A las cuatro de la tarde, cuando el sol dibuja las cúpulas de la Ópera House sobre el mar, Robin Pecknold aparece entre sus intrincados pasillos. Han pasado seis años desde que publicaran su segundo disco "Helplesness Blues" y expectante, como en una segunda cita que parece nunca llegar, me pregunto cuánto hemos cambiado. "Crack-Up" es la respuesta, pero también un viaje, un principio y su todo. Frente a mí, Pecknold sostiene su té de menta entre las manos mientras se queda pensativo. “Creo que en el pasado me dediqué a hacer lo que debíamos hacer, esperando que en el futuro pudiera escribir un disco con el que me sintiera más cómodo, que fuera más personal o más único: más nuestro. No me daba la sensación de haberlo conseguido con los dos anteriores. Crack-Up sí que es lo que inicialmente quería que fuera”, asegura el cantante. "Crack-Up" es el tercer larga duración de estudio de estos ex-barbudos de Seattle, que saltaron a la fama con su debut homónimo en 2008. Ahora, seis años después de "Helplesness Blues" vuelven con un trabajo que se asemeja más a un filme que a un disco, invitando al oyente a un viaje sonoro hacia lugares remotos. “Sí, esa era mi idea inicial cuando empezamos a grabarlo. Me decía ‘con suerte contaré con la atención del oyente durante cincuenta y cinco minutos’ y pensaba cómo debería sonar el disco como un todo, cómo quería usar esa atención. La intro que suena es de la de película Black Orpheus de Marcel Camus y empieza muy suave y de golpe… ¡hay una explosión de color! Al final, concebí el disco como un viaje en el que vas cambiando de paisajes, de momentos del día, de escenas. La cuarta canción [Kept Woman] sucede de noche, pero en Third Of May/Odaigahara es de día de nuevo”. Y sí, hemos cambiado. Los ecos de ola revitalista folk son hoy más débiles, las barbas y las camisas de franela dan paso a pulcros afeitados, Laurel Canyon y los hits redondos evolucionan en nuevos sonidos. No hay un "Your Protector" ni un "White Winter Hymnal", pero sí que sorprenden temas como "On Another Ocean o Naiads", "Cassadies". En "Crack-Up" flirtean con la psicodelia, con el rock setentero y los contrastes que te ciegan como el abrir una persiana al mediodía. “Todos los detalles, todo está ahí por una razón. En este disco sí que sabía lo que estaba haciendo. Era como si el álbum te llevara por ciertas emociones y decíamos: ‘vale, la gente espera eso, así que démosles lo contrario’. Dejar que las canciones tengan un minuto de casi aburrimiento para de golpe, implosionar y ¡transformarlo en algo diferente! Ha sido un trabajo exhaustivo para diseñar la experiencia del oyente”, confiesa el compositor entrecerrando los ojos.
“Pienso en cada canción de manera diferente e independiente, no les veo ninguna conexión más allá del momento en el que fueron escritas y que provienen de experiencias similares".
