“Se nos ha hecho un poco bola el ‘sonido Madrid’"
EntrevistasEl Diablo De Shanghai

“Se nos ha hecho un poco bola el ‘sonido Madrid’"

Salomé Lagares Pastor — 03-12-2023
Fotografía — Archivo

Dejando de lado sus primeros EP’s y las etiquetas que les han colgado previamente muchos periodistas, Juan Trias, Juan Poch, Víctor Vidal y Albert Muñoz, es decir El Diablo de Shanghai,  son indie rockers acérrimos en una cáscara post-punk. Para definirles nada mejor que “113 Pasos Adelante en el Ensanche” (Estudio Mazmorra, 23).

Que sean sus canciones las que les definan, porque ellos tienen dificultades para describirse. “La verdad es que no sabemos definirnos para nada, se nos da muy mal”. A falta de una esencia propiamente destilada en palabras, algo que achacan a haber dado un giro sonoro algo repentino, El Diablo de Shanghai son partidarios de encontrarse en el centro de una constelación referencial. “Ahora mismo nos es más fácil apuntar a ciertos nombres y decir, pues entre esto, esto y esto, dibujo un mapa y me sitúo en el medio”. Los nombres que suelen ocupar los marcadores son Fontaines DC, Shame, Parquet Courts, Televisión, Arctic Monkeys, The Strokes, es decir, una mezcla de Sprechgesang contemporáneo, post-punk cerebral y descaro indie rock de principios del milenio que contemplan con veneración casi académica. Son ávidos estudiosos del género, por lo que han producido el tipo de disco que sólo así podría confeccionarse: “113 Pasos Adelante en el Ensanche”, su álbum debut, es una prístina amalgama de influencias, una especie de ideal platónico de rock alternativo. El contorno de las bandas que tanto admiran se transparenta en muchos temas, pero comentan que nunca han tratado conscientemente de emular ningún sonido. “No hemos llegado con una pista buscando que la guitarra suene así o la batería asá, pero creo que sin querer nos guiamos de esa manera. Te escuchas a ti mismo, a tu proceso, vas probando cosas y hay un momento en el que tu medidor interno grita ‘aquí’ […] ¿Por qué? Porque tu propio oído ya está acostumbrado a ese sonido, es lo que te gusta y reaccionas, te inclinas hacia ello”.

“Hemos intentado no quedarnos con lo primero que se nos ocurría"

Lo que sí ha sido consciente es la apuesta por conceptos líricos más elevados, alejándose de la inmediatez de su anterior propuesta y cosechando así canciones que los colocan en la piel de una afligida Patti Smith o recuperan términos misántropos acuñados por David Foster Wallace. “Hemos intentado no quedarnos con lo primero que se nos ocurría tocando tres acordes, sino jugar con la melodía de las palabras, ya no solo rimando el final de la frase, también buscado estructuras nuevas y letras que las acompañen”, a través de un proceso compositivo que identifican como más introspectivo y en el que han querido interpelarse unos a otros directamente, trabajar como un grupo en lugar de operar como la suma de sus partes. A pesar de estas nuevas licencias creativas, el álbum sigue siendo fácilmente digerible y los temas compactos: aunque afirman que "No nos da miedo ni pereza hacer una canción larga", también demuestran una capacidad de autoproducirse de la que otros grupos podrían aprender, motivada por cierto miedo a terminar con masas informes y monótonas de sonido y a que las canciones se extiendan más de la cuenta. Esos experimentos, dicen, prefieren reservarlos por ahora para el escenario, porque “la música, a través del directo, es el único arte que continúa madurando sobre sí mismo” sin devaluar la pieza original.

El Diablo de Shanghai son tan propensos a admitir su anglofilia como a confesar que no se sienten muy ligados a los circuitos nacionales. De hecho, “113 Pasos Adelante en el Ensanche” ha sido un esfuerzo consciente de distanciarse de estos. “Se nos ha hecho un poco bola el ‘sonido Madrid’ […] Está bien que se haya creado una escena de guitarra, pero cuando te tragas dos años de los mismos conciertos, te surge la necesidad de buscar otra cosa, tu propio sitio”. Además, revelan un cierto resquemor a las comparaciones entre ciudades. “Cuando empezamos el grupo, la gente hablaba constantemente de Madrid, decía que allí pasaba todo y en Barcelona estábamos muy desorganizados […] En parte era verdad, ¡pero nos dieron ganas de demostrar que aquí también hacíamos cosas!”.

Y así, la ciudad de Barcelona ha retomado un protagonismo textual innegable en su música, progresivamente menos costumbrista y más alegórico: la Heliogàbal, su local en el Poble Nou, el martilleo incesante de las obras de Glorias y, por supuesto, el Ensanche, con sus ciento trece pasos —ciento trece metros— por manzana. “Una manera simbólica de representar el reto constante de seguir adelante”, un “mito de Sísifo personal”.

Aunque la mayoría de sus temas están impregnados de un cinismo mezquino, no dudan en reconocer que se burlan de ellos mismos constantemente, con un humor que no siempre se capta —“aunque a veces así es incluso más divertido”— y rememoran con auténtico cariño la maratón de cinco días en Bizkaia (en Gaua Estudio) durante la cual grabaron el disco mientras dormían juntos en la misma habitación, en literas gemelas. “Queríamos hacer algo nuevo, así que nos fuimos a un sitio totalmente distinto, y aprovechamos para hacer real bonding”. Más allá de la estética frígida que abrazan, El Diablo de Shanghai hablan con verdadera pasión de su oficio y sin muchas pretensiones sobre sí mismos, una actitud que los hace más cercanos y dota a su música de mayor complejidad, de una nueva dimensión por el contrario invisible.

 

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