Después de que el tema primigenio del debut discográfico de Violeta Vil, “Lápidas y cocoteros” (Discoteca Océano, 2012), naciera inspirado en la imagen de un chico gótico vestido de negro y con la cara pálida vagando por una soleada playa del Caribe, su segundo trabajo, “Mujeres Ulaga” (Gramaciones Grabofónicas, 2014), surge de otra curiosa visión: la de bolas de aulagas rodando por el desierto. Y si aquel primer disco se vestía con generosas dosis de shoegazing, electro pop ochentas y tropicalismo hedonista, ahora estamos ante una obra mucho más oscura y experimental; sus canciones son más cañeras, ruidistas y fronterizas, menos condescendientes con el oyente. El sonido es primitivo y gutural, marcado por guitarras salvajes, bases hipnóticas y baterías tribales que aportan al conjunto un aire de western lisérgico con reminiscencias de Ennio Morricone. Retazos de psicodelia, garage, ritmos post punk y rock gótico se cruzan en un trabajo denso y repleto de capas y atmósferas. Mónica Di Francesco, vocalista y teclista de Violeta Vil, admite que este disco “es más directo, urgente y crudo; es lo que buscábamos. Refleja el momento actual del grupo y cómo hemos evolucionado con el tiempo. El disco anterior lo grabamos sin haber dado ni un solo directo. Y cada vez tocamos más rápido”.
Esta venezolana afincada en La Rioja integra el núcleo duro de Violeta Vil junto a la guitarrista Yanara Espinoza, una chilena asentada en Cantabria que compagina este proyecto con el grupo Papaya. Ambas componen y arreglan, y para las grabaciones y el directo se apoyan en el batería Gabi Ameztoy y el bajista Miguel Aguas. Mónica y Yanara comenzaron a desarrollar “Mujeres Ulaga” en agosto de 20013 con la autoproducción en mente, como en el disco anterior, pero pronto cambiaron de idea. “El boceto de la canción “Génesis” lo hicimos en casa de Yanara. Teníamos la idea de grabar todo el disco allí, pero nos dimos cuenta de que nos íbamos a volver a quedar a medias grabando otra vez de forma casera”, recuerda Mónica, que también confiesa que “teníamos ganas de ver cómo podíamos sonar si alguien nos grababa en plan bien, y además queríamos grabar la batería analógica”. Y en esa búsqueda de medios profesionales, su amistad con la gente de Kokoshca les llevó a Pamplona para ponerse en manos de Íñigo Pérez Artieda, responsable del sonido de “Hay una luz”, flamante nuevo trabajo de los navarros.
Mónica conserva un recuerdo agridulce de la experiencia del registro de su voz. “Para el disco anterior me grababa yo misma con un micro en la mano y hacía cosas que están guay porque podía experimentar. Pero esta vez me costó fue muy duro al principio porque estaba acostumbrada a la privacidad de mi casa, y eso que solo estábamos Íñigo, Yanara y yo. Luego me fui soltando y al final fue genial; me encantó el resultado”. El proceso se prolongó durante tres meses y se desarrolló en tres espacios diferentes. “Primero fuimos un fin de semana de diciembre y grabamos “Génesis”, y después íbamos los fines de semana que podíamos hasta febrero. Al final grabamos 10 canciones, pero una se quedó fuera. Empezamos grabando en una casa de Amaia ¬–vocalista de Kokoshca–; después en otra casa a la que se mudó; y al final en el estudio. Íñigo ponía micros en los pasillos para recoger el reverb natural del lugar”.
El trabajo entre músicos y productor fue de entendimiento y respeto mutuo: “Íñigo se dio cuenta de que las canciones no necesitaban apenas nada y solo metió algún arreglillo en “Génesis”, algún bajo en otra canción… pero en general hizo pocos arreglos. Prácticamente se limitó a grabarnos. Él estaba de acuerdo con lo que hacíamos y a nosotras nos molaron las cosas que metió. Yo en directo meto mogollón de eco a la voz, uso un pedal y enguarro mucho. Pero esto no se ha reflejado en el disco porque Íñigo no le veía y quisimos respetar su trabajo. Tuvimos muy buen feeling”. Este curioso método de grabación también incluyó la improvisación en el registro de algunas canciones. “Para “Mujeres Ulaga” llevábamos un apunte de guitarra de Yanara bastante primitivo que habíamos grabado con el móvil en el local. Y yo improvisé toda la voz y los coros, y luego le puse sonido encima con el teclado. Al final la canción quedó súper espontánea y real, y se ha convertido en mi favorita, es en la que nos sentimos más reflejados”.
Todas las letras de “Mujeres Ulaga” –a excepción de “No perdón”, que es un descarte del primer disco– giran en torno al empoderamiento femenino, a partir del grito de las mujeres ulaga, guerreras mitológicas surgidas de las aulagas secas, y de la filosofía de Genesis P-Orridge. Mónica explica que la canción “Genesis” reivindica su figura, “vinculada con la magia y el ocultismo. Conocer su vida y sus proyectos musicales me abrió un mundo y por eso le he dedicado la canción. “Urgencias primitivas” se basa en un sueño que me contó Yanara en el que se convertía en lobo. “Mujeres Ulaga” es una invocación a María Lionza, una diosa indígena venerada en Venezuela. Y “Dogmas”, la más tranquilita, va sobre los demonios de Goetia”. Y si en “Lápidas y cocoteros” versionaban a Violeta Parra en “La Pericona”, esta vez se aproximan a Derribos Arias con “Vírgenes sangrantes” en una interpretación aún más hipnótica que la original. “Nos gusta mucho esa canción”, afirma Mónica.
El apartado visual siempre ha sido fundamental en el universo de Violeta Vil, surgido de la mente creativa de Mónica, que compagina el diseño gráfico con la música. Suya vuelve a ser la inquietante y artística portada del disco y también el videoclip de “Urgencias primitivas”, editado con imágenes del film italiano de serie B “La lupa mannara” (Rino Di Sivestro, 1976), al que se suma otro de “Urgencias primitivas” realizado por Jorge García con fragmentos de la película japonesa de pinky violence “Female Yakuza” (Teruo Ishii, 1973).
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