Los discos empezaban por su portada. Llegué a comprarme Cds o vinilos de grupos desconocidos sólo por el aspecto de la misma. La miraba y pensaba: ¿cómo sonará esto? Ahora parece imposible. Si un grupo te pica la curiosidad, tienes el audio al instante en el bolsillo. Se pierde cierto encanto, en mi opinión, que es necesario para empezar a conocer a un grupo.
Yo también: echo de menos las tiendas de discos, y supongo que éso se nota en el libro. Pero la cosa viene de lejos: el cedé, con sus carátulas jibarizadas, dio comienzo a la decadencia, en ese ámbito. Por eso me pareció importante incluir, de alguna manera, el aspecto visual de los discos, en este caso por medio de las versiones de las portadas que ha realizado Alaitz Alberdi. Aunque, bueno, no sé, quizá el papel de las portadas lo cumplen hoy, en parte, los vídeos de YouTube...
Leyendo el libro, parece que la música que se cita sea algo más que la banda sonora sentimental del autor. Algo así como un miembro más de la familia que nunca muere. O quizá la eterna novia, el amor imposible, la mascota fiel, ó el Dios que todo lo sabe y perdona.
Sí, en eso estoy muy de acuerdo con el epílogo de Elena Cabrera: el pop no como hilo musical, sino como hilo conductor, que es algo muy diferente. Es parte de muchas de nuestras vidas, y, de hecho, las referencias a la música han salpicado, una y otra vez, mis anteriores libros de cuentos, lo mismo que mis novelas. Era cuestión de tiempo que pasase a primer plano y se convirtiera, en forma de discos, en la base de la que parte cada uno de los cuarenta y dos relatos que he reunido en Biodiscografías. Una base musical que, en cualquier caso, no uso como fin en sí mismo, sino como vehículo para construir mis ficciones, es decir, para, mintiendo, hablar de la vida. Que es de lo que tratan tanto la literatura como la música, a fin de cuentas. Y Biodiscografías, ante todo, es literatura, un libro de cuentos. Tanto o más que mis anteriores libros, aunque la música tenga, evidentemente, más presencia en este.
Como docente universitario quizá lo tienes más cerca. Parece que las nuevas generaciones no escuchan música. O peor aún, escuchan de todo. Para el joven melómano de hoy en día, que tiene la historia de la música metida en el móvil, no hay diferencia emocional entre Metallica y Taylor Swift. Ambos están en la misma lista de reproducción... Como el propio libro cuenta, cada disco tiene su momento, su día y su hora.
Sí, es cierto, y creo que uno de los objetivos del libro es recordar, preservar esa manera de descubrir, escuchar y compartir la música -o de discutir en torno a ella, e incluso a pelearte por ella-. Y, en mi caso, no creo que sea un ejercicio de nostalgia, o no del todo al menos, porque yo sigo sintiéndola de esa manera. Pero sí es verdad que pertenece a un tiempo muy concreto, y que un libro de cuentos sobre la base de la música pop, escrito dentro de treinta años por alguien que tuviera quince o diecisiete años hoy en día, sería muy distinto. De todas formas, no soy tan pesimista en lo que respecta a las “nuevas generaciones”: la manera de escuchar música es distinta, eso es todo. Hay aspectos de ese “modo actual” de escuchar que no me convencen mucho, pero diría que hay otros que no me parecen tan mal: nosotros, por ejemplo, solíamos ser mucho más sectarios, y el hecho de que fueras, yo qué sé, fan de la new wave te llevaba automáticamente a despreciar todo lo que oliera a rock sinfónico o heavy metal. El eclecticismo actual puede pecar de dispersión, pero también es posible que te pierdas menos cosas así...
Los 60, 70, 80 y 90 tuvieron su propio sello. Casi podemos atribuir una sola palabra a cada década. Sin embargo, no se me ocurre un movimiento o estilo para definir lo que ocurrió musicalmente entre 2000 y 2010. Parece que ya no sucede nada importante, o es que hay tanto y en tanta cantidad que cada año equivale a una década entera.
Quizá por eso cite tan pocos discos de esa década en mi libro, y sean mayoría absoluta los discos de los ochenta -una década que, por otra parte, también produjo sus propios monstruos...-. No sé, puede que, como ocurre con los remakes en el cine, lo que defina a los 2000 sea el revivalismo: quiero decir que yo los 2000 sí que los asocio con el postpunk (Bloc Party, Interpol, The Horrors y todo eso), que es el remake del afterpunk de nuestra juventud. Aunque no me atrevería a decir que, aunque personalmente no me acabe de convencer, el R'n'B y sus derivados, que se han convertido en la música comercial por excelencia de nuestra época, no vayan a ser el fósil-guía que identifique esta última década. Quizá no es más que cuestión de perspectiva histórica. O de que nos estamos volviendo viejunos...
La música ya no nos cuenta lo que ocurre en la calle. Cuando pasen cincuenta años escucharemos los grupos noveles de 2015 y ninguno nos contará la crisis que sufrimos. Es tan crudo lo que vivimos que la música contemporánea tiende a provocar evasión y no denuncia.
Bueno, si un cataclismo de alguna clase no dejara más testimonio de la música de principios de los ochenta que los “nuevos románticos” es probable que poca gente pudiera deducir que aquello se grabó y se cantó en el momento más crudo del thatcherismo y su ataque al estado del bienestar. Se me ocurre. Lo mismo se podría decir, en general, de la (modélica) Movida madrileña y la (inmodélica) transición española. Y, por otra parte, el hecho de que se refiera directamente de las circunstancias históricas no es garantía de que la música vaya a ser mejor o vaya a quedar más ligada a nuestra memoria: a mí me emociona más escuchar a Derribos Arias que a Kortatu, por ejemplo. Y quizá, en el fondo, y si afinamos el análisis, los nuevos románticos sí que tienen mucho que ver con el thatcherismo. No sé si me explico. El hartazgo del crecimiento neoliberal de finales de los ochenta, en cierto modo, dio lugar a Madchester, pero también al grunge. En el campo de la música pop siempre ha habido músicos que han tendido a la evasión -que, a fin de cuentas, es una de las funciones del arte- junto a otros que han tendido más a la denuncia -que no deja de ser otra posible función más-. Nacho Vegas, Zea Mays o Manic Street Preachers denuncian más o menos directamente, y son parte de la música actual, así que, desde ese punto de vista, no soy tan pesimista. La cuestión es si perdurarán más que Vetusta Morla, Ken Zazpi o Coldplay. Aunque yo igual preferiría que lo lograran, denuncien o no, Maika Makovski, Mursego y The Pains of Being Pure at Heart...
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