Dulce y devastador. De haber nacido mujer,
Richard Hawley habría sido Billy Holliday, pero nació hombre y es una mezcla
soberbia entre Roy Orbison y Scott Walker. El de Sheffield canta más allá de
las magulladuras de Lady Bird, pero su música se desarrolla en la misma
sintonía emocional. Quizás sea esa clase de escritor de canciones tristes que
no te hace más desgraciado, pero a pesar de ello genera momentos en los que hay
que poner tierra de por medio. Una sobreexposición a su música tiene sus
efectos, especialmente cuando hablamos de “Truelove’s Gutter”,
su sexto álbum, el más oscuro y puro, una colección de canciones que no concede
tregua ni en lo formal ni en lo sentimental. “Quería hacer un disco que
fuera como un viaje”, explica Hawley con esa voz grave,
forjada en alguna fábrica metalúrgica o en la cantina vecina, “debía ser una
unidad más que un conjunto de sensaciones”. Y así es.
Su nuevo trabajo toma como hilo conductor la caída, el punto en que las cosas
no tienen vuelta atrás, el esto-es-el-fin de cualquier relación consumida. No
es un tema nuevo para Hawley, pero hasta ahora no lo había desarrollado con tal
precisión, llegando hasta el fondo del abismo para no volver. “Hablo de
cosas rotas de alguna forma, cosas que ya no están allí”,
cuenta. “Es mi trabajo menos personal. Cuando hablo de amor hablo de un amor
impersonal, aunque la mayoría de estas historias son sobre gente que me rodea y
que no es precisamente feliz”. Él sí lo es. O al menos habla de
su nuevo álbum con el orgullo de quien ha cruzado el fuego y ha salido más o
menos indemne. “Truelove’s Gutter” ha supuesto
un reto para el inglés en todos los sentidos, que ha buscado un sonido en todo
momento económico sin renunciar a un mayor y más profundo efecto. “Para mí
fue todo un reto, ha sido el disco más duro, todo un desafío. Precisamente por
eso es del que estoy más orgulloso”. “Hubo
que tomar ciertas decisiones en cuanto al tipo de disco que quería”,
continúa. “Y hasta que no se tomaron fue un proceso trabajoso. Escribir las
letras también me ha llevado mucho tiempo. Pero una vez superado ese momento,
grabar el álbum fue algo sencillo”.
En “Truelove’s Gutter”
Hawley canta más allá del tiempo sobre cosas que ya no están allí ni van a
volver. A su vez, el disco fija su propia lógica temporal. Cuando llegas al
final, y Hawley quiere que llegues, podrían haber pasado cuarenta minutos o
días. He aquí un agujero en el que hundirnos. Tal ha sido su preocupación por
cuidar todos los detalles, desde el telón emocional de las canciones hasta el
más mínimo detalle del decorado. “Normalmente incluyo canciones antiguas,
temas que no han cabido en el anterior disco, pero en esta ocasión todo el
material era completamente nuevo y eso me ha permitido decidir una dirección
específica y clara hacia la que dirigir todo el material. ‘Lady’s
Bridge’ (Mute, 07), mi anterior disco, tenía esa clase de
sonido grandioso... Me he preocupado mucho de la atmósfera del álbum, pero a la
vez he intentado ser sencillo, no complicarme la vida. En la mayoría de
canciones hay apenas cuatro instrumentos sonando a la vez, incluso menos”.
Escuchando el disco no tienes en ningún momento la sensación de que Hawley
escatime nada. Más bien lo contrario. “Truelove’s Gutter”
es quizás el álbum más evocador y poderoso de un autor con una carrera
envidiable que se ha ganado un puesto en el santoral pagano de muchos fans. “He
tenido suerte”, explica. “Cuando alguien te cuenta que se
ha casado con tu música o que han concebido a su bebé escuchándote, es todo un
honor”. Hablamos de esa clase de música: de la que te
acompaña mientras recorres el abismo y ante la que sólo puedes sentir gratitud.
Ha sido un última vuelta de tuerca, una última prueba. Hawley forma parte de
esa raza de cantautores que ofrecen pesar con una mano y con la otra redención
y de los que, sí, debes alejarte de tanto en tanto si no quieres arder en su
mismo fuego, pero a los que sabes que tarde o temprano volverás. Siempre hay
una razón para volver.
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