Las inmensas respuestas
EntrevistasNacho Vegas

Las inmensas respuestas

Enrique Peñas — 25-02-2011
Fotografía — Pablo Zamora

Ahora que las escuderías ponen a punto sus coches para el inminente inicio de la temporada, en “La zona sucia”, Nacho Vegas pilota sus canciones con renovados bríos, acercándose a la primera curva con el chasis de siempre, pero con eficaces difusores en forma de certeros estribillos y una depurada carga aerodinámica.

En el argot de la Fórmula 1, la zona sucia es aquella que no se corresponde con la trazada habitual, de modo que no está limpia por el paso continuo de los monoplazas. Por eso no es casualidad que este haya sido el título elegido por Nacho Vegas, acostumbrado a apartarse del camino más fácil, para su quinto álbum, que en términos estrictamente numéricos es el más corto de su carrera (cuarenta y dos minutos, pensando en la edición en vinilo), con estribillos más claros que nunca y con el sentimiento de pérdida como eje central de estos nuevos temas. “Comparten esa sensación de que algo que creías que es sólido se puede romper en cualquier momento y te quedas con cara de tonto”. Pero frente a la crudeza pretérita, aquí manda la necesidad de mirar hacia delante. “Cuando hay canciones que hablan precisamente de algo que se ha venido abajo, hay que dejarlas abiertas; no puedes recrearte en esos sentimientos, sino combatirlos. Es la contradicción de las canciones. Tienen que venir a decirte que estás vivo”.
Ese es el punto de partida de “La zona sucia”, primer trabajo bajo el paraguas cooperativista de Marxophone, en donde también habitan Refree y Fernando Alfaro, amén de la oficina de contratación de I’m An Artist. “Parece que el negocio, tal y como se entendía, está cambiando, y mucha gente empieza a tirar por esta vía de la autoedición o la autogestión, como Quique González o Amaral. Puede ser una alternativa muy potente a las grandes corporaciones”.

En el capítulo artístico, lo que hay es mayor protagonismo para los teclados de Abraham Boba, un sonido en general más acústico y la decidida voluntad de ir a lo esencial, con ejemplos paradigmáticos como “Reloj sin manecillas”. “Cuando entraba a grabar los primeros discos, Paco Loco siempre se reía de mí porque yo pensaba que un tema podía durar tres o cuatro minutos y al final se iba a siete u ocho… es como si tuviera cierta dislexia para valorar el tiempo de las canciones. Y ahora es verdad que tenía en mente desnudarlas y dejarlas en su estructura; también en las letras, que fueran más directas y a lo mejor no tan retorcidas”. Todo ello con dominio absoluto de la primera persona (aunque son “distintas primeras personas, incluso con visiones opuestas de la misma situación”), incluyendo el conocido apunte autobiográfico, en “La gran broma final”, de aquellas fotos en la prensa del corazón en las que quedaba retratada su relación con Christina Rosenvinge y hasta una cena en compañía de Howe Gelb (“un amigo de la pareja”, se pudo leer entonces). “Eso fue todavía más absurdo. Es la única revista en la que yo voy a ser el importante y no Howe Gelb. Cuando lo vimos nos dimos cuenta de que era un día que habíamos quedado con él y su mujer. El fotógrafo se debió tirar más tres que horas con nosotros, supongo que no tendrían muchos temas que sacar. Pero ya pasó mi momento en la prensa rosa”. Y así, como en tantas otras ocasiones, un episodio particular acaba convirtiéndose en universal, evitando la sobreexposición. “Aunque estén volcadas muchas cosas personales, la canción también te blinda, es como si se transformara en algo alejado de ti”.

