“Nuevo Cancionero Burgalés” es uno de esos trabajos valientes que tienden puentes entre mundos que raramente se encuentran: el de la tradición oral de la canción popular (en este caso, de la provincia de Burgos) y el del rock alternativo sin aditivos. Los burgaleses lo hacen con esa humildad que les ha llevado a ser tan queridos en toda la geografía española: ya han confirmado seis conciertos consecutivos en La Riviera de Madrid en febrero, gesta al alcance de pocos. También estarán en el Mad Cool y el FIB.
Lo asombroso es que en una década de frenética actividad La M.O.D.A. han conseguido este nivel de popularidad desde la autogestión y planteamientos que a priori parecen a contracorriente. Poniendo el énfasis en las emociones, y sin miedo a arriesgarse. No es casualidad que insistan en su necesidad de “no sentirse impostores” en una era en la que vender la moto se ha convertido en un arte tan frecuente como perfeccionado. Nos encontramos con Alvar, Caleb, David, Jaco, Jorge, José y Nacho en un bar del barrio de La Latina. Irradian entusiasmo, camaradería y esa humildad apasionada que permea en sus composiciones, mientras esperan con ansiedad que la versión en vinilo del disco les llegue. Prefieren que lo que dicen cada uno sea la voz del grupo.
“El río que vemos pasar delante de casa no es el Misisipi, es el Arlanzón”
Habría que empezar por preguntaros de dónde viene el interés por estos textos. Leí que la clave fue que os encontrasteis con dos libros recopilatorios: uno de Federico Olmeda y otro de Antonio José.
Eso es. Nosotros, cuando empezamos el grupo hace diez años, teníamos el foco puesto en Irlanda, Inglaterra y América. En lo anglosajón. La música que escuchábamos estaba en ese idioma y cantábamos en inglés. Desde entonces, en estos años hemos sido haciendo nuestro caminito para ir mirando cada vez más cerca. Yo creo que cada uno va intentando buscar su verdad. Y nuestra verdad está en nuestra tierra. El río que vemos pasar delante de casa no es el Misisipi, es el Arlanzón. Ya con la canción “Campo amarillo” se reflejó un poco esa nueva inquietud que nos estaba surgiendo, y hemos seguido investigando y curioseando en Internet. En una de esas búsquedas en las que no sabes muy bien qué estás buscando, nos encontramos con el PDF del “Cancionero de Federico Olmeda”. En él descubrimos que estaban recopiladas 308 canciones populares de la provincia de Burgos. Ese cancionero burgalés es increíble desde el principio, la introducción y las acotaciones, por la vigencia que tiene todo. Muchos de los versos nos emocionaron y tocaron. Nos parecía increíble que más de cien años después tuviesen esa vigencia. Hay muchas letras de las que decíamos: “Ojalá hubiera escrito esto”.
¿Son poemas o letras de canciones con música?
Son canciones populares burgalesas. Tenían música, claro. El “Cancionero de Olmeda” nos llevó a conocer el de Antonio José, y en ambos vienen con sus partituras. Pero nosotros no hemos dedicado nuestra vida al estudio de la música tradicional y no queremos ser unos impostores. Hemos cogido esos textos –no tal cual estaban, porque las canciones son muy breves: la mayoría tienen cuatro versos, ocho– y hemos hecho nuestro trabajo de artesanos de agacharnos en la tierra e ir rebuscando lo que queríamos encontrar. Hay canciones que están creadas combinando versos de ambos cancioneros. Con la excepción de “Mes de mayo”, que está tal cual en el “Cancionero de Antonio José”.
¿Cuál es la antigüedad de estas canciones? ¿Se sabe? Los textos populares que recoge el “Romancero” se remontan a la Edad Media. Supongo que estos son más recientes.
