Maika Makovski lleva toda la vida luchando contra los clichés. “Me encanta la coletilla que utilizan los periodistas cuando se refieren a mí como ‘una mallorquina con sangre macedonia y andaluza’. Supongo que me acompañará toda la vida”, asegura, riendo. Otro muy recurrente es el de “una cantante con actitud, en la onda de PJ Harvey”. “¿Será porque mi tercer disco, ‘Maika Makovski’, está producido por John Parish? Pero en realidad, yo nunca pienso en nadie en concreto a la hora de componer. Si tuviera referentes, serían más masculinos que femeninos. No sé. Es cierto que de niña me encantaba Ani DiFranco. Tenía pósters suyos en mi habitación y todo eso, pero ahora… Hombre, hay detalles que te influyen. Por ejemplo, en la canción ‘The Deadly Potion Of Passion’ hay un deje al final del estribillo, una subida con la voz, que robé a Dinah Washington. Pero son sólo pequeñas cosas que surgen en el momento. No es nada planeado”.
Tanto se ha esforzado esta bellísima artista de veintinueve años en resultar diferente, que al final sus obras son un caleidoscopio sonoro imposible de etiquetar. En su último disco, ‘’Thank You For The Boots”, hay gorgoritos vocales que podrían recordar a la madrileña Russian Red, arranques guitarreros, estructuras de pop clásico e incluso juegos jazzísticos. “Sé que esta esquizofrenia musical es un hándicap, pero no lo puedo evitar. Hoy en día vivimos en la cultura del single; los artistas tenemos que ofrecer a la discográfica de turno una canción que defina el álbum. Eso no funciona conmigo. Para mí la música es… Lo engloba todo. Hay bandas que son siempre muy oscuras, o felices, o nostálgicas. Y yo creo que la vida es muy variada. Mis últimos trabajos habían sido claustrofóbicos, pero ahora estoy viviendo un momento dulce y necesitaba hacer un disco más alegre”. En esta apuesta por un sonido luminoso y unas letras decididamente vitalistas (“que hablan de la amistad y de la auto amistad”), tuvo un papel importante el periodo de grabación. “Fue entre julio y agosto de 2011 en un chalet a las afueras de Sevilla, donde está La Mina, el estudio de Raúl Pérez. Me gustaba el trabajo que había hecho como productor con Pony Bravo y la verdad es que ha sido una experiencia muy placentera. Nos levantábamos por la mañana, me tomaba un cafetín soluble y nos poníamos a tocar. Mientras hacían pruebas con el bajo u otros instrumentos, yo me escapaba para cuidar de sus plantas y de su jazmín. Raúl había pasado un tiempo fuera y se le había quedado un poco tieso. Me sentí como en casa y creo que eso se nota en el disco”. Es curioso que Maika hable de sentirse “como en casa”, cuando su vida está plagada de bandazos geográficos. “Es verdad. Cuando acabé mi primer disco (el casi desconocido “Kradiaw”, de 2005), decidí escaparme a Nueva York. Llevaba tanto tiempo trabajando en esas canciones que ya estaba hasta los cojones. Necesitaba aire. Pasé dos años en Brooklyn, explorando otra de mis aficiones, la pintura. Cuando llegas allí con ganas de pasar una aventura, es un lugar que te vuela la cabeza. Tenía una guitarra que se desafinaba todo el rato. No me atrevía a tocar, sentía que no estaba preparada. Pero iba mucho a un local de conciertos mugriento, donde solían actuar grupos de garage sucio y guarro. Vi a The Bellrays, a J. Roddy Walston & The Business, a Demolition Doll Rods… Dejaron una profunda huella en mí”, recuerda la artista, que ahora vive en Barcelona, aunque no descarta mudarse a Madrid.
Makovski confiesa que, para ella, el arte significa “quitarse capas e intentar ser uno mismo, ser original sin parecer impostado”. En este sentido, parece que ha descubierto un universo creativo nuevo con la obra de teatro “Desaparecer”. “Fue una suerte que Calixto Bieito se fijara en mí. La idea inicial surgió a partir del disco de Lou Reed, ‘The Raven’, sobre el relato de Edgar Allan Poe. Se suponía que yo tenía que utilizar esas canciones, pero me fascinaron tanto aquellos poemas sobre la evasión que me resultó muy fácil escribir mis propios temas. Aunque pueda parecer raro, en las tablas estoy más segura que cuando canto, porque no tengo que estar todo el rato mirando a los ojos al público. En la obra estoy envuelta en niebla, protegida por el piano y por la voz de Juan Echanove; la intensidad crece, pero creo que no llega a explotar”.
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