"Ha llegado un momento en la vida en el que he asumido lo que soy"
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"Ha llegado un momento en la vida en el que he asumido lo que soy"

Yeray S. Iborra — 22-04-2025
Fotografía — Gianfranco Tripodo

No ha faltado música del madrileño en los últimos años: “Cuando te muerdes el labio”, el proyecto paralelo con The Guapos… Pero nada es comparable a “Gigante” (Sony, 25), disco en el que el cantautor se explica tal y como es, y como nunca hasta la fecha: ansioso, entusiasta e idealista. Madurar complejo y con galones. A lo grande.

“En el fondo, mi vida es exactamente igual a la tuya”, recalca, mientras toma un poleo menta en la planta última de un altísimo y lujoso hotel de Barcelona. No parece el tipo de lugar en el que él quedaría. Cosa de multinacionales; allí le han ubicado para la promo. Es verdad que su sombrero de ala verde color pistacho, cincelado con una cerilla que en la punta conserva el fósforo, el traje de postín y los tatuajes –ya verdosos, hace años que no se completa la colección–, pueden llegar a confundir: demasiado manual del rock. Pero la realidad es que Leiva, cuando abre la boca, es muy normal. “Insisto, mi día a día desde hace unos años no es nada raro. Igual en otras épocas era un poco más killer…”, ríe, mientras se frota un párpado. Tiene los ojos cansados de todo un día de conversaciones con periodistas.

Parloteaba el otro día conmigo mismo y el teclado alrededor de “Gigante”: el tipo, durante sus más de dos décadas en el circuito, ha compuesto muchos himnos. Ex líder de Pereza, nada menos. Piezas sueltas, resultonas, populares. Muy populares. De amoríos, de juergas. Ahora está en una etapa mayor; sus últimos discos comparten más con una novela que con un listado de canciones pop. Ya desde “Costa de Oaxaca” o “Cuarenta en cuarentena”. El niño del barrio de Alameda ha logrado desengancharse de las tonadas previsibles y de dirigirse a una segunda persona exculpatoria. El nuevo largo es una caja de canciones en la que brilla la ambivalencia: la angustia y las dificultades, la ridiculez, pero también la belleza. “Mi chance con el público es que vea que sentimos las mismas cosas. Este disco tiene la peculiaridad de que no se anda con paños calientes. Tampoco tenía ningún plan a la hora de hacerlo. Ha llegado un momento en la vida en el que he asumido lo que soy. Esto es lo que hay. Aquí hay un punto confesional extra, XL”. Las canciones para él son el lugar desde el que contar abismos, porque se siente “cobarde”. A los cuarenta y cuatro años no es poca confesión, al no poder contarle lo que le perturba a la gente mirándola a los ojos. Tiene que hacerlo desde las composiciones. “Mira, a estas alturas, si encima hay gente que dice ‘Este tío está hablando de mí’... Ya está. Mi lugar es el de explicar las cosas de esta manera, y contárselo a alguien, mucho más importante que cómo canto o con qué música”.

"Cuando creía que esto no iba a durar, era más fácil”

Después de “Cuando te muerdes el labio” (21) y de “Hey!” (23), Leiva se ha desfogado en lo musical. Tal vez por ello este es un disco de guitarras solemnes. Y cada vez más, el de un señor que, primero escribe, y luego canta. “Ha pasado el tiempo y eso me ha hecho asumir mis limitaciones vocales. Tengo más compromiso con los textos. Milito más en los textos. Me identifico poco con la poca pirotecnia. Estoy muy reconciliado con esta forma tranquila de componer, una relación tranquila con la parte musical”.

