Su oda hacia el amor en toda su complejidad, un disco de aristas y claroscuros cuyo sonido sintético se aleja del de su banda, se ha topado con un mundo en cuarentena ante la crisis del Cod-19. Ironías de la vida. Desde París, la artista ofrece respuestas tan prolijas que, cuando nos queremos dar cuenta, nos cortan. En cualquier caso, sale una conversación estupenda sobre la responsabilidad del arte en mostrar nuestro lado oscuro, las profecías de Nick Cave y… Beyoncé.
“No sabía qué iba a pasar con este disco. No había sentido esa incertidumbre desde hace tiempo”.
¿Cómo ha sido de gratificante la experiencia de grabar tu primer disco en solitario, tras dos álbumes con Savages? ¿Necesitabas una mayor autonomía o libertad de acción?
Bueno, ha sido muy gratificante, como dices. (Largo silencio). Pero… ¿cómo decirlo? Cuando empecé con él no sabía lo que iba a pasar. Creo que no había tenido esa sensación de incertidumbre desde hacía un tiempo, y la incluí como parte del proceso. Y, de hecho, decidí que fuera el centro de todo. He tratado de seguir la música con la que no podía identificarme o que no entendía. La idea era quedarme todo lo que pudiera en esa espacio, incluso sin estar cómoda. No me importaba que esa sensación de incomodidad aflorara y se hiciera central, porque estaba asumiendo riesgos al no contar con mi grupo: una banda muy respetada que le encanta a todo el mundo. Decidí que era mejor ir hasta el final (risas). Es la sensación de asumir un riesgo.
Es algo raro de ver, sobre todo cuando estás en un grupo que ha tenido mucho éxito recientemente. Me ha parecido que es un disco de extremos, en el sentido de que hay canciones muy ruidosas, casi industriales, y luego momentos con apenas un piano y tu voz. ¿te gustan este tipo de discos con mucho contraste?
Sí, sí. Quería hacer un disco que mostrara tanta complejidad como sencillez, ese tipo de álbumes que tienen diferentes capas y que te obligan a oírlos varias veces. Uno de los discos que me recordó esto es el de Kendrick Lamar, “To Pimp a Butterfly”. Me pareció brillante por muchísimas razones. Culturalmente desde luego, pero también musicalmente. Me llevó varias escuchas entender lo que era. Y eso me encanta. Me recordó qué es lo que me encanta de los discos. También me encanta sentir una narrativa, sin llegar al álbum conceptual, porque creo que es una línea delgada que no hay que traspasar. Yo también quería mantener ese equilibrio, por supuesto.
¿Dirías que el tema central del disco, o su núcleo, es la complejidad del comportamiento humano? Porque vivimos en tiempos en los que no parece que haya muchas obras de arte que quieran explorar el lado oscuro que todos llevamos encima, cuando eso es precisamente de lo que debe tratar cualquier obra con ciertas pretensiones. ¿Echas de menos esto?
Creo que sí. No es que yo lo eche en falta, ni en música ni en discos. No creo que falte en el arte, el cine o las novelas, escultura o lo que sea… Todo va de tratar de comprender la complejidad de lo que nos hace humanos, sin duda, y eso es lo que me gusta y amo del arte. Para mí, el arte que permanece es el que te da en la cara con esa complejidad. Pero sí que es verdad que, en cuanto a la música, hay una tendencia, especialmente en el pop, que trata de simplificar el comportamiento humano y también ponerlo todo de un modo amable, precisamente para simplificar, diciéndote que te están mostrando el lado bueno de la humanidad. Por eso yo, personalmente, tengo a veces problemas para conectar mi arte con mi activismo político. Como artista, tengo dificultades para pensar en mí misma como alguien que está en el lado correcto de la valla. Creo que como artista cuesta alinear eso o pensar que ambas cosas son compatibles. Pero al principio de todo el proceso me dije que si iba a hacer un disco personal, no debería sacar sólo el lado bueno.
Al fin y al cabo el arte, especialmente la música, puede ser algo catártico, una manera saludable de sacar el lado oscuro.
