años y hacer una gira de otros dos. Por eso me meto en el estudio y grabo un disco con catorce canciones que presentamos a la compañía. Estaban acabadas, mezcladas y listas. Pero a la compañía no le convenció al cien por cien. No les gustó el material. Eso se quedó apartado y tuve un bajón de azúcar total. ¡Ay, Dios! Acabo de hacer un disco entero, está acabado y no les mola…
Pasaste de un extremo al otro.
¿Y qué hago ahora? Pues grabar y grabar y probar y probar cosas nuevas hasta acabar en Sound City grabando “SLNT FLM” (Universal, 12). O sea, imagínate los bandazos que di para quitarme todo eso de encima y acabar haciendo lo que hice. Pero ese material que íbamos grabando, que al final fueron casi cuarenta canciones, acabaron en dos discos duros petados de música. Que es lo que ahora hemos descubierto hace un año y pico. Empezando a escuchar, abriendo sesiones. ¿Y esto qué es? Se llama “Someday”. ¿Qué es esto, tío? Pues a escuchar…Horas y horas y horas de grabaciones de las que ni me acordaba. Y lo que sale ahora es un aperitivo de lo que hay. Hay material para tres discos (risas).
Te llevas “Girls Just Wanna Have Fun” de Cindy Lauper a tu terreno. ¿También estaba ahí guardada?
Eso viene de mis principios como guitarra y cantante en un bar de Mallorca que se llamaba “Bluesville”, que es donde de repente paso de tocar la batería a hacer mis propios conciertillos en un club de programación diaria. Hacía mi set cada lunes o cada domingo, de doce de la noche a tres de la mañana, y todo eran versiones. Ahí es donde empecé a tocarla. Es una canción muy sencilla con tres acordes que siempre funcionaba, ya hubiera alemanes, australianos o mallorquines. Y cuando empezamos a preparar los shows de la gira del disco propuse terminar los conciertos con una canción que la peña conociera. Porque en el fondo estábamos presentando un disco que acababa de salir, y la gente no lo conocía bien aún. Propuse ésta y la grabamos. Acabamos todas las noches de la gira con ella. Con todo el mundo cantándola, porque quien más y quien menos se la sabe.
Personalmente, ¿disfrutas de este tipo de ediciones en las que hay maquetas y material raro para seguir el proceso de la composición a la grabación?
Ante todo soy muy fan de la música y de las bandas que me molan. Durante muchos años he consumido mogollón de cajas de rarezas y versiones inéditas. Cuando el disco revisitado tiene que ser remasterizado por no sé quien…Toda esa movida me parece que enriquece el proyecto. Es material que enriquece una propuesta. Ahora salieron las maquetas del “Wallflowers” de Tom Petty. Y qué guay poder escuchar las primeras versiones de las canciones. Claro que sí. Y si encima tienes un músculo detrás que te ayuda a hacerlo real, ni te lo piensas.
“Hicimos todo lo que está prohibido en el indie”
¿Qué destacarías en cuanto a las diez composiciones adicionales?
Bueno, lo realmente original aquí son las canciones inéditas. Porque han estado trece años en un cajón. Se compusieron, se hicieron, se grabaron con toda la ilusión y aguantan. Suenan a 2009 o 2010. Pero bueno, las escuchas acompañando a un disco del 2009 y te sitúas temporalmente. No pretendo vender esto como canciones nuevas. Son canciones nuevas desconocidas e inéditas grabadas hace trece años.
¿Qué recuerdos tienes de lo que era la industria entonces? Han pasado catorce años, que son bastantes. ¿Cómo percibes que ha cambiado todo?
Digamos que ahora mismo me cuesta mucho cogerle el pulso a la industria. Yo vengo de un pulso que ya me parecía rápido, pero ahora es…(hace un ritmo acelerado en la mesa con la mano). Es muy difícil, incluso para para promotores, managers o discográficas. Y eso yo lo llevo a todo: al cine, a las series, a las plataformas de streaming, a los conciertos, a los festivales.
Mi impresión es que apenas se digiere lo que sale, ¿no?
Si antes lo veía como comida rápida, ahora lo veo como “un escupitajo de fast food”. ¿Qué solidez tiene? Obviamente no voy a decir nombres, pero podría hacer una lista bastante larga en la que estaríamos bastante de acuerdo. Pero es que no pretenden que tenga solidez. Ni la misma compañía lo pretende, porque es consciente de que este artista que ahora le está metiendo doscientos mil pavos al mes de royalties, el mes que viene es probable que ya no exista, porque los fans ya no lo quieren. Ahora priman los followers, la juventud. Pero llega un momento en que ya no me cuelan según qué. Durante mucho tiempo me he obligado a estar un poco al día: nuevas tecnologías, sonidos, urbano, trap…me he intentado meter un poco en otras cosas para actualizarme. Pero ya no. Ya está. No sé si me explico.
