Aún no es mediodía en Nueva York. Desde allí, al otro lado del teléfono, un adormilado Cass McCombs mastica cada palabra antes de pronunciarla. "Se supone que vivo en San Francisco, pero en este momento estoy como atrapado en Nueva York. Bueno, no sé dónde vivo realmente". Aunque se muestra absolutamente cordial, no es tarea fácil mantener una conversación fluida con McCombs. De alguna manera, su discurso se basa en invalidar constantemente lo que acaba de decir segundos antes. Desde sus comienzos allá por 2002, cuando realizó el viaje inverso al que ahora nos relata (se formó como músico en Nueva York para después regresar a su California natal y comenzar su carrera discográfica), el músico se ha construido una imagen de personaje esquivo y excéntrico. Tanto es así que su discográfica cuenta haber llegado a contratar a fotógrafos de incógnito para encomendarles la misión de conseguir imágenes del músico para utilizarlas como material promocional. Ahora acaba de estrenar “Humor Risk”, sexto disco en su carrera y segundo de 2011, publicado tras el excelente “Wit's End” de principios de año. Algo menos vaporoso, más humorado, “Humor Risk” echa mano de las mismas sesiones que conformaron su predecesor. Quizá de ahí el hecho de haberlo publicado sin dejar pasar siquiera un año. “En realidad, durante el tiempo en que registré todo el material, grababa una o dos canciones en diferentes ciudades, grababa en casas, en estudios... No estaba pensando en grabar un disco, ni dos. Escribía canciones y las grababa. De hecho, no soy el tipo de escritor que se impone un calendario. Yo escribo canciones que casi no tienen que ver unas con otras. Nunca he escrito un disco. Crear es algo mágico, la inspiración depende directamente de los dioses”. McCombs ríe al encontrarse a sí mismo hablando con tanta grandilocuencia, quizá por eso decide volver a su discurso dadaísta. “Creo que debo publicar todo lo que tenga tan pronto como sea posible, es lo más justo para el oyente. Y para mí también, así puedo pasar a otras cosas cuanto antes”, expone remarcando una vez más esa especie de nihilismo humanista que sobrevuela durante toda la conversación. “Estoy cristalizando mi manera de escribir”, explica. “Quizá a veces, cuando hablas o escribes, te dedicas solamente a eso, y resulta que te olvidas de escuchar. Ahora siento que estoy escuchando más, eso me ayuda a escribir”.
La música de Cass McCombs, narcotizante y escapista, encuentra inspiración en historias que suceden a su alrededor, aunque a veces el límite entre la autobiografía y la constatación de la realidad circundante sea harto difuso. “Escribo cuentos de hadas, historias que únicamente pretenden entretener. Quiero gusten a la gente y quiero inspirar la imaginación de la gente. En lo que respecta a si escribo historias que suceden a otras personas o que me suceden a mí, realmente creo que estamos todos conectados. No puedes separarte de los demás, no puedes ver a nadie si no te ves a ti mismo. Somos todos la misma persona. Creo que es muy importante escuchar a los demás, es algo que yo me impongo personalmente. Estoy hablando como un idiota. Como dije antes, en realidad me gustaría estar escuchando”. En este punto, le confieso que me parece una persona muy perfeccionista, que más allá de su imagen de beatnik (se cuenta que durante años ha llevado una vida errante, alternando trabajos de todo tipo y llegando a vivir en furgonetas) existe un creador altamente cerebral y calculador. “Eso no puede ser, sencillamente porque sé, todos sabemos, que nadie es perfecto. No creo que sea un perfeccionista, soy un ser obsesivo. Pero al final nada de esto importa, de verdad lo creo. Todo es esencialmente inservible”. ¿Inservible como hacer entrevistas promocionales, por ejemplo? “En realidad no necesito hacer esto, no necesito promocionar mi música, es estúpido. Sólo hablo con vosotros [los periodistas] porque admiro vuestra genuina dedicación hacia todo esto. Siento que os interesa de verdad todo lo que hacen los músicos y esa dedicación es algo que admiro”.
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