Euforia contenida
EntrevistasChris Cornell

Euforia contenida

César Luquero — 04-10-1999
Fotografía — Archivo

Los que contemplábamos con escepticismo la edición de «Euphoria Morning», primer disco en solitario del cantante de Soundgarden, tenemos doce motivos para silenciar nuestros prejuicios y disfrutar de un estupendo disco de rock. Hasta ahí de acuerdo. Pero lo de la reinvención, lo de la nueva orientación y todo eso no cuela. ¡No señor!

Porque si repasamos con un poco de atención la carrera de Soundgarden y nos atenemos a la autoría de determinadas canciones del combo de Seattle, no será excesivamente complicado concluir que «Euphoria Morning» es un ejercicio acertado pero continuista. De nuevo no tiene nada, y menos viniendo de donde viene. A saber: del autor –texto y música- de canciones como «Fell On Black Days», «Burden In My Hand», «Black Hole Sun» o «Like Suicide». Es decir, que de los cuatro miembros del grupo y hasta que alguno de ellos nos demuestre lo contrario, el que mayor talento atesoraba era y es el propio Cornell. El que mayor puntería melódica tenía y tiene también es Cornell. Si alguien es capaz de discernir diferencias entre cualquiera de los temas arriba citados y «Can’t Change Me», «Moonchild» o «Pillow Of Your Bones» sin duda goza de un talento auditivo muy por encima de la media. Digo todo esto porque las opiniones, e incluso algún que otro titular, referentes al disco hacen hincapié en un giro estilístico que realmente no existe. Es cierto que el volumen de las guitarras –y el número de estas- ha descendido notablemente. También es cierto que en el disco aparecen registros inéditos en forma de acústicas, pianos y arreglos perfectamente templados que en las primeras escuchas nos tienden una trampa en la que es fácil caer: «Euphoria Morning» parece un disco pergeñado exclusivamente desde el sonido melancólico de la madera y la cuerda; «Euphoria Morning» parece presentar a un Cornell absolutamente renovado después del marasmo grunge; «Euphoria Morning» parece, finalmente, mejor disco de lo que realmente es. Y todo esto es importante, no crean, ya que hoy por hoy prácticamente nadie quiere acordarse de un pasado pontificado vía MTV y deificado en las tiendas de discos de medio mundo. Un pasado del cual –después de mucho tiempo y algunos discos- Soundgarden también fueron partícipes. Mientras las arcas de músicos y disqueras se llenaban, los bolsillos de miles de jóvenes se vaciaban al mismo ritmo que Nirvana, Alice In Chains, Tad, Mudhoney o Pearl Jam editaban sus discos. Lejos de renegar de un pasado todavía al acecho, el protagonista de estas líneas esgrime orgullo si hablamos de lo que supuso la explosión de bandas de su ciudad a principios de la década. «Creo que además de influir en un montón de bandas de ahora, lo más importante fue que conseguimos que nuestras canciones sonaran en la radio y en la tele. Ahora grupos como Marilyn Manson o Korn suenan en todas partes y nosotros abrimos las puertas para que las emisoras empezaran a programar canciones más duras. Nos abrimos puertas entre nosotros, Jane’s Addiction a Soundgarden, Soundgarden a Nirvana, Nirvana a todos los demás… y dejamos un montón de ellas para los que vinieron después». La respuesta ha sido larga, pausada, expelida en un tono de voz bajísimo y tranquilizador, entrecortada por las caladas y vaharadas que Cornell da a un John Player Special inserto en una boquilla de plástico, mientras bebe café oscuro en la suite de un lujoso y céntrico hotel madrileño. Tres años después de «Down On The Upside», el postrero disco de Soundgarden –y su favorito, según confesaría después-, Chris Cornell regresa con las pilas cargadas, sin miedo alguno a enfrentarse a agendas como la que le espera hoy –una docena de entrevistas, más o menos- y con muchas ganas de trabajar. «La verdad es que el tiempo ayuda mucho. Cuando estábamos con Soundgarden y terminábamos una gira con toda su promoción, volvíamos a casa y ni se nos ocurría pensar en que volveríamos a hacerlo… pero luego descansábamos medio año, lo echábamos de menos y volvíamos a empezar de nuevo. Ahora, después de tanto tiempo, estoy muy ilusionado y con muchas ganas de volver a afrontar estas sensaciones».Es en la ilusión, en la pérdida de ésta concretamente, donde parece residir la clave para entender el cisma en su anterior banda. Al encarar la pregunta sobre en qué términos se produjo la separación de Soundgarden, el guapísimo estadounidense huye del laconismo, del cinismo y de cualquier tipo de elipsis. Va al grano y sin temblor de voz. «Fue una cuestión de tiempo. Después de haber estado juntos trece años, terminamos la última gira y nos dimos cuenta de que habíamos perdido la ilusión. Después de estar unos seis meses eludiendo la situación, sin comunicarnos y hablar de lo que teníamos que hablar, nos reunimos y decidimos separarnos…¿Qué si me molesta hablar de ello?