“Estamos buscando un ‘Al mar, al mar’ [Manel] desesperados, ¡y no hay manera!”, ríe Ferran Palau, aplastado en un gran sofá. Jordi Matas (guitarrista de Seward y co-productor) arremete, guasón: “¡Tú estás muy lejos de encontrar un hit!”. Ni como los de Manel, ni como los de Katy Perry -de la que sus peques están enamorados, por cierto-, pero Palau tiene nueve canciones de un pop-folk delicado, sofisticado y muy, muy, trabajado por el que muchos otros matarían. En la conversación, y mientras Palau se mima la aparatosa escayola de su pie izquierdo -una placa de hierro, siete clavos… ¡por una caída en monopatín!-, salen sobre la mesa nombres como Balzac, Hemingway… Calidad-cantidad. Una buena paella se hace con los ingredientes justos. “Encontrar la sencillez, que las cosas encajen… Requiere tiempo. Más que tocar algo muy difícil, es ir puliendo... Hasta que le sacas toda la paja y te queda sólo aquella nota, aquella”. Aseguran que “Santa Ferida” se trabajó sin demasiadas premisas. Aunque al principio pensaron en órganos -en Collbató hay uno de los mayores fabricantes de dicho instrumento- en vez de las cuerdas de su primer largo, no cuajó. “Yo tenía referentes en la cabeza como, por ejemplo, el ‘Desertshore’ de Nico. Pero no se puede forzar, es como si fuéramos vehículos. Te dejas llevar, aunque también está la parte de hacer el esfuerzo por conocerse. Construir un espacio propio”. Lo mismo pasa con su letras, espirituales y trascendentales, Ferran Palau es un hombre —metafóricamente, y que Louise Sansom me perdone— casado con la muerte (y con la vida). Motores creativos. “¿Hay algo más apasionante que la muerte? Tenemos la manía de etiquetar la muerte: triste, dolorosa... Yo no lo trato como algo negativo. Las personas tenemos la obsesión de tener todo bien ordenado y la vida te lo tira al suelo continuamente y… mira, hace unos días en la radio había un chico que había sufrido, con veintiún años, tres cánceres. Ostia, hay muchos que se pasan el día quejándose y entonces un ‘niño’, con cuatro palabras, ¡te pone recto!”. Palau sigue inquieto, inconformista, repudiando la “normalidad”. Y es que, como él dice, si perseguir la “dignidad de uno mismo no es política”, que baje Dios y lo vea.
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