“Popnografía” –cuyo lanzamiento se ha atrasado a septiembre por los motivos que todos conocemos– es un álbum sobre la omnipresencia de la cultura pop, un baile del fin del mundo en el que los viejos Dioses como Bowie o Lou Reed chocan contra su reverso tenebroso en forma de Trump o Zuckerberg. Aprovechando la inminente salida de "El tobogán de Fellini", el próximo single de Le Voyeur a estrenar el 29 de mayo, publicamos esta entrevista anterior al estado de alarma.
Este es tu segundo disco después del cambio de nombre. El principal cambio que se puede apreciar es que es un disco más enfocado a la pista de baile, un ejemplo perfecto es “Democracia”, pero ahí se pude ver como ese escapismo bailable es ante una situación terrible: “España es un lugar que no quieres habitar, ahora todos a bailar”. ¿Ante el desastre inminente es mejor imitar a la orquesta del Titanic y seguir tocando?
En realidad hay esa postura “findemundista” en todo el disco. Hay una crítica que se esconde detrás de todo esto, a todo ese imperio del consumo y de toda esta cosa de crítica pop, como un inventario. El baile está ahí porque la mejor manera de inyectar emociones es haciendo que la gente baile, mueva el cuerpo.
"En España hay grandes intérpretes pero muy malos compositores”.
Mueve tu culo y tu mente le seguirá...
Eso es. Es una nueva forma de baile del fin del mundo donde el angelito bueno te está diciendo una cosa y el angelito malo otra. Pero compuse estos temas de una manera bastante natural. Yo quería hacer una cosa muy Bowie, muy "Scary Monsters", con ese sesgo, quería llegar también a esos Talking Heads en los que empieza el baile, los del "Remain In Light"... Tenía muy claro que venía de un disco muy introspectivo, como una luz después del túnel, una situación trágica que yo reconvertí hacia otro sitio, pero tenía una cosa lánguida y pesimista, muy Nick Cave, muy 'arrastrao', muy de 'songwriter' con banda grande y en este ya hemos pasado a otra cosa.
Por cierto la canción se subtitula “(Fútbol, cocaína y Cinexín)”. ¿Es un guiño al “Chanel, cocaína y Dom Perignon” de Loquillo?
(Se ríe) No necesariamente. Era una especie de crítica a todo lo que nos rodea en el siglo XXI.
Hay una canción que se llama “Esclavos del pop”, algo que parece normal cuando miras las letras del disco y ves que hay más referencias a la cultura pop que en una exposición de Warhol. Tenemos a Tarantino, Fellini y Wes Anderson, alternando con Lou Reed, New York Dolls y Bowie, además de Magritte, El Bosco y Oscar Wilde, pero sin olvidarse de Lady Di o Trump, solo falta el bigote de Aznar. ¿No queda claro cuánto te fascina o te repele este universo pop?
Mi manera de componer, inconscientemente, es bastante conceptual, entonces la idea que tenía cuando compuse estas canciones era que estaba construyendo un mundo, una distopía en la que la cultura pop controlaba el mundo y, a partir de ahí, nosotros nos convertíamos en sus esclavos, y era la ironía del consumo, aparece Zuckerberg, aparece IKEA, aparecen grandes marcas que en realidad son como los viejos Dioses...
Tipo “American Gods”.
Justamente, esa referencia me ayudaba bastante. Fíjate como lo enfoca "American Gods", reconstruyendo el mito. Yo lo he llevado a una especie de crítica hacia la distopía en la que se lucha contra ese gigante que es la cultura de lo retro, como en el libro de Simon Reynolds, "Retromanía", que es esa cosa del mundo del reciclaje.
Parece que tienes mucha confianza en “Los días inertes”, no solo la has sacado como primer sencillo sino que no dudas en calificarla como “hit” en la propia letra, pero luego dices eso de "hemos desarrollado esta canción para usted". ¿Estás tirando de ironía con los algoritmos de Spotify o YouTube?
Absolutamente. Estamos viviendo en un mundo tan líquido y posmoderno que el formato físico se ha abandonado, hasta nosotros mismos, en mi caso por enfado. Yo me dedico a la música desde los diecisiete años, he sido docente y sigo dando clases, he sido productor, y entiendo que en cierta manera esta mutación hacia lo digital en la nueva era hay que vivirla, porque nos ha pasado a nosotros mismos, hemos tenido más de 70.000 escuchas de algunas canciones antes de sacar el disco y dices: “¿qué hostias ha pasado aquí?”. De ahí esa crítica de "Los días inertes", es un caos de la rutina. Somos esclavos del consumo.
Hablando de esa canción, ¿es imposible amar para siempre?
