Haciendo bandera de lo acústico, Erlend Oye y Eirik Glambek Boe nos convencieron a principios de década de que lo tranquilo era el último grito (“Quiet Is The New Loud”, 01). No contentos con ello, volvieron para predicar las ventajas de promover algaradas en calles desiertas (“Riot On An Empty Street”, 04). Y ahora, alargando aún más los tempos, vuelven para emitir su particular declaración de dependencia emocional y laboral, con un “Declaration Of Dependence” tan emotivo y desarmante que pone el corazón en un puño. Pueden pasar cuatro, cinco o seis años. Pueden tomarse el tiempo que haga falta y no cambiar ni una coma de su discurso. No importa. Como ocurre con The Blue Nile o Prefab Sprout, su reino no es de este mundo. Eirik Glambek explica, ante la cuestión de si la dependencia a la que se refiere el título es principalmente emocional, que: “puedes pensar que van por ahí los tiros, pero se puede entender de muchas maneras. Mi idea sobre el título va sobre mi relación con Erlend, y la forma tan independiente que tenemos de relacionarnos a nivel personal el uno con el otro, por un lado, y la extraña conexión que hace que la suma de nuestras capacidades sea imprescindible para dar forma al grupo”.
La hiperactividad de un Erlend Oye embarcado en su proyecto en solitario y en The Whitest Boy Alive, entre mil colaboraciones más, quizá explique el enorme lapso, cada vez mayor, entre disco y disco. Aunque para Glambek: “es lo natural. Puedo estar varios años dándole vueltas a una canción, o grabarla veinte o veinticinco veces en el estudio. No tenemos ningún problema en terminar de perfilar un álbum hasta que no estemos seguros de tener justo el disco que queremos hacer, hasta que las canciones finales sean auténticamente buenas. Hay algunas cosas que se han quedado fuera del disco y hemos recuperado un tema, ‘Riot On An Empty Street’, que no entró en el último álbum porque, en su momento, no la pudimos grabar como Dios manda. Ahora la hemos querido incluir porque la grabación que teníamos hasta hace tres años no le hacía justicia a la canción”. Ellos se lo guisan y se lo comen. Incluso la voz aparentemente femenina que embellece algunos temas “es la de Erlend Oye, que ha descubierto cómo cantar en un falsete como nunca antes lo había hecho. Él es nuestra Leslie Feist en este disco”.
A diferencia de lo que se le reclama al noventa y nueve por cien de las bandas jóvenes surgidas durante esta década, pedirles a los noruegos que varíen siquiera un ápice del formato de su propuesta no es sólo una perdida de tiempo. Podría considerarse incluso una traición a las reglas del buen gusto, dada la exquisitez sin parangón de sus tres trabajos. “Cuando leo críticas de discos de otros grupos da la impresión de que quien las firma siempre esté esperando alguna clase de evolución. Pero yo, como fan, no espero eso. Espero que me den más de aquello que me gustó en su momento, que hagan un álbum que no cambie con respecto al primero. Y así actuamos como banda”. Quizá con ellos, por ser punta de lanza de una forma de entender la música tan escasa de correligionarios y con visos de atemporalidad, la manga de las exigencias evolutivas sea más ancha. “Nos sentimos extrañamente solos en el estilo que trabajamos. Y es extraño, porque cuando escucho una demo de algún cantautor, incluso aunque también emplee la guitarra acústica, siempre le oyes cantar sobre su corazón roto, tratando de demostrarle al mundo lo mal que se siente y lo mucho que quiere que su chica le quiera. Yo nunca podría escribir canciones así. Lo mío es más complejo, trato de encontrar palabras que no se hayan utilizado para describir sentimientos que cualquiera puede tener. Millones de cantantes han dicho ‘te quiero’, así, tal cual, lo que al final resta poder a esa expresión. Es muy complicado encontrar palabras para describir esos sentimientos que no se hayan utilizado aún”. ¿No crea eso cierto riesgo de cripticismo que opaque su mensaje de cara al gran público? “Es cierto que existe una delgada línea que separaría lo complejo de lo inaccesible. Se trata de enviar un mensaje universal, que todo el mundo entienda, y al mismo tiempo hacerlo de una forma que suene nueva. Cierto que no es fácil”. No deja de resultar curioso que el dúo mencione en su Myspace a Joao Gilberto como casi su única influencia (cuando la bossa no deja de ejercer un efecto tangencial en su música) mientras que Glambek resta hierro a los argumentos de aquellos que les consideran los Simon & Garfunkel del nuevo milenio. “Nunca nos han influido. Confieso que nunca he escuchado un álbum entero de Simon & Garfunkel”, zanja concluyente. Volviendo a la permanente lucha de egos en un dúo que comparte al cincuenta por cien las tareas compositivas, muchas veces desde la distancia y de forma intermitente, Eirik Glambek reconoce que “es complicado encontrar un equilibrio, porque Erlend se guarda muchas canciones para sus proyectos paralelos. Yo soy como un marido con una mujer infiel. Ella tiene un affaire fuera de casa, y eso provoca una batalla interminable en nuestro matrimonio. Desde 2004, mi principal tarea ha sido trabajar en este disco, a diferencia de él. He sido como la esposa que se queda en casa”. Cuando se le menciona que nadie lo diría, a juzgar por aquella portada (la de “Quiet Is The New Loud”) en la que da la impresión de que el triunfador con las mujeres, guapo y que se queda con la chica es el propio Eirik, mientras Erlend no deja de ser el gafapasta poco agraciado que se queda pasando la mano por la pared, no puede evitar soltar una carcajada. “En realidad no es así, soy yo quien se queda fregando los platos en casa mientras Erlend se mete en mil historias ajenas con otra gente”. La sorna, siempre tan socorrida. Desde luego, se la puede permitir con discos tan inconmensurables.
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