Creo que ayuda. De hecho, necesitamos personajes complejos en las películas o en otras formas artísticas, porque el arte es un espejo de la realidad, un espejo que nos desnuda. La única manera de progresar es si entendemos aquellas partes de nosotros mismos que en realidad no podemos comprender, que rechazamos.
En cuanto al sonido, el álbum posee un marcado carácter atmosférico o incluso electrónico. Me pregunto si cuando empezaste con él querías llegar a eso, es decir, si querías alejarte lo posible del sonido de “grupo de rock”.
Sí. No quería hacer un disco de Savages, no era la idea. Savages tienen un sonido muy específico, que es el del grupo, y que es muy puro y genial. Me encanta, pero no cabe duda de que no quería hacer un disco en solitario para reproducirlo. Además, Savages representan una parte de mi gusto musical, no todo. En este sentido, los dos años que he estado presentando un programa de radio con Johnny Hostile (“Start Making Sense”, en Beats 1), han sido fundamentales. Cada semana seleccionábamos música exclusiva. Durante dos años estuve escuchando música nueva constantemente, algo que no había hecho antes con esta intensidad. Me cambió la vida. Me abrió los ojos a un montón de música nueva. Y también me los abrió a la variedad de mi gusto y de mis contemporáneos. Me di cuenta de que era mucho más feliz oyendo música nueva, porque me sentía conectada con mi tiempo y me daba la impresión de no estar sola. Me dio esperanza en el futuro. Hay algo extraordinario en encontrar a gente de tu edad que hace cosas estupendas. Hay algo muy, no sé, vital, en esa sensación.
¿Y cómo influyó esta experiencia en las canciones?
Cuando empecé con “To Love Is To Live” quería representar esa diversidad. Lo que hice con Johnny Hostile (su pareja y socio creativo), es que, aunque empecé a escribir las letras y las canciones con un poco de melodía y estructura, rápidamente nos pusimos a trabajar en versiones radicalmente distintas de cada canción. “Innocence” tenía un aire jazz en cierto punto, pero acabó siendo techno drum´n´bass. Probamos las letras en diferentes contextos e hicimos esto con casi todas las canciones. La idea era divertirnos y experimentar, y también identificar después qué elementos de cada versión nos gustaban. Por ejemplo, teníamos un sonido de bajo muy heavy y decíamos: “Eso está muy bien, vamos a quedárnoslo y buscar otro elemento de otra de las versiones que también nos guste”. Fue básicamente una búsqueda. Era algo muy necesario al empezar de cero.
Lo importante es que no suena a nada en particular, lo cual es bastante raro a estas alturas.
Es un reto, sin duda. Y sabía que lo iba a ser desde el principio porque no sabes si al final de un viaje así vas a ser capaz de volver a casa (risas).
“Me encantan Savages, pero no quería hacer un disco en solitario para reproducir su sonido”.
Aún así, ¿tenías alguna referencia presente de algún disco o artista?
Sí, claro: como dije antes, el disco de Kendrick Lamar. "Black Star" también han sido muy influyentes. Y (pausa) “Skeleton Tree” de Nick Cave, por sus elementos proféticos. Me pareció un disco en el que las palabras son mágicas, de algún modo predecía la muerte de Arthur (Cave, hijo de Nick). Es un disco que casi sujetabas con manos temblorosas, pensando en que contiene una profecía… Hay algo mágico en ello. Sentí fascinación por el poder que hay más allá del arte. Y qué más… ¡Ah! por raro que suene, nunca había escuchado a Beyoncé, pero hubo un disco que salió, el anterior a “Lemonade”, que hizo con varios productores underground, y lo escuché mucho. Era sorprendentemente bueno. No tanto en cuanto a las letras, sino musicalmente. Era muy libre. Una estrella del pop rompiendo las reglas. Fue una de las primeras artistas en hacer eso a esa escala. Sacó el disco sin más y era algo avanzado, nuevo. Se mezclaban géneros, había canciones dentro de las canciones: empezaba una y de repente empezaba otra diferente. Eso me voló la cabeza. Es verdad que es esa manera nueva de hacer discos en la que varios productores, que a veces ni siquiera coinciden en persona, unen una especie de patchwork, pero que hubiera muchísimas voces expresándose en una única pieza me pareció interesante.