El libro de Olmeda salió en 1902, imagínate. No sabemos realmente cuántas generaciones llevaban cantándose. Podemos remontarnos al siglo XIX aproximadamente. Y el de Antonio José, que es treinta años posterior, algo parecido. Pero no sabemos decirte a ciencia cierta. Ellos no pusieron en qué año se habían creado. Al ser música popular, es muy, muy difícil dar con la primera persona que lo cantó o lo compuso. Nos pareció muy flipante cómo los sentimientos y las emociones son atemporales.
No suele haber muchas conexiones entre los mundos del rock y de la música tradicional. Cierto que grupos como Los Planetas lo han hecho a su manera con el flamenco, pero es un enfoque que puede ser muy interesante.
Totalmente. Para nosotros ha sido, por un lado, un lujo haber encontrado estos dos recopilatorios. Y por otro lado, no sé si hay un poco de atrevimiento por nuestra parte en querer hacer un disco con esas letras, a nuestra manera, con nuestros instrumentos, sin otra pretensión que hacer música y un nuevo disco nuestro. Igual que Los Planetas, Nacho Vegas o Dani Llamas.
Hasta cierto punto es lo que hizo Shane MacGowan con The Pogues, en el sentido de incorporar la tradición irlandesa a un lenguaje punk contemporáneo.
Sí, lo que pasa es que nosotros teníamos muy claro que no queríamos que en nuestra música hubiese elementos de la música tradicional que no conocemos. De nuevo, no queríamos ser unos impostores, sino hacer algo con lo que nos sintiéramos cómodos. Nuestra identidad musical pasa por nuestros instrumentos y nuestras influencias. Y oye, igual con ese punto de atrevimiento, ingenuidad y espontaneidad, hemos tirado para adelante. Ha salido algo de lo que estamos muy orgullosos.
¿Cómo enfocasteis la música de las canciones? ¿En función del ritmo o la cadencia de cada letra?
Por primera vez hemos trabajado con las letras antes. Ya teníamos los ocho textos, y eso siempre lo hacemos al revés. Lo hicimos ensayando y con la ayuda de Gorka Urbizu como guía. Él nos ayudó en la búsqueda del sonido que queríamos para que las canciones quedaran lo más redondas posible. Le hemos dado muchas vueltas. Han sido como cuatro o cinco meses trabajando los textos, y luego cuatro o cinco con Gorka, encerrados en el local, ensayando dos o tres días a la semana y dándole vueltas. Cuando llegamos a él, ya teníamos las maquetas de todas las canciones: las melodías de voz y las guitarras. Aunque luego los temas han mejorado y crecido mucho con Gorka.
Me gusta mucho cómo suena. Se entiende por qué grabasteis con Steve Albini hace tres años “Ni un minuto más” (18). En este caso os metisteis en Black Box, que es un pedazo estudio de Francia, que tiene un poco la misma filosofía que Electrical Audio.
Aquí hay una historia que contar [risas generales]. La historia es que este disco lo queríamos hacer también con Albini. Antes de llamar a Gorka incluso, llamamos a Steve. Habíamos currado con él en Chicago y pensamos que con esa necesidad de inmediatez de la que hablábamos, el disco tenía que ser así, y él era el tío que lo iba a hacer increíble. Es su movida. Pero según las canciones nos iban hablando y con el curro que estábamos haciendo en el local, llegó un punto en que vimos que estaba un poco más lejos de la idea original que teníamos en nuestra cabeza. Que igual su estilo no iba a ser lo que pedían las canciones. Hubo un momento en que lo hablamos entre todos. Gorka estaba de acuerdo porque había currado con él en un disco de Berri Txarrak. Entonces, le llamamos y le dijimos que creíamos que no era el disco. Que queríamos hacer otro con él, pero que éste no era el que queríamos que hiciera. Lo comprendió. Nos dijo que si no era por miedo a la técnica y a la cinta, si era por un tema musical, lo entendía perfectamente y nos apoyaba; esperaba que nos cruzáramos pronto otra vez en otro sitio. Fue él quien nos había recomendado Black Box, porque se podía grabar con cinta. Hicimos una llamada de emergencia a Jordi Mora, y vino, lo grabó y lo mezcló. Estamos muy contentos. Gorka y Jordi hacen un gran equipo.