Como parte de ese distanciamiento aparecen igualmente el sentido del humor y los coros de niños, ya utilizados antes, pero que en “Perplejidad” y “Lo que comen las brujas” se muestran de forma decisiva, con ese toque de perversa ingenuidad que tienen los cuentos. “Veo en los críos una especie de pureza, de disfrutar las cosas con plenitud. Soy de los que piensan que sólo eres realmente feliz en la infancia; bueno, si has tenido una infancia normal… Los niños sienten las cosas en el momento, sin la ansiedad de lo que pueda pasar mañana y también sin un pasado que te pueda atormentar ni nada por el estilo. Además, asistir a esto desde la perspectiva adulta es refrescante y necesario”. Una sensación a la que se une el contraste entre esa candidez de las voces de Los Guajettes (el coro infantil en “La zona sucia”) y la dificultad que en ocasiones aparece alrededor. “Me gusta que los temas estén construidos sobre paradojas y sentimientos contradictorios, y no sólo por utilizar voces de niños. Muchas canciones de folk antiguas en apariencia son alegres, pero luego tienen letras duras, y eso hace que puedan servir para sacar de dentro cosas muy amargas”. Algo parecido ocurre en “Taberneros”, que parte de un tema tradicional asturiano (en principio estaba pensado para Lucas 15, el proyecto conjunto con Xel Pereda) y acaba adaptándose al universo del propio Nacho Vegas, enlazando con “Mondúber”, de “El manifiesto desastre”, a través de una mención a la montaña valenciana. “Son guiños de autorreferencia, porque al final las canciones, aunque pertenezcan a otro momento, están interconectadas, a veces no sabes muy bien por qué. Las veo como parte de un todo, de un camino en el que vas dando pasos. Es algo que sale de forma natural, además de que son referentes personales importantes”. Conforma de este modo una geografía emocional que igual que ha pasado antes por Las Mestas, la plaza de la Soledá o el Norte como reflejo de un estado de ánimo, llega ahora a rincones como la Lloca, el Musel o el azteca Mercado de Sonora (en el único tema que se sale del tono general del álbum). “Para mí es importante el sitio en el que estás, en el que vives, lo que te rodea. Todos pertenecemos a un lugar, y de hecho creo que para ir a alguna parte hay que ser consciente de dónde vienes. Es igual que cuando empiezas una canción: conoces el punto de partida, pero no exactamente dónde te va a llevar”. Algo que, por otra parte, encaja también con su manera de hacer. “Tardo bastante en dar por terminada una canción, dejo que los temas reposen, voy corrigiendo, rescribiendo. Me gusta que la letra vaya dirigiendo las cosas, incluso prefiero que traicione a la melodía y no al revés. En ese sentido, te encuentras con que a veces te bloqueas, y luego, al cabo de meses o años, llega el momento de terminar lo que habías empezado. Ahí sí se mezclan cosas nuevas y antiguas”.

Otro de los lugares comunes en el cancionero del autor de “Actos inexplicables” o “Desaparezca aquí” es la presencia habitual de un lenguaje cargado de términos militares (“un gong anuncia la retirada”, canta en “La gran broma final”). “Al final las relaciones son conflictos, y las canciones hablan de eso, de conflictos emocionales y morales, de dilemas que uno tiene. Y es verdad que el lenguaje bélico sale a veces, a lo mejor porque lo has apuntado leyendo el periódico, en alguna crónica de guerra”. Son los vericuetos de una trayectoria que acaba de cumplir su primera década, con unas cuantas victorias y más de una batalla por librar. “Nunca me acabo de sentir del todo cómodo con mi voz, pero lo bueno, incluso para quienes tenemos registros muy limitados, es que es un mundo en el que puedes bucear y encontrar un montón de cosas únicas, ya sean más bonitas o más feas. Es algo con lo que tengo que pelear”.

Entre tanto, y con este quinto álbum ya en el mercado, Nacho Vegas se afana en preparar la inminente gira de presentación, que ya cuenta con las entradas agotadas en varias de las fechas anunciadas. “Me apetece revisar canciones que no tocamos hace mucho, pero hasta que no las haga con la banda no sé cómo van quedando. A veces te encuentras con que hay algún tema que no acabas de sentir, y entonces cambias unos por otros. Intento huir de que todo sea demasiado mecánico”.

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