Ahí volvemos a las grandes canciones de siempre, a las de Gershwin, las de Sinatra, las de Lee Hazlewood o de Burt Bacharach. Esas cosas lánguidas de los sesenta como "Some Velvet Morning" son las columnas donde se sujeta la cultura pop, el amor y el desamor, en realidad toda la cultura occidental. Si se rompe una columna tienes una canción, si se rompen dos, entonces puede que tengas un disco.
“Ikea en Itaca” es mi canción favorita del disco y me parece que tiene un punto muy León Benavente, que supongo que es un grupo que os gusta y que además tiene mucha aceptación, pero volviendo a lo de antes, ¿has buscado esas semejanzas a posta?
Mira, hay una cosa inherente a los que jugamos con el formato canción y, a la vez, con el 'spoken-word', y yo llevo haciendo 'spoken-word' toda mi vida, aparte del formato canción, pero es verdad que hay sinergias con bandas como León Benavente, además Abraham y Luis son colegas y sé cómo trabajan, tienen una mecánica de banda y es una fórmula que ellos han conseguido pero que no tiene por que funcionar en otra gente. El sesgo mío es un poco más surrealista, más 'underground' y un poco más 'cultureta' en el fondo, entonces lo tengo un poco más jodido... Es verdad que ellos son una banda y Le Voyeur soy yo, y, de alguna forma, yo estoy haciendo una forma de canción de autor, con el paquetito bien envuelto. Pero fíjate que en realidad yo también vengo mucho de Lagartija Nick.
Y "Loop de Prometeo" me suena a extraño cruce entre un artista al que creo que admiras como Javier Corcobado…
Le conozco y además es fan de Le Voyeur.
… pero producido por otro que no sé si tanto, Fangoria. ¿Estás de acuerdo con ello?
(Risas) Me gusta, me gusta esa idea. Volvemos a ese baile del fin del mundo, el karaoke del Tarantino Resort Jazz Club. Es esa mitología pop yo creo, pero es verdad, yo soy productor y analizo cada sintetizador, cada bajo que se hace… Hay una línea evolutiva que viene desde el post-punk hasta ahora, hasta “Anima” de Thom Yorke por ejemplo, y es como un ‘loop’ que va hacia adelante y hacia atrás, y tiene ese sesgo de baile pero experimental a la vez. Pero yo soy un escritor de canciones y como tal siempre busco el verso perfecto, por eso me ha costado cerrar canciones años. He trabajado con varios que cogían una servilleta y ya está, les parecía cojonudo, y yo les decía pues mi examen no lo pasas…
“El rock & roll sigue en pie, gracias a Dios y a la Virgen del trap”
"El tobogán de Fellini" es oscura pero vuelve a tener un estribillo redondo. ¿Te gusta enterrar un poco tu sensibilidad más pop?
A mí es que esa cosa de Bowie de hacer un disco distinto cada vez me pone mucho. Yo estoy rodeado de música las veinticuatro horas y eso me da mucho ‘background’. A veces tengo que hacer un esfuerzo de contención, porque hay mucho eclecticismo en mi vida musical. En el caso de “El tobogán de Fellini” viene de una cosa oscura y ‘spoken’ que tenía y luego el título hace referencia a cuando Mastroianni baja por el tobogán de la ciudad de las mujeres en “8 ½”, con esa cosa Warholiana de los sueños, y me gusta esa cosa de Fellini que es el que introduce esa cosa onírica y surrealista en el cine… Bueno, ya había otros como Buñuel, pero digo en esa corriente neorrealista italiana. Pero vamos, la canción va de un tipo que está viendo la tele todo el rato y está retroalimentándose de ella, obsesionándose con las películas de Fellini. Es otro esclavo más del consumo pop.
El disco se cierra, en cambio, con dos canciones pausadas, dos medios tiempos como "Vidas concéntricas" y "Disculpen las molestias", que es casi una nana vals, y me suenan a la resaca después de la fiesta. ¿Querías algo así?
Está bien eso, sabíamos que era una coda, “Vidas concéntricas” tiene ese punto Thom Yorke en la rítmica, una descomposición de muchos elementos que venían de antes. Es una canción de texturas que habla de la cotidianidad. Y luego la última es la recuperación de una canción antigua. El primer disco de Le Voyeur Méndez lo hago con Mastretta en Liverpool, en el 2009, luego hice el segundo y esta es una canción que recupere de allí ¿Sabes esto de que te persiguen las canciones? Pues en la gira que hice por Nueva York, cuatro conciertillos hace justo un año y funcionaron muy bien, y ahí, paseando por la ciudad, siempre volvía a esta canción, me perseguía, incluso los chicos de la banda me decían que no tenía que ver con el resto del disco pero les dije, “lo siento mucho, pero me ha perseguido”. Tenía claro que había que meterla, es como, no sé, tú dices nana y tiene una cosa como de tres por cuatro, muy lánguida, hay un cuarteto de cuerda, está Mastretta… Y habla de eso, no pasa nada, disculpen las molestias, yo voy a desaparecer. Habla de trascendencia, cuando no estemos qué les queda a los que se quedan.