Leiva ya no escribe desde el pozo, pero tampoco desde la solución, desde el consejo de un colega. Eso sería un peñazo. No es un manual de autoayuda. Es el teléfono de la esperanza de los que siguen creyendo en la música como una forma amigdalar de conectar. El músico madrileño tiene una vida normal, pero hasta el más normal tiene problemas. Él califica los suyos de “infantiles”. El pánico a la proyección, la muy sabida hipocondría, que ahora adopta tintes de realidad: ha tenido últimamente la voz tocada. “Con el privilegio de vivir de lo que yo vivo, que es muy grande, es difícil ver que esa situación entrañe complejos y problemas. A mi me da miedo subir a un escenario, claro. Pero me da más miedo que las decisiones afecten a familias, familias de colegas de toda la vida… O a que alguien coja el dinero de su trabajo y lo ponga en una entrada. Yo, la verdad, tocaría menos. Pero tiene que haber un equilibrio. Años atrás me descuidaba totalmente y siempre estaba de gira. Ahora me cuido más en lo personal. ¿Mi patología en la cuerda vocal? Cada vez lo gestiono… peor”, comenta, mientras hace una mueca, ladeando la cabeza y dándose una palmada sobre las rodillas. La voz en el disco se escucha desde un sitio relajado. Y todo lo que la acompaña, también: las fantásticas trompetas de “Leivinha”, sonrisas tiernas. “Mis limitaciones por la cuerda vocal me han hecho cantar más grave, bajar tonos. Me he roto, como le pasa a los futbolistas, los cruzados, y me he adaptado al problema. Los problemas son las semillas de los estilos”.

“Hace unos años se me fue de las manos la parte emocional"

Joaquín Sabina, uno de los capos en los que ha apoyado su carrera, ha tenido sus peores ataques de pánico últimamente, cuenta en las postrimerías de la conversación. Eso te “desarma”. Si le pasa a él… El madrileño sigue poniéndose muy nervioso. No duerme bien antes de los bolos. No sale al escenario con todo bajo control. El proyecto se ha consolidado y, además, se ha vuelto a hacer grande, contra todo pronóstico. “Yo siempre pensé que esta suerte se iba a desvanecer. Cuando creía que esto no iba a durar, era más fácil”.

Leiva, además, ha ido abriendo el espectro. Sumando público. Muy, pero que muy poco a poco. Estos días está en “La Revuelta” (RTVE), en El País Semanal… y en todos los medios. Se ha abierto el espectro. “Me encanta charlar contigo, pero lo que me importa es conectar con tu compañera de trabajo”. Reflejo de tranquilidad. Al músico le gustan tanto las personas como las canciones. Y tanto las canciones como las historias. Antes de cerrar, despacha una, que parece caerle como fruta madura del árbol a la cocotera: a su ex pareja, Maca (la actriz Macarena García), le decía a menudo, cuando ella no bebía por las noches un vinito, que eso le hacía sentir muy culpable. Ella luego se ponía pedo por ahí; así se lo recriminaba él. Hasta que Maca le soltó: no bebo porque contigo no lo necesito. “Me cerró la boca de por vida”, se sonríe. Leiva revisita los recuerdos como tesoros. Dentro del disco, hay que recalcar que da todos los giros posibles alrededor de la salud mental, hay uno especialmente potente: “Caída libre”, la canción con Robe Iniesta (Extremoduro). “Las canciones son las llaves. Llamé a Robe y se dió. Así. Siempre pensé en él. La canción es para la depresión de un amigo. Pero al final todas las depresiones son las mismas”, narra con la ilusión precintada, pura.

Deja prácticamente el poleo menta sin tocar. Le hago la pregunta clave. Clave para mí, al menos. ¿Cómo has hecho para dejar la medicación? “Hace unos años se me fue de las manos la parte emocional. Necesité una mano… química, en este caso. Y empecé a ordenarme un poco. Traté de convivir mejor con los ataques de pánico. La medicación fue un paracaídas. No descarto volver a necesitarla”. Poco antes de que Sony nos dé el toque –tiene que coger un avión en unas horas–, le miro las muñecas, por ahí asoma una camisa con borlas, parece suave, y también manos finas con tatuajes percheros ya vetustos. El citado traje rock. ¿Es posible que haga años que no te tatúas? “No, me he hecho cosas pequeñas. Pero hace tiempo que dejé esa costumbre [risas]. Algunos me hacen ruido, no te creas. Pero bueno… Lo de fuera… Elegir la chaqueta no es difícil. Siempre me gustó la estética del patriarca. No me pongo tanto las americanas por Nick Cave sino por Camarón. ¿Los sombreros? La primera vez que me puse uno me sentí ridículo. Pero no es importante. No lo es”.

 

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