Llevo una semana escuchando las doce nuevas canciones de José Ignacio Lapido. Una semana pensando cómo enfocar la entrevista. ¿De qué hablar esta vez? De 091 está claro que no. Eso es agua pasada. Ni de su situación en la industria. Mmm… bueno, de eso quizá sí, pero más al final. Centrémonos, por ahora, en “Cartografía”, un disco dónde sorprende, para empezar, la abundancia de medios tiempos, de guitarras acústicas. La melancolía desplaza al rock desgarrado de los discos anteriores. ¿El descanso del guerrero? “En esta guerra no hay tregua. La autoedición de un disco es el peor plan de descanso que conozco. En lo musical sólo puedo decirte que he buscado que se escuche el silencio, que haya aire entre los distintos instrumentos y que no sea todo una muralla de sonido –que Phil Spector me perdone-. El folk-rock siempre ha sido una de mis grandes influencias: Buffalo Springfield, The Byrds, The Band… siempre los he contado entre mis grupos preferidos de todas las épocas, y qué decir de Dylan ¡Hasta Simon & Garfunkel me flipan!”.
Convertido en el cantante de una banda que está más compactada que nunca (“No creas que es fácil conseguir que una formación perdure, ya lo he intentado otras veces y los músicos han ido despidiéndose amablemente y han dirigido sus pasos hacia tierras menos inhóspitas”), “Cartografía” suena a rock americano clásico, con una destacada presencia del piano (que le da al disco cierto toque honky tonk) o del Hammond (“Fuera del mundo real”, “Nunca se sabe” “En mil pedazos”, “Algo me aleja de ti”). Aunque Lapido no se considera el nuevo héroe del country nacional. “La mayor presencia de Hammond y de piano se debe a dos razones fundamentales, la primera es que desde el disco anterior la banda tiene un teclista fijo, Raúl Bernal, y la segunda es que debido al talento de Raúl los arreglos que aporta a las canciones hacen que estas crezcan y mejoren notablemente y por eso están ahí. Y lo del sonido americano (sonríe), seguramente será porque todos los instrumentos que tocamos son americanos: las guitarras Gibson, Fender y Gretsch, los amplificadores Fender, la batería Ludwig… todos made in USA”. Vale. Nada de música americana. Simplemente rock. Compromiso. Inteligencia y, ajá, oficio. Oficio: una palabra denostada por el imaginario rockero colectivo, pero que explica el contundente poderío compositivo de Lapido. (“Cuando empecé lo hice de una manera totalmente amateur. Llegó un momento en que me profesionalicé y ahí sigo. La palabra profesional está mal vista en ciertos ámbitos y no sé por qué. Los Beatles y demás grupos grandes se pasaban todo el puto día trabajando, en el estudio, de gira, haciendo entrevistas… Yo, si me veo de alguna forma, es así: trabajando”). Hacer canciones para este hombre de expresión seria, que siempre viste de negro y se protege del sol (y de los curiosos) con unas gafas oscuras, es su oficio, su necesidad, quizá su terapia. Hacer canciones no es un medio, es un fin en si mismo. “El momento de la composición es el más puro de todo el proceso. Escribir canciones, más que una terapia, en mi caso es una necesidad. Sé que muchos de los bocetos de canciones que empiezo todos los días no llegarán a ningún lado, quedarán ahí perdidos en mi cerebro o en mi desmemoria, pero ese impulso de hilar acordes y palabras puede más que cualquier otro razonamiento práctico. Efectivamente, una vez que veo que la canción puede llegar a algún lado hago uso del oficio que he aprendido durante todo este tiempo y encauzo esa energía abstracta: pongo orden en el caos”.
"La palabra profesional está mal vista en ciertos ámbitos y no sé por qué"
Llega el momento de hablar de las letras. José Ignacio accede a hablarme de sus letristas nacionales favoritos (entre otros nombra a Jorge Martínez de Ilegales, a Fernando Alfaro, Josele Santiago o Sisa y añade “Kiko Veneno, cuando hizo rock, es decir, en el primer Lp de Veneno. Escribió las mejores letras que se han escrito en español”) pero no entra al trapo del dichoso debate literatura-rock. Ni siquiera le importa si Dylan gana algún día el premio Nobel de Literatura. “No sé lo que pasará con Dylan. Me conformo con poner sus discos a menudo. El rock puede generar buena o mala literatura, eso depende del empeño y del talento de los letristas. En cualquier caso no nos engañemos: ninguno de los que escribimos canciones de rock nos metimos en esto porque fuésemos devotos lectores de Proust y de Joyce sino porque nos gustaba el riff de ‘Johnny B. Goode’. Eso es así”. Respectos a sus propias letras, se suele hablar de fatalismo, oscuridad, tristeza o melancolía, pero nunca se reconoce demasiado que esos mismos textos están llenos de humor e ironía. Y que quizá ese sea uno de sus principales rasgos nos reconocidos. “¡Sí! Tienes razón, yo considero que en mis letras hay bastante humor, negro, también hay que decirlo. En uno de los extras del DVD de ‘091: Último Concierto’ se ve un momento en que estoy cantando por primera vez algunas de las canciones del ‘Tormentas imaginarias’ a los demás componentes de la banda. Era la primera vez que escuchaban esas letras y se les ve descojonados de risa: les resultaban muy graciosas. Luego la prensa dijo que si el pesimismo vital, que si esto y que si lo otro. En ‘Cartografía’ hay destellos de eso que hablamos, hay canciones que encierran estrofas de clara intención humorística. No todo en la vida tiene que pasar por Nietzsche, también hay que darle unos minutos de juego a Chiquito de la Calzada. Sin pasarse”.
Hora de terminar. José Ignacio sonríe por última vez. Despacha, con la calma que dan los años, y usando los versos de una de las mejores canciones de “Cartografía” (“Estoy en el ángulo muerto/es el sitio perfecto/nadie me ve”), su modesta y apacible situación en la industria. Que le den al malditismo. “Nunca he querido ser un mártir del rock’n’roll. La situación profesional en la que estoy supongo que se debe a mis errores y a mis aciertos. Hace muchos años que dejé de atormentarme con cuestiones acerca del éxito comercial. Llega un momento en que sabes cuál es tu territorio. Yo sé cuál es el mío y me encuentro razonablemente a gusto ahí: como dice la canción con cierta ironía: el sitio perfecto”.
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