En las distancias cortas, el norteamericano es un torbellino de ideas, simpatía y calidez, justo como sus composiciones. Puede que en España todavía no sea tan conocido, pero, en el lobby del hotel en el que hemos quedado, un músico que va a tocar en acústico se acerca para saludarle. En su actual gira europea no podrá pasar por aquí, la logística era imposible, pero promete volver con su banda.
En “Revelation” tuvo una influencia decisiva la peculiar autobiografía del gran psicólogo suizo Carl Gustav Jung. “Me encantan las autobiografías porque revelan, en cierto modo, si la persona fue feliz o no, y este caso tiene mucha gracia, porque Jung no quería escribirla. Entonces la mujer que le ayudó le dijo que tenía que acabarla. Y es muy interesante, porque era un hombre muy analítico, no tenía por qué creer en lo sobrenatural, pero habla de cosas que no tienen explicación. Un poco como [Nikola] Tesla, que podía soñar con máquinas que luego construía y funcionaban. Lo que pasó es que en los tiempos de la pandemia me leí este libro, y luego me zambullí en la astronomía y la alquimia. No me había dado cuenta de que Jung estaba fascinado por la alquimia. Y de repente estaba leyendo a Isaac Newton, que era un alquimista a tiempo completo”. Leif cree que la combinación de técnica y lo inefable es lo que une a este proceso mágico con la música. Tal y como él lo ve “la música es muy técnica. Ahora bien, una vez llegas a lo técnico, debería permitirte llegar a lo trascendental. Jung era muy escéptico, pero le pasaban cosas con pacientes que no tenían explicación. Y lo dice así: ‘Hay cosas que no puedo explicar’”.
“Revelation” está lleno de cuerdas suntuosas y detalles que nos llevan a otra época. “Casi me mata, en un sentido metafórico. Fue durísimo. Demasiado. Porque compuse todas las canciones y tenía una idea muy clara de cómo quería que sonaran. En discos anteriores tenía que pegarme con un par de canciones, pero aquí fueron todas. Porque por experiencias anteriores, me había dicho que no iba a meter nada por lo que no hubiera peleado. Quizá la última canción fue la única fácil, es como un epílogo”, confiesa.
“La IA hace canciones malas de Dylan tocando con malos músicos”
Vollebekk se muestra partidario de grabar con todos los músicos tocando juntos, y de la mística de los grandes estudios. Por eso la pandemia retrasó la grabación. Cuando fue posible, viajó a Dreamland y los míticos Sunset, para luego añadir algunos detalles en su propio espacio. “Me negué a grabar en otro sitio. El problema es que por la pandemia, no podíamos viajar a Estados Unidos. Y yo me puse en plan: ‘Pues entonces no grabo’. Todas las canciones estaban hechas. Lo que pasa es que en Canadá no hay ningún estudio que te ofrezca lo mismo. Ese piano de Sunset es mágico. Todo el equipo es analógico, y cuando grabas ya suena a disco. En la base de las canciones no hay ninguna edición. Me gusta hacerlo así: alquilar un estudio que sea perfecto, y que yo sea el eslabón más débil. Si voy a uno más barato, tiendo a hacer más tomas”.
El enfoque de Vollebekk es dedicar un día a cuestiones puramente técnicas, para que luego surja la magia entre los músicos. Su romántica perspectiva está totalmente alejada de lo que se suele hacer a día de hoy. “Ahora se puede empezar con una claqueta, después la batería y capas y capas de todo lo demás. Pero es duro. Lo principal es que no inspira mucho. No es divertido. Imagínate escuchar un disco en el que nadie se lo haya pasado bien. ¿Cómo te crees que va a sonar? Trabajando como lo hacemos nosotros todo el mundo sabe que lo que toca va a estar en el disco. Y no tienen miedo. No es como decir: vamos a hacer diez tomas, y luego un collage. Me encantan esos viejos discos de Bob Dylan en los que el bajista podía fallar una nota, y lo arreglaba con la siguiente. Se convertía en la historia de la canción”.
La confluencia entre informática y música llevada al extremo acaba en las grotescas canciones generadas con Inteligencia Artificial. “No sé si has visto cómo se hace una. Le dices: ‘Hazme una canción de folk de 1970, con cuerdas’, y te la hace. Es una mierda, pero suena idéntica, y lo hace porque hoy todo se genera con ordenadores y estamos todos conectados. La gente no debería sorprenderse. Lo que pasa es que sale una ‘canción mala de Dylan tocando con malos músicos’. Por eso es tan bueno hacer tomas en vivo. Son mágicas, y las canciones se hicieron así en todos los discos que me gustan. Si grabas en directo, de repente todo suena mejor. Cuando editas alineando instrumentos en el ordenador, pasa algo. Empiezas a tocar música con los ojos, y te garantizo que en la música no hay ojos. En los discos de Led Zeppelin el bajo no está perfectamente pegado al resto”, sentencia.
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