“No queremos ser unos impostores ni el grupo oficial de pesados de Burgos”
Pero es un disco muy naturalista. Se ve que sois muy conscientes de ello en una época en la que se suele apostar por lo contrario. Este enfoque te obliga a tocar mejor.
Lo buscábamos, sí. Con este sonido hay que cuidar muchas cosas. Nosotros no somos grandes instrumentistas, salvo Nacho [alboroto de risas]. Pero es algo que teníamos claro. No es un disco que hayamos… por ejemplo, en “Ninguna ola” estábamos todos juntos en la sala mirándonos a cada golpe, pum. No, en éste hemos hecho lo que necesitaba cada canción. ¿Una intro hay que tocarla todos a la vez? La tocamos. Hemos sido prácticos, pero teniendo muy en mente que queríamos que sonase natural, crudo. Con rabia, pero sin esa sobreproducción de “lo va a reventar”. Al final, ha sido un término medio. Ha molado, porque Gorka ha aportado ese equilibrio, y Jordi ha hecho un trabajo increíble. Ha trabajado en un montón de discos. Sólo con que pongas el nombre en Discogs vas a flipar.
Black Box es un estudio residencial en la campiña francesa. ¿Cómo fue la experiencia?
El estudio es increíble. Estuvimos diez días conviviendo con Sylvie [Pichard] y Peter [Deimel], que son los dueños del garito. Es brutal. No vimos a casi ninguna persona en esos días. Sólo campo y vacas. Genial para hacer un disco. El tío tiene unas hectáreas que planta todos los años y que corta. Tiene un sistema de quema para alimentar la calefacción de la casa y el estudio. Se trajo la mesa del estudio desde Chicago en un contenedor y también un coche, que tenía por ahí medio roto. Por eso a Steve le fastidiaba no venir, porque hacía mucho tiempo que no veía a su colega.
En realidad no veo tanta diferencia con el sonido de Albini, la verdad.
La cosa es que a Steve le mola grabar con catorce pistas como máximo. Esa pregunta llegó a estar encima de la mesa: ¿Cuántas pistas necesitamos? ¡Mierda! [risas]. Con Gorka todo creció mucho, no queríamos limitarnos. Pero es cierto que el sonido lo teníamos en mente, nos flipa. Jordi conocía toda esta historia, él lo tuvo en cuenta. Entendió muy bien ese rollo crudo y directo.
En todo este tiempo habéis sido muy productivos publicando álbumes, singles y EP’s. ¿Tenéis la necesidad de estar constantemente componiendo y grabando?
Es una necesidad que hay que intentar controlar [risas]. Cualquier día nos vamos a ir al garete, porque hay que saber parar un poco. Te quedas exhausto, ha sido agotador. Han sido diez años en los que yo creo que todos los días hemos hecho algo del grupo. Pero todos, hasta el día 31 de diciembre. Es lo que tiene autogestionarse: al final, tú eres el dueño de todo y estás pendiente de cada cosa.
¿Y no corres el riesgo cuando giras mucho de quemar el grupo?
Claro, por eso te digo. Es una necesidad con la que hay que tener cuidado.
“Cuando empezamos, teníamos el foco puesto en lo anglosajón”
Me estoy acordando precisamente del documental de MacGowan y The Pogues. El grupo se fue al garete después de la gira en la que el manager les puso trescientos sesenta conciertos en un año, o algo así. Una locura.
Igual que no tenemos discográfica, intentamos que no nos dirijan excesivamente desde otras instancias. Ni manager ni nada. Somos nosotros siete. Luis es como uno más del grupo, pero al final nosotros decidimos. Muchas veces es masoquismo, pero es que nos gusta tocar, y surgen ideas, y encuentras el cancionero y una cosa te lleva a la otra.... y llega Gorka y de repente te ves hoy aquí hablando contigo y con dos años de gira por delante. ¡Guay! [risas].