… en absoluto, todo lo contrario… ahora nos vemos y es genial. Por primera vez en mucho tiempo estamos contentos con nuestra relación, nos vemos como amigos sin todas las responsabilidades y trabajo que daba el grupo…estamos disfrutando todos mucho de esta nueva situación y todos estamos contentos con lo que hacemos». La verdad es que el éxito esquivó a Soundgarden casi hasta el último momento. Ni «UltramegaOK», ni «Screaming Life», ni «Louder Than Love» ni «Badmotorfinger» (para los redactores de esta santa casa uno de los cincuenta mejores discos de la década) supusieron éxitos de ventas. Eso sí, cuando «Superunknown» explotó, la onda expansiva se hizo sentir por mucho tiempo, solapándose con la edición de «Down On The Upside», que fue recibido con alarmante tibieza. «No, al contrario. Precisamente el éxito de ese disco fue un alivio, porque fuimos un grupo que siempre exigimos mantener el control de nuestras canciones, pero claro, después de tanto tiempo sin vender apenas nada sabíamos que podía llegar el momento en que nuestra compañía se pusiera nerviosa y nos empezara a exigir cambios en nuestra orientación musical… no sé, incluso que contratáramos a algún compositor. Eso era un motivo de agobio hasta que llegó «Superunknown», cuyo máximo inconveniente fue el tener que hacer grandes giras por países en los que no habíamos estado nunca justo en un momento en el que buscábamos más tranquilidad. Pero fue un alivio y estoy seguro de que gracias a ese éxito ahora he podido grabar este disco, completamente a mi rollo y sin mostrárselo a nadie, salvo a algunos amigos». Unos amigos que, seguro, le felicitaron al escuchar las maquetas de sus nuevas canciones, que han ganado dinamismo, rebajando los kilos de una dieta desequilibrada por el exceso de metal, alimentándose ahora con los nutrientes básicos: buenas melodías, sencillez estructural, algún estribillo brillante; y recurriendo de vez en cuando a un complemento vitamínico rico en oligoelementos. Rock clásico y blues. «He seguido fiel a mis gustos. Durante la grabación nunca tuve una idea fija de cómo sería la siguiente canción, sencillamente me ponía a tocar y las cosas iban saliendo. Pero siempre dentro de mis influencias». Supongo que por eso no ha podido evitar cierta epicidad impostada en algunos cortes, en los cuales su voz (potente, clara, llena de matices) tiende al exceso, aunque nunca llegue a empalagar. Quizá su amistad con Jeff Buckley (trabajó en la recopilación y puesta en orden del material de «Sketches From My Sweetheart The Drunk», disco póstumo del norteamericano) haya tenido algo que ver en la moderada desnudez de sus nuevas canciones. «No es exactamente una influencia, más bien hay unos parecidos circunstanciales porque Jeff Buckley tenía una banda pero a la vez era un artista en solitario y podía elegir qué tipo de música le iba mejor a su voz o a una determinada canción. Así siendo artista en solitario tienes más libertad para hacer lo que quieras en cada momento. Desde luego que soy fan de Jeff Buckley, pero creo que su influencia en
mi sonido es mínima». Sí, en eso, como en que tu agenda para hoy está
repleta estamos de acuerdo. El encargado de promoción de su compañía ha
entrado en la suite La Zarzuela sonriente pero implacable. Da tiempo
para hacer una más. Siendo como es un veterano en esto del rock es de
suponer que ya sabe de lujos y miserias. Desde luego la comparación es
caprichosa e improbable, pero si Bruce Springsteen ha vuelto a las giras
con un diez y Tom Waits ha firmado uno de los discos del año, puede que
Chris Cornell llegue a la edad de estos habiendo labrado una carrera
importante. Por lo menos es bueno saber cómo anda de ganas al respecto.
«Creo que en cuanto a invención y creatividad no hay problema porque yo
veo y entiendo la música como un paisaje infinito e inexplorable en una
vida entera. Creo que concretamente Springsteen y Waits son un ejemplo a
seguir, porque han trabajado durísimo en una etapa de su vida y luego
han sabido retirarse, llevar una vida normal, refrescarse y renovarse y
luego volver al trabajo, a las portadas… Tom Waits ni siquiera hace
giras… desde luego ellos dos son tipos ejemplares, para mí también».
Pues eso Chris, ahora toca esperar.

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