Creo que sí…
Si lo toleramos, nos la siguen colando. Al final, todo esto no deja de ser un monstruo creado por las grandes empresas, dejémoslo ahí. No es que me baje del carro, porque voy a seguir haciendo música, pero creo que voy a intentar encontrar mi hueco donde pueda seguir haciendo lo que hago, porque yo vengo de escuchar a Buddy Holly, The Beatles y Weezer con sus guitarras sucias. Si damos el brazo a torcer, al final todos acabamos como borregos escuchando a tipo con un ordenador que cobra quinientos mil euros por subirse a un escenario. Puedo entender que el promotor de un festival quiera vender entradas, es un negocio. Pero si Weezer vende seis mil y un rapero que no tiene nada pero sí mogollón de niños detrás -porque se lo han vendido, no porque se lleve eso-, pues…me lo estás colando y se lo estás colando a los chavales. Y eso está feo (risas).
Quizá te refieres al vacío que parece haber detrás de ciertas cosas. Como que faltan referentes.
Yo creo que hasta los Ramones eran más respetuosos. Ahora de repente me da pánico que mis hijas escuchen según qué. Lo oigo y me pregunto: ¿Está enviando ese mensaje? ¿Y mi hija se lo va a comer porque se lo come toda su clase, todo el instituto y todo el barrio? La inercia lleva a eso. Creo que los responsables de que todo eso salga a la luz deberían reflexionar.
Hablando de estos tiempos, hay una canción del disco (“Stop The Clocks”) que tiene como 23 millones de escuchas en Spotify. ¿Cómo ves el asunto del streaming?
Mmm…La verdad es que tengo sólo una canción con esas escuchas. El resto están en seis millones, dos millones, cientos de miles…Es mucho, pero creo que realmente cuando empiezas a notar que te toman el pelo o que dejas de ganar dinero es en un nivel un poco superior. Ahora mismo para mí sería contraproducente salirme de Spotify como Neil Young. “Me salgo porque creo que no sois justos con mi proyecto”…Estaría bajando la tapa del piano, dándome hostias en mi mano, ¿no? (risas). Porque por mucho que estés a favor de las luchas sociales, si tu familia se sostiene vendiendo pescado durante cien años y ahora mismo no tienes nada más, no te hagas vegano ni te pongas a pegar hostias a los pescadores. O por lo menos, piénsalo bien. Yo obviamente estoy al tanto, sé los números, pero mi economía no se basa en los 23 millones de plays.
Sigo sin entender que a alguien que tiene ese número de escuchas no le llegue dinero.
Llega pero es calderilla, anecdótico. Hay grupos españoles que tienen 23 millones cada seis meses. Véase Izales, Vetustas. Esa peña está facturando muchísimo dinero en plataformas de streaming. No es mi caso. Yo he estado a salto de mata pidiendo adelantos editoriales. Y los adelantos se sustentan con plays en streaming y los directos. He ido pidiendo un poco y tapando. Así que sí, me impresiona, porque encima estuve a punto de sacarla del disco. Durante un par de horas la teníamos tachada del tracklist y de repente está ahí y creciendo. De hecho, tengo más escuchas ahora que nunca. Tengo doscientos y pico mil oyentes al mes, que me parece una chaladura. Pero no me reporta un sustento económico, en mi caso no es así. Ojalá no tenga que lucharlo porque esté en la liga de los millonarios del streaming…pero no es ahora.
Enlazando con esto, y teniendo en cuenta la implicación de Universal en esta reedición: ¿Cómo valoras a estas alturas tu experiencia con las multinacionales (además de Universal, Sony Music)?
A Universal le debo que estemos hablando ahora. En su momento envié a todas las discográficas, multinacionales e independientes, incluyendo Universal, mis maquetas de L.A. en un sobrecito marrón y con su hoja de promo. ¡En casete! Las tengo todas en casa sin abrir, tal como me las devolvieron. Y de repente todo cambió. Coincidió con el presidente de una compañía que era un rockero empedernido, flipó con nosotros y puso todo el bistec en la mesa. Si no hubiera sido porque él se emperró en que sacase un disco un mallorquín cantando en inglés en nuestros treinta o treinta y pico con guitarras, no lo habríamos hecho. Así que a Universal le debo mucho, mucho.
Otra cosa es que sea cómodo trabajar con multinacionales, porque son muchos departamentos. Todo depende de aprobaciones de presupuesto. ¿Qué pasa? Que no es ágil, y más cuando has probado la autoedición. Pero todo tiene sus pros y sus contras. La autoedición requiere de mucha disciplina. Y yo soy cero disciplinado y constante, soy volátil al cien por cien. Eso hace que una autoedición se me antoje complicada de llevar adelante. A no ser que te alíes con un equipo que te lo haga todo, que no es mi caso porque me gusta controlar desde cómo suena la acústica hasta los colores del lomo del vinilo. Entonces estás jodido. Con una compañía multinacional tienes tu departamento artístico, departamento de diseño de no sé, departamento de lo otro. Y todo va con unos tiempos, claro. Te obligan a ir a su tiempo. Lo ideal sería un mezcla de las dos cosas, pero no existe (risas).
Agenda de conciertos L.A.
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