Precisamente os iba a preguntar por el directo: en esos últimos dos años tan difíciles, ¿habéis podido tocar a pesar de todo?
Sí, hemos tocado muchísimo. Hemos sido unos afortunados. Desde marzo de 2021 hemos tocado cincuenta o sesenta bolos. Mientras hacíamos este disco nos hemos hecho sesenta bolillos. Y muchos eran de doble pase. Lunes, martes y miércoles en el local haciendo el disco, jueves, viernes y sábado tocando. Grabamos el disco en agosto, en diez días que nos quedaban de la gira. En vez de irnos de vacaciones. Pero joder, ahora estamos en buena forma, nos sentimos con ganas y ya está: éste va a ser el último disco de La M.O.D.A. [risas].
Es impresionante. Si no me equivoco, en Madrid vais a hacer cinco Rivieras seguidas…
Seis.
No sé si es “récord mundial” de la sala…
Seguro que no. Que El Barrio ha tocado cincuenta días seguidos [risas].
¿Y cómo valoráis este cariño tan grande?
En cualquier ciudad a la que vamos encontramos a gente que se emociona, que se toma el grupo como parte de su vida. Y eso es lo que más nos puede enamorar: ver a gente llorando o abrazándose. Los videoclips que hemos hecho de los cuatro singles los hemos grabado en pueblos de la provincia. Mucha de la gente que participaba era de allí, y conocía parte de las letras. Notas el apoyo, pero hay otras personas que también lo sienten como suyo. Es un refuerzo. Para nosotros, este disco nos ha servido para conocernos más. Estamos agradecidos por haber podido encontrar el cancionero y por todo el apoyo que nos dan. Pero también está bien que haya quienes no nos apoyen. No pasa nada. Que a veces decimos que no queremos ser el grupo oficial de pesados de Burgos. Parece que te tiene que molar si eres de Burgos. Qué va. Da gusto cuando alguien te dice: “Pues a mí no me gusta nada”. Fantástico. “Soy heavy, no me puede gustar” [risas].
“Lo que más nos enamora es ver gente llorando o abrazándose”
Por lo que me decís, veo que os tomáis esto como un oficio en el que vas trabajando y creciendo… A mí me impresionó mucho saber que antes de grabar nada, The Beatles habían dado mil doscientos conciertos.
Vetusta Morla creo que llevaban diez años tocando cuando grabaron su primer disco. Hay muchas bandas que se lo trabajan. ¡Por fin estamos preparados nosotros! Éste es nuestro primer disco. Un poco sí lo sentimos así.
Hablemos de alguna canción concreta: Me ha impresionado “Mes de mayo”. ¿Qué me podéis contar de ella?
Es un ritmo irregular. Un cinco por ocho. Parece ser, según nos ha explicado gente de la que nos rodeamos para aprender como Gonzalo Pérez Trascasa, que lleva toda la vida dedicado a la música tradicional, que el “Cancionero de Olmeda” es bastante pionero porque empieza a poner otros ritmos. Suena un poco denso, pero hemos intentado dejar un pequeño detalle aunque fuera en alguna canción.
Pero no suena forzado, sino a rock.
Ese es el mejor piropo. La letra venía entera en el “Cancionero de Antonio José”, es la única que hemos encontrado entera. Es una canción triste y con mucha carga emocional. El estribillo es de mis favoritos del disco para tocarlo, cantarlo, escucharlo... El saxo tiene un fuzz. Jugueteamos un poco con los sonidos. Jordi tuvo mucho que ver. Igual hay que llevar más cacharros para esta gira.
Aunque todos los instrumentos suenan tremendos, la voz es clave. Me parece que el disco reivindica también la belleza de la lengua que tenemos, que es algo que muchas veces pasamos por alto, o no le damos importancia alguna.
