Por encima de un entramado sonoro que puede pecar de lineal al mismo tiempo que retrocede hacia las enseñanzas de Guided By Voices, Built To Spill o los Sebadoh más intimistas, Death Cab For Cutie saben que su mejor arma es la lírica de Ben Gibbard. Si “We Have The Facts And We´re Voting Yes” (Barsuk/Houston Party, 00) ya ponía sobre aviso (casi nadie se percató de su opera prima, “Something About Airplanes”), “The Photo Album”, tercer trabajo del cuarteto de Seattle, reafirma ese ansia por describir (reflexiva o emocionalmente) retazos de vida a los que encapsulan en el espacio y el tiempo. En este caso, doce instantáneas más una lanzadas al aire con vocación de desafiar a las trampas de la memoria. “Aunque nunca lo entendimos como un concepto, cada canción es como una foto sobre gente a la que conocí viajando”, explica Gibbard. “He tratado de hacer las letras lo más visuales posibles, llevarlas a ese mismo área a la que las ha transportado magníficamente gente como Lou Reed”.
“Hasta las personas más convencionales llevan unas vidas un tanto confusas”
Si en “We Have The Facts...”, la voz susurrante de Gibbard frecuentaba los desastres sentimentales o los abandonos en manos del alcoholismo, ahora parece basarse en la idea del viaje y el movimiento, un clásico en la cultura pop norteamericana. “Parte del año pasado me lo pasé recorriendo Europa con una mochila y un diario”, recuerda el vocalista. “Siempre me ha atraído mucho la idea de movimiento, porque te crea la ilusión de que estás haciendo algo aunque en realidad no estés haciendo nada”. A ello hay que añadir ese espíritu iniciativo que alentaron los escritores de la generación beat (“definitivamente, miro mucho hacia ellos. Me encantan, y creo que siguen teniendo ese carácter ajeno a modas”) y que se une a la influencia manifiesta de los short cuts de Raymond Carver a la hora de recrear su fascinación por las vidas desordenadas. “Creo que esa gente es mucho más interesante porque ha aceptado que la vida es una especie de lucha extraña, pero, en el fondo, hasta las personas más convencionales llevan vidas un tanto confusas. Aunque tengas un trabajo fijo y una casa en las afueras con jardín, tienes que determinar para qué estás aquí”. Por su profesión, obligatoriamente errante, Death Cab For Cutie entrarían claramente en el primer grupo. De hecho, en los agradecimientos de sus discos siempre hay un lugar preferencial para la gente que les ha dejado un suelo para dormir. ¿Es que todavía no sacan lo suficiente para sobar en hoteles? “Ahora sí, aunque en los más baratos -replica riendo-, pero eso va para la gente que nos cobijó en el pasado, en otras giras. En Estados Unidos a muchos amigos con buenas casas”.La impresión es la de que todo ese desbarajuste vital parece ser el reflejo de un mundo que se hunde, aunque Gibbard (probablemente al contrario de lo que opinarían Todd Solondz o Daniel Clowes) se permite dudarlo. “No creo que yo esté haciendo un manifiesto sobre la decadencia de la sociedad norteamericana. En la naturaleza de las sociedades está el que éstas cambien. Se transforman los ideales y, dentro del progreso natural de las cosas, nuestra generación es más libre. En cierto modo soy un pesimista. Especialmente tras el 11-S todo se ha vuelto un poco loco, pero también veo a la gente más unida. De un modo un tanto raro, nos ha dado una nueva sensación de esperanza”. Esa faceta luminosa es más nítidamente reflejada en “The Photo Album” precisamente por un tema ajeno. El “+1” que se suma a la docena principal (aunque, en el último momento han incluido también “Gridlock Caravans”, originalmente para el vinilo) es, ni más ni menos, una lectura guitarrera del “All Is Full Of Love” de Björk. “Un día, de viaje, vimos el vídeo, y en esa versión la progresión de acordes era completamente diferente a la del disco. Me quedé alucinado, era lo más hermoso que había visto nunca, no me lo podía creer. Cuando la empezamos a tocar en directo, la gente respondió muy bien, lo cual es inusual, porque es una canción de Björk y sus fans las llevan tanto en el corazón que las consideran intocables, pero nosotros intentamos llevarla a nuestro terreno y esperamos haberle hecho justicia”. Para rematar, le pregunto a Gibbard cómo vivió la explosión grunge. “Bueno, éramos muy jóvenes. Yo tenía catorce o quince años cuando salió Nirvana, pero había un montón de bandas más anónimas que me interesaban”. De sus palabras se intuye que aquello se sobrevaloró un tanto: “Ahora es fantástico. Esto se halla más cerca de ser una verdadera escena indie. Hay un montón de bandas diferentes, ya no sólo en Seattle sino en todo el noroeste. En Portland, por ejemplo, están Quasi y Elliott Smith. Y ya no tenemos a las multinacionales rondando la ciudad a ver si pescan a la próxima gran sensación. Seattle es un gran sitio para la música”.
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