El lugar elegido para la entrevista es la maravillosa tienda de instrumentos HeadBanger. ¿Eres fetichista a la hora de elegir los instrumentos? ¿Tienes algún modelo especial?
He tenido todo tipo de guitarras y me he vuelto más pragmático con el tiempo, he tenido Silvertones, he tenido Telecasters, Stratos, una Heritage que me quiere comprar Josele… Pero mi sonido es muy de Jaguar. Yo soy muy guitarrista, me gusta mucho el sonido de Marc Ribot, de Nels Cline, de Arto Lindsay… de toda la escena neoyorquina ‘findelmundista’, entre esa cosa noise y la pulcritud del jazz.
Hablando de guitarras, ¿cómo ves el panorama nacional en términos de rock, en su definición más amplia? ¿Se está produciendo la deriva definitiva hacia el trap y lo urbano entre la juventud?
A nivel de escena hay más música que nunca, ha habido una democratización en el acceso a la tecnología, lo que ha provocado un ‘do it yourself’ pero sin filtro ni control. Te voy a contar una anécdota que tiene que ver con mi trabajo como productor. Yo seguía de lejos la escena del urban y del trap hasta que, de repente, llegó Paco Attraction, a través de Universal, y me dijeron “¿qué te parece si produces un disco de trap?”. Yo vengo del jazz y del punk y así se lo dije, pero me dijeron que querían una visión de alguien que llevara en la producción mucho tiempo, así que les dije que de puta madre. Me daba miedo por una cuestión artística, pero esto es como lo que te decía antes de hacer un disco distinto cada vez. Así que me metí a producir a un artista de trap, antes me empollé todo ese mundo, y lo que descubres ahí es que hay un ‘do it yourself’ en el que los chavales adolescentes ya disponen de un Mac o algo similar, y ya tienen el GarageBand, y este programa ha hecho más daño que cien Coronavirus. Lo que ha hecho esta gente es desconfigurar el formato canción, como no saben música, desconfiguran los cánones, van desconfigurando las predicciones apostólicas de Dylan, de Bowie, de Lou Reed, de todos los grandes compositores. Empiezan a hacer cosas como meto un estribillo aquí, empiezo con un puente y luego voy al otro lado, o hago una especie de urban rap, o me voy a otro lado… Lo mezclan todo, sin un sentido lógico, y lo que ocurre es que la industria ve que el coste de todo eso es cero, y como ve que es cero, ven que empiezan a ganar desde el principio, no hay margen de gastos. Entonces la industria empieza a poner mucho dinero para el urban, para el trap, y esto se dispara, y de entre todos estos chavales habrá dos o tres que sepan algo de música, y los demás van estudiando después, caso de Alizzz, y lo que ocurre es que eso se establece, se queda como industria, los medios entran, porque el target es el más jugoso, los que van de los quince años a los veinticinco. Esta gente antes consumía pop mainstream pero se agarra a esto porque desde los medios se empieza a inocular como una tendencia en plan el nuevo punk, filosofía millennial, postmilenalismo y todo ese rollo. Y lo que ocurre es que se empieza a canonizar, como a Juan Pablo II, el urban. Y cuando yo llego a hacer la producción ya está canonizado y empieza a haber estudiosos del tema. Y esto es necesario y me parece bien, lo que pasa es que esto es un formato… Es Coronavirus, se inyecta y empieza a contagiarse, y lo que hay que ver es si va a haber resistencia de la canción canónica clásica o del rock, y la hay. Cada vez está más denostada, cada vez hay menos apuesta económica por ese tipo de bandas o artistas que se mueven en esos parámetros. Hay como una lucha por salir adelante y creo que el problema de todo esto es un problema de base, de falta de educación musical en España. Desde la flautita de niños no se vuelve a trabajar con música, por lo que la única información que reciben es a través de las redes sociales. Antes nosotros teníamos los vinilos de nuestros hermanos o de lo que sea, era una cosa más analógica de consumir, pero ahora viene todo de golpe. Dicho esto el rock & roll sigue en pie, gracias a Dios y a la Virgen del trap (risas). España nunca ha tenido una docencia para compositores, nunca se ha enseñado armonía, arreglos, composición… Se ha planteado siempre la música desde la interpretación, desde los conservatorios hasta las escuelas de música. Y el problema es que tenemos grandes intérpretes pero muy malos compositores, esa es la realidad.
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