“Hay una tendencia en el pop a simplificar el comportamiento humano”.
Me parece un enfoque sano abordar la música sin prejuicios. Otra cosa de la que quería hablar y que me parece crucial es de tu voz y tu manera de cantar: muestras un registro muy amplio en este disco. A veces pones todo, otras usas un tono muy delicado. ¿Cómo afrontas lo de cantar y cómo crees que has evolucionado en estos años?
Es la primera pregunta que me hacen sobre ello y te lo agradezco (risas). Me suelen hacer siempre las mismas preguntas y es muy bonito cuando una pregunta se sale de la norma. Déjame que lo piense… Si te soy sincera, no pensé mucho en la voz, pero algunas partes del disco las canté sola. A veces tan solo con un técnico en otra sala y otras, completamente sola. No hubo ningún preciosismo en relación a cómo debían grabarse. Como te digo, a veces era yo, mi ordenador con la tarjeta de sonido y un micrófono. En casa, y sujetándolo con ambas manos. E incluso cuando trabajé con Flood (PJ Harvey, U2, Depeche Mode) en su estudio de Londres, que es precioso, él se mantuvo firme en que usara mi micrófono sujetándolo con dos manos. El micro con el que hacía mis programas radiofónicos. Era un enfoque muy básico, el micrófono sólo tenía la capucha, pero lo podía sujetar con las manos y sacaba toda la potencia cuando la necesitaba. Flood insistió mucho en que usara esta técnica en vez de estar sola de pie en una sala aislada con un micrófono carísimo que no pudiera mover y con el que no me atreviera a hacer lo que quisiera. En la mayor parte de las voces que grabé con él, los monitores estaban encendidos en la sala con la canción atronando detrás de mí, lo cual es algo muy poco convencional, porque el micro grababa mi voz pero también la versión instrumental de la canción saliendo de los altavoces. Pero Flood ha hecho muchísimos discos y muchas de las voces de discos que nos encantan se grabaron igual, en la cabina de control. Recuerdo haber tenido una conversación con St. Vincent, Anne Clark. Estaba en medio de la grabación y me dijo: “Mira, a veces es mejor grabar las voces sola, sólo por la libertad que te da”. De manera que una parte del disco la hice así. Alquilé un estudio en Hackney, Londres, y pasé varias tardes con un ingeniero grabando todas las voces que pude, sin ningún propósito ni pensar si iban a estar o no en el disco. La idea era grabar todo el material posible, muchas cosas, y después, ir eligiendo lo que es bueno. En lugar del modo tradicional de tener las canciones y entrar en el estudio para grabar trece temas. Ha sido algo mucho más amplio. Por ejemplo, “The Room” es una de las que grabé por mi cuenta, y que después le llevé a Flood.
¿Qué podemos esperar de los conciertos? ¿Cómo vas a llevar estas canciones al escenario?
Te voy a responder recomendándote que veas el bolo que di en Londres hace unas cuantas semanas para la BBC en el Roundhouse. Fue el primero que he dado nunca. Yo, con Johnny y otros músicos, empezamos a ensayar el pasado agosto, pensando en el directo. En otros discos, todo empieza desde el directo: el grupo hace unas canciones y luego las graba. En este caso, lo hice al revés a propósito. No quería pensar en el escenario. Me olvidé completamente de ello para concentrarme en hacer el disco. Luego, ya hubo tiempo de pensar en el escenario. Y al principio intimidaba, porque era un enfoque nuevo. Pero ni en mis mejores sueños habría pensado que el bolo que dimos en Roundhouse saliera tan bien. Me di cuenta de lo listos que estamos y lo emocionantes y sorprendentes que las canciones suenan en directo. El hecho de que la variedad del disco juegue también un papel importante… Es una montaña rusa, ya sabes. Emocionalmente, creo que la gente no va a saber lo que va a venir en cada momento.
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