La Ópera House empieza a vibrar, el té de menta dibuja suaves surcos y mi grabadora se mueve lentamente, al tiempo que Robin la recoge entre sus manos y trata de amortiguar las vibraciones. Sonríe con los labios ligeramente apretados. Es inevitable no pensar en el título del disco, "Crack-Up", que en este caso no se traduce como “partirse de risa”. Sino que hace referencia a un texto del escritor Scott Fitzgerald que empieza diciendo que “claro que la vida es un proceso de construcción y derrumbe…”. Un proceso que el propio Robin ha vivido en su piel, si bien no llegó a sucumbir en una depresión diagnosticada. La presión, un ritmo de vida frenético y la tensión con sus compañeros de banda, se convirtió en un peligroso combo. En el momento álgido de su carrera, Fleet Foxes decidió tomarse un descanso y Pecknold aprovechó para estudiar música en la universidad de Columbia, aprender a surfear en las playas californianas y reconstruir la amistad con sus compañeros, en especial con el multiinstrumentalista Skye Skjelset. ¿Estamos ante uno de esos discos que sirven para exorcizar demonios? “Cuando escribí las canciones de Crack Up sí que me encontraba más bien en el estado mental que describes. Fue una escritura casi automática o inconsciente. Me sentaba y me ponía a escribir y a ver qué pasaba. Así que sí, la parte de escribir el disco fue casi un exorcismo; como tener una conversación contigo y aprender cosas que no sabías. Pero esa es sólo una parte del proceso. Una vez que tienes suficiente material escrito desde ese lugar, entonces te quitas ese sombrero y te pones el de productor. Y el productor del álbum se lo mira y dice: ‘vale, y este tipo cómo quiere que suene todo lo que ha escrito’. Te transformas en otra persona. Y luego te vuelves a cambiar el sombrero y eres el artista sobre el escenario”. Al final parece abocado a un trastorno severo de personalidad. “¡Sí!”, afirma entre risas, “pero también es lo más interesante de un proyecto así. Escribir un disco es para mí la parte más pura”, confiesa Pecknold. “Cuando grabábamos el disco me sentía con fuerzas, como renacido. Justo por ese proceso de construcción, de destruirse y volver a juntar las piezas. Me sentí lleno de energía. Creo que publicar un disco es más estresante que grabarlo” comenta aliviado. Unas horas más tarde después de esta conversación, Fleet Foxes tomarían la Ópera House para una serie de cuatro conciertos prácticamente agotados, dentro del festival VIVID Sydney. “Con los directos, el grupo se nutre también de la energía del público, pero a la vez tu armadura se hace añicos con cada show”.
Hablamos de la importancia de reconocerse vulnerable, de saber cuándo parar y del trágico final que demasiados artistas han sufrido, como recientemente pasó con Chris Cornell. “Da mucho miedo. Para mí, tomarnos un tiempo no fue algo tan dramático. A veces me llena hacer cosas que no se esperan de mí. Tampoco le doy muchas vueltas. En su momento pensé que sería guay poder dar un paso atrás y dejar que todo se calmara un poco. Todo pasó en ese momento de revival del folk y era como ‘¡oh, estas otras bandas van a ser mucho más populares que vosotros!’. y te preguntaban cosas estúpidas en plan: ‘¿vais a reclamar lo que es vuestro? ¡Vosotros estabais antes!’. Prefiero no participar en todo eso, no competir de esa manera en la música. Sólo quería hacer música que me gustara”, asegura el músico.
Pecknold parece estar cómodo en su introvertida piel. Sus manos rodean el té de menta, mientras arquea su espalda entre risas al comentar lo críptico de sus letras. “Pienso en cada canción de manera diferente e independiente, no les veo ninguna conexión más allá del momento en el que fueron escritas y que provienen de experiencias similares. Hay algunas como "Naiads", "Cassadies" en la que uno se pregunta cómo otra persona puede ejercer tanto poder sobre otra, por ejemplo. "Cassius" va sobre las protestas. Creo que en las letras hay más preguntas que respuestas. ¡Muchos interrogantes!”. Repasamos su carrera y parece que sólo "Helplessness Blues" se salva. “Es la canción que parece que a la gente le llega más, quizás porque es la más explícita. Fue el único caso en el que sentí que debería decir las cosas como muy claras. Porque en general es como… [se encoge de hombros] ‘no lo sé, ¡tengo muchas preguntas!’. Así que en esta canción quería ser más claro y me encanta que la gente se la haya hecho suya, por eso me gusta tocarla”, confiesa.
Robin Pecknold nada a gusto contracorriente, valiente, firme. Asegura que no siente presión “¡porque no tendría sentido después de tanto tiempo! Ni nos planteábamos si alguien estaría esperando un disco nuestro. Y la verdad es que yo también me lo pregunto, ‘¿por qué no estoy asustadísimo?’. Quizás es porque al fin me siento satisfecho con este disco, o al menos en paz, en cierta manera”.
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