Por eso son tan increíbles los textos: porque de una manera sencilla y popular dicen tantas cosas y te emocionan tanto. Los lees y te caes de culo. Te llegan. Y dices: “Vale, esto lo cantaba gente hace más de cien años y ahora mismo me vale a mí. Y si me vale a mí, a nosotros siete, le vale a cualquier persona”. En una pone “Burgos” pero puede ser tu hogar. Vas de lo más local a lo universal.
Eso es interesante, porque doy por sentado que para vosotros el concepto de autenticidad es crucial. Habéis mencionado varias veces eso de “no impostar”.
Es sinceridad, honestidad con uno mismo. Con este disco lo hemos hablado muchas veces en el local. Y bueno, a lo largo de estos diez años. De cómo mantener tu identidad musical, tu esencia, sin repetirte disco tras disco, que también es complicado. Para nosotros es muy importante, sí. Sentir que lo que hacemos nos pone la carne de gallina.
“Hemos tenido la suerte de poder hacer de esto nuestro oficio”
De cara al futuro, ¿os veis más explorando vuestro lado más rockero o contundente?
Al final, cada disco es un reflejo de en qué momento está el grupo. Tampoco pensamos: “Vamos a hacer este disco así, para luego el siguiente hacer tal cosa”. Es un reflejo de cómo estamos cada uno, y en éste había ganas de soltar todo. Después de un año encerrados en casa, teníamos ganas de ser directos y esto es lo que nos ha salido.
Ya me habéis dicho que en este año habéis tocado bastante, lo cual está muy bien, pero ¿cómo habéis llevado estos casi dos años?
Nos pegó de pleno con el disco anterior. Bueno, mucha incertidumbre por saber si se podría tocar o no. Llegaba el fin de semana y no sabías si habían reducido aforo. Se iba aclarando un poco la situación, pero no sabías si la gente podría estar de pie, si se iba a cancelar el concierto… Imagínate. Como te contábamos antes, tuvimos que hacer dobles pases en muchos sitios, y después de haber estado confinados, era lo que había en ese momento y nos aferramos a ello. En ese momento lo que más queríamos era tocar. Ahora parece que todo vuelve a la normalidad y ojalá se pueda hacer todo lo que nos dejen.
Además, aparte del lado anímico –se nota mucho que os gusta tocar–, en el directo es donde está el sustento económico de casi todos los grupos.
Para nosotros sí. Para otros grupos seguro que está en el digital, pero son los tochísimos, los que vendían millones de discos cuando se vendían discos, aunque también den conciertos. Para esos, el digital es una muy buena fuente de ingresos. Para la mayoría de los grupos, el digital es poquísimo, son unas condiciones bastante chungas. Los colegas de Spotify son muy jetas… Básicamente, creo que nos roban a los grupos. Se ha equiparado la venta de discos con las escuchas. Antes te robaba la discográfica, y ahora las plataformas [risas].
Ellos argumentan que os deberían pagar los detentores de derechos, los intermediarios entre las plataformas y los artistas.
No lo sabemos. Como no tenemos contrato con discográfica...
En cualquier caso, tenéis la suerte de vender discos físicos.
Sí. Y vinilos más que CD’s. El merchandising funciona y la gente quiere vernos. Somos muy afortunados, eso es así. Cuando montamos el grupo no pensábamos en las pelas. Luego, lo que ha venido… Hemos tenido la suerte de poder hacer de esto nuestro oficio. Aunque no viviésemos de esto y tuviéramos que hacer otras cosas, aunque no siguiéramos con el rollo “gira-disco”, creo que va a serlo para toda la vida. Lo que hemos tenido en estos diez años se ha convertido en algo nuestro para siempre. Más que amistad, es casi una hermandad. O una familia. Hay días en que discutes con tu hermano, pero es tu hermano. Como en todas las relaciones: hay momentos mejores y peores, y aquí estamos, que es la prueba de